El verdadero Oeste

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Antes de que el cine mitificara la expansión hacia el Oeste estadounidense ya lo habían hecho algunos artistas, testigos de aquella epopeya. Sus obras, junto a algunos utensilios de los nativos, los primeros mapas de aquel territorio y varios recuerdos de las películas y la literatura popular, que inspiró el western durante buena parte del siglo XX, integra la nueva muestra del Museo Thyssen

Shón-ka-hi-he-ga, Jefe Caballo, el gran jefe pawnee, por George Catlin, óleo sobre lienzo, 73,7 x 60,9 cm, Washington, Smithsonian American Art Museum.

Shón-ka-hi-he-ga, Jefe Caballo, el gran jefe pawnee, por George Catlin, óleo sobre lienzo, 73,7 x 60,9 cm, Washington, Smithsonian American Art Museum.

George Catlin (1796-1892), uno de los pintores más destacados de la propuesta del Museo Thyssen-Bornemisza, fue el gran retratista de los nativos estadounidenses del Viejo Oeste. Entre otros muchos, en 1832 pintó a Shón-ka-hi-he-ga, jefe Caballo, el gran jefe pawnee, uno de los lienzos más conocidos de ese periodo. Escritor y viajero, como casi todos los artistas que inmortalizaron aquel territorio mítico, Catlin abandonó su trabajo como abogado en 1830 para acompañar al general Clark en una expedición al alto Misisipi. Había simpatizado con la «raza en extinción», que la llamaba, durante la visita de una delegación india a Filadelfia en 1830. En 1832 recorrió 3.000 kilómetros a lo largo del Misuri, entrando en contacto con los pueblos autóctonos. Ya en 1837, el éxito de su exposición Galería india, convirtió a Catlin en uno de los grandes retratistas de los nativos. Wash-ka-mon-ya, Danzante Veloz, otro de sus retratos más conocidos, data de 1844. Con posterioridad viajó por los ríos Rojo, Arkansas y Misisipi. Su obra se cifra en unas 500 pinturas, sin olvidar su destacada bibliografía.

El último de su raza (1847), de Tompkins Harrison Matteson (1813-1844) es un óleo pleno de resonancias a El último mohicano (1826), la novela de Fenimore Cooper. Pero también viene a demostrar la exacerbación del lenguaje romántico de los pintores del Oeste. Sin embargo, dado que la inspiración de Matteson eran los temas patrióticos y literarios comunes al academicismo, puede que en él el impulso del western fuera espurio, debido únicamente a que el del Oeste, era un género en boga en el momento.

El último de la raza. por Tompkins Harrison Matteson, 1847, óleo sobre lienzo, 101 x 127 cm, New York Historial Society.

El último de la raza. por Tompkins Harrison Matteson, 1847, óleo sobre lienzo, 101 x 127 cm, New York Historial Society.

Emigrante alemán llegado a EE UU con 15 años, Charles Wimar (1828-1862) se inició en el arte pintando a los indios de las Grandes Llanuras entregados a su vida nómada. El rastro perdido, un lienzo de 1856 -que se diría un plano cinematográfico- deja constancia de la influencia que estos artistas ejercieron en el western.

Carleton E. Watkins (1829-1916) es un ejemplo meridiano de los fotógrafos del Oeste. Tras iniciarse como retratista en un estudio de San Francisco, placas como la fechada en 1865 en el Valle de Yosemite (California) dejan constancia de que fue uno de los grandes paisajistas del Oeste. Fue allí, en Yosemite, donde se inició en el trabajo de campo. De California pasó a Oregón -siguió, por tanto, las dos rutas trazadas por los pioneros hacia el Oeste- para acabar fotografiando la llegada del ferrocarril a Arizona.

Totalmente autodidacta, puede apuntarse que Edward S. Curtis (1868-1954) descubrió la fotografía en 1896, retratando a los indios de Seattle. Siempre tomaba apuntes antropológicos sobre los protagonistas de sus placas. El que muestra en La ceremonia yebichai: el mendigo Toneilii (h. 1904-1905) una de las más conocidas, es un navajo vestido con ramas de pícea. Otra de estas fotografías, la titulada Un oasis en las Badlans (1905) -elegida como cartel de la muestra-, es el más bello homenaje a los indios de las praderas. Desde tiempo atrás, desde que en 1899 Curtis participó en una expedición a Alaska, su dedicación a documentar la vida de los nativos estadounidenses era plena. Contó con el mecenazgo de J. P. Morgan y el respaldo de F. D. Roosevelt. En la actualidad, su obra se conserva en la Biblioteca del Congreso.

Arriba: El rastro perdido, por Charles Wilmar, h. 1856, óleo sobre lienzo, 49,5 x 77,5 cm, Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza.

JAVIER MEMBA

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