Recordando al gran Truffaut

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Hace algunas semanas se cumplieron treinta años de la prematura muerte del gran François Truffaut y a mí me vino a la cabeza lo cierto que resultó ser ese anuncio, que el maestro hizo en el 80, acerca de que se retiraría cuando se implantara el vídeo. A la postre, eso fue lo que pasó hace este otoño tres décadas

Sus antiguos actores ya están viejos e incluso el vídeo ha sido desplazado por los nuevos procedimientos. Ahora que las películas, vuelvo a insistir, ya no lo son –se trata de archivos que no se ruedan, sino que se graban con una cámara– es cuando la pentalogía de Antoine DoinelLos cuatrocientos golpes (1959), Antoine et Colette (su episodio de El amor a los 20 años fechado en 1962), Besos robados (1968) y Domicilio conyugal (1970)– me sigue pareciendo la visión más equilibrada del sentimiento amoroso, desde que nace hasta que se extingue, de toda la historia del cine. Más aún, junto con el Poema 20 de Pablo Neruda –»es tan corto el amor y es tan largo el olvido»–, el ciclo Doinel es el retrato más certero de esa pulsión de toda la cultura del siglo XX.

Besos robados

Fotograma de Besos robados, 1968.

Ya en la gloria que su sin par filmografía le dispensó, creo que el gran Tuffaut ha quedado como un cineasta romántico. Esa modernidad, con la que la Nouvelle Vague irrumpe en la historia del cine para un marcar un antes y un después de ella, en él, escasamente, duró un par de cintasTirad sobre el pianista (1960) y Jules et Jim (1962)– que, por otro lado, también son historias de amor. Porque el maestro, incluso cuando rodaba un relato criminalLa novia vestida de negro (1968), La sirena del Mississippi (1969)–, éste llevaba implícita una historia romántica.

La sirena del Misisipi.

Fotograma de La sirena del Misisipi, 1969.

Maestro igualmente de filmófilos –la cinefilia y el cine de autor también nacieron con la Nueva Ola francesa–, yo estimo especialmente al gran Truffaut porque su amor al cine –expreso en textos como El cine según Hitchcock (1967) o Las películas de mi vida (1975)– marcó el mío de forma indeleble. Y yo, que tengo en las películas la redención de la realidad, estos días no puedo dejar de evocar aquel primer verso de la canción que le dedicó Aute tras su fallecimiento: «Recuerdo bien aquellos cuatrocientos golpes de Truffaut».

JAVIER MEMBA

javiermemba@gmail.com

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