La horripilante belleza de la Gran Guerra Futurista

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Dibujo de uno de los proyectos de Antonio Sant'Elia, 1888.

En estas mismas fechas, hace cien años exactos, mientras la gente corriente construía las horas con el apacible ritmo de la vida cotidiana habitual, el mundo civilizado se dirigía ignorante al precipicio de una Gran Guerra pavorosa que los dirigentes de los países, en teoría, más evolucionados del planeta andaban rumiando a ciegas y a sus espaldas.

Faltaban días para que aquellos torpes personajes hicieran estallar, desde el cómodo refugio de la retaguardia, la hecatombe más mortífera y destructiva de las ideadas jamás por la mente humana. La política y los intereses territoriales prendieron la espoleta de aquella contienda feroz que, por primera vez en la historia de la Humanidad, venía alentada por individuos ilustres del campo de la cultura y de las Bellas Artes, que hicieron apología de una guerra total por razones intelectuales y artísticas.

Entre aquellos iluminados estuvieron los maestros del Movimiento Futurista, y también los directores de los diarios que permitieron publicar, en las páginas de sus periódicos, las ideas más descabelladas y bélicas del grupo. El Movimiento Futurista pretendía renovar violentamente la cultura y, de paso, aniquilar un pasado que habían decidido, por su cuenta, considerar obsoleto en su conjunto.

El arquitecto Antonio Sant’Elia, un joven italiano de veintiséis años, firmaba el Manifiesto de la Arquitectura Futurista en mala fecha, el 11 de julio de 1914. Diecisiete días después, el 28 de julio, comenzaba la Gran Guerra, declarada por Austria-Hungría a Serbia en respuesta al asesinato de los herederos imperiales al trono austrohúngaro. El archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía habían muerto asesinados a tiros, un mes antes, durante la visita oficial a la ciudad de Sarajevo, en Bosnia-Herzegovina. Este territorio, perteneciente entonces al imperio austríaco, venía siendo reclamado por Serbia bajo protección rusa. Dos semanas más tarde, a principios de agosto, el conflicto incendiaba Europa, y Rusia, Reino Unido y Francia se enfrentaban en guerra a Austria-Hungría y Alemania, para extenderse a continuación el combate al resto del planeta.

La Gran Guerra cambió efectivamente el escenario cultural y social del siglo XX, y lo hizo a base de tragedias. En cuatro años logró un saldo siniestro que se calcula en la borrosa cifra de veintiún millones de personas heridas y mutiladas y dieciséis millones de muertos. Sant’Elia no fue el único miembro futurista en pagar la guerra en 1916 con su joven vida, ni tampoco el único artista valioso en desaparecer en acción militar o en ser afectado. El músico Luigi Russolo, inventor del sintetizador futurista intonarumori y autor en 1913 del manifiesto El Arte de los Ruidos, quedó herido de gravedad. El pintor y escultor Umberto Boccioni, uno de los líderes más reconocidos del Movimiento Futurista, falleció en 1916 en Verona, su ciudad de destino, al caer del caballo. Murieron también, a los veintisiete y treinta seis años de edad, los pintores August Macke y Franz Marc, ambos en combate y fundadores con Wassily Kandinsky del grupo expresionista alemán Der Blaue Reiter.

Nuestro país, a pesar de su neutralidad, sufrió la pérdida del conocido músico Enrique Granados, ahogado en 1916 junto con su esposa en el naufragio del Sussex, torpedeado por un submarino alemán en el Canal de la Mancha. El horror destructivo de la Gran Guerra, inédito por brutal en la historia humana, no terminó el 11 de noviembre de 1918, fecha oficial del armisticio.

La gripe española, llamada así por ser España el único país al parecer en denunciarla en prensa, completó la desgracia con una pandemia sin igual que afectó, entre el verano y el otoño de 1918 y hasta 1920, a una tercera parte de la población mundial según los datos confusos que se barajan. La epidemia apareció y se cultivó, con bastante certeza, en los cuerpos de los hombres y animales que se debatían atrapados en trincheras putrefactas a partir de 1915, en las condiciones miserables de hambre y desesperación que el cineasta Stanley Kubrick plasmó con planos espeluznantes en Senderos de Gloria, su película de 1957.

El desconocimiento de los antibióticos impidió combatir la enfermedad y el trasiego de soldados la extendió por todo el mundo. Se cobró más vidas que la Gran Guerra, y fue su consecuencia, con cifras que oscilan, según las diversas fuentes, de veintiuno a casi cuarenta millones de muertos. Entre los célebres se cuentan el arquitecto Otto Wagner, creador de la Viena moderna, y otros maestros de la Secesión Vienesa como Gustav Klimt y Koloman Moser, según relata Parsons en el libro Vienna: A Cultural History (2008). Se añaden a las conocidas pérdidas del joven pintor Egon Schiele y su esposa embarazada, y la del poeta francés Apollinaire, entre otros.

Los escenarios geopolítico y financiero también cambiaron. Los imperios austro-húngaro, alemán, ruso y otomano colapsaron, y en 1929, a sólo nueve años del control de la epidemia, la crisis bursátil neoyorkina hundía la economía mundial y minaba de nuevo el contexto social. La Primera Guerra Mundial sembró las semillas de las dictaduras y de los fascismos, que algunos futuristas italianos apoyaron en su país, y tuvo la Segunda Guerra Mundial por resultado.

La Gran Guerra enmendó también las reglas de convivencia cotidiana en el trabajo y en la casa, modificadas por la incorporación de la mujer a los puestos laborales masculinos, muchos de ellos lamentablemente vacantes por la contienda. Estos logros femeninos iniciaron el equilibrio de una balanza en las relaciones de pareja que los futuristas proponían desplazar hacia el machismo y la misoginia. Son conocidos los disparates que, en este sentido, contiene el Manifiesto Futurista fundacional del grupo, firmado por Marinetti y publicado en Le Figaro en París el 20 de febrero de 1909, instando a destruir el feminismo a la par que museos y bibliotecas.

Sant’Elia, Marinetti, Boccioni y Russolo, todos ellos seguidores distinguidos del Movimiento Futurista, se alistaron voluntarios en Milán en 1915 para combatir en la Primera Guerra Mundial. La elección del Battaglione Lombardo Volontari Ciclisti Automobilisti fue intencionada, y hacerlo al mismo tiempo, también.

En el libro Sport, Militarism and the Great War (2013), Sergio Giuntini y Angela Teja, autores del texto dedicado al Futurismo, señalan que este batallón era el más deportivo de los posibles y destacan el significado de “gran competición”, en el sentido atlético, que los artistas del grupo atribuían en general a la guerra, y en particular a la Gran Guerra. Para estos autores, el artista futurista se tenía por un soldado y un guerrero viril, que necesitaba de la guerra para manifestar su valía. Este soldado-artista se veía a sí mismo como un gran “hombre-máquina” italiano, moderno y superior, que identificaba cuarteles con gimnasios, y se imaginaba representando a una Humanidad masculina, batiendo récords en las batallas.

En el cambio de siglo del XIX al XX, el auge de los Juegos Olímpicos y la creciente carrera de armamento hicieron posible la articulación de la imagen del atleta violento que compite en la guerra por deporte para medirse con otros hombres osados. El superhombre futurista, cercano al definido por Nietzsche, se sentía “capaz de crear una belleza nueva sobre las ruinas de la belleza antigua”, de acuerdo con la frase enunciada en La sintesi futurista della guerra en septiembre de 1914. Los misóginos artistas futuristas, creadores de pinturas y esculturas excepcionales, hicieron de la belleza su arma más poderosa para conseguir cambios sociales desde la pesadilla de la violencia.

Nunca el alegato de la belleza desde el Arte ha resultado tan peligroso para el ser humano, su historia y la cultura. La hermosa arquitectura dibujada de Antonio Sant’Elia no escapó a su influjo provocador ni a la obligación de acompañar el proyecto de una declaración de intenciones irreverente, utópica, o al menos sensacionalista, que el Futurismo convirtió en inexcusable para los artistas posteriores que se tuvieran por vanguardia. Este término, militar y épico, asociado al olvido del oficio y al menosprecio consciente de los maestros previos, designa desde entonces a todos aquellos que basan sus propuestas artísticas en mirar al frente.

Mercedes PELÁEZ

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