Santiago Morilla, el paisaje como campo de batalla

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El artista, que participa en la Feria Estampa 2016 (stand C3 e Fernando Pradilla), explica en el próximo número de octubre de Descubrir el Arte su último proyecto: Fundar un bosque, que lleva la actuación artística a lo que él llama el artivismo (activismo artístico)

Santiago Morilla (Madrid, 1973) comenzó estudiando ciencias puras e ingeniería agrónoma y de ahí dio un gran salto, el que le llevó a la Facultad de Bellas Artes, donde se especializó en Media Art (arte multimedia). Y aunque aparentemente parecen disciplinas antagónicas, Morilla ha logrado el equilibrio perfecto entre ciencia y arte, al integrar todos esos conocimientos para crear una obra muy personal e inclasificable. Es capaz de diseñar y construir máquinas que forman parte de grandes proyectos artísticos de intervención, pero también dibujar con un palo en la arena o con un tractor en un campo de cultivo en barbecho (Por donde habéis venido, Morille, Salamanca, julio de 2012).

Santiago Morilla fotografiado por Sergio Enriquez-Nistal

Santiago Morilla fotografiado por Sergio Enriquez-Nistal.

Ha sido diseñador gráfico y de páginas web, director de arte y músico en una banda de punk-funk. Ahora es profesor de Dibujo Experimental y de Paisaje Sonoro en la Facultad de Ilustración, que combina con su doctorado sobre arte y ecología, pero lo que es sobre todas las cosas es un grandísimo ilustrador. Por necesidad vital y profesional ha pasado de la intervención urbana a la de la naturaleza, del plano vertical al horizontal, y a expandir los límites del dibujo y del movimiento de la línea a un plano cartográfico, aunque Morilla remarca que no se trata de “adornar el paisaje”, sino que son site-specific no invasivas y siempre ligadas al territorio, como VB # Invisible Bath (Alaró, Palma de Mallorca, 2014), donde Morilla, ensamblando tubos de natación de poliestireno, realizó un dibujo móvil, infinito y solo visible desde un punto determinado, que “otorgaba a esas aguas la esencia de su dibujo, la emoción por la muerte de un amigo en esos montes, por esa traslación de la emoción que, según muchos estudios, existe también a nivel molecular, es decir, la composición del agua no cambia pero su representación molecular varía según se le grite o se le ponga música”, explica Morilla.

Los interesados en leer el artículo completo podrán hacerlo en el número de octubre de DESCUBRIR EL ARTE o en Orbyt.

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