Una visión romántica del Oeste americano

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Una exposición en el Museo Carmen Thyssen de Málaga ha reunido una extensa selección de piezas entre pinturas, esculturas, grabados, mapas, objetos antropológicos y documentos que trazan la epopeya del Oeste americano, al tiempo que enfrenta sus paisajes y protagonistas con los bandoleros de las serranías andaluzas, dos realidades unidas por la visión romántica que transmitieron los artistas del XIX. Además, Miguel Ángel Blanco, artista y comisario de la muestra, rinde homenaje a estos pueblos nativos en su Biblioteca del Bosque. Hasta el 19 de marzo

La conquista del Lejano Oeste trascendió a lo largo del siglo XIX su dimensión de acontecimiento histórico fundacional de los Estados Unidos de Norteamérica para convertirse en un mito universal, en el que la leyenda fue sustituyendo a la historia. En el campo de las artes, la fascinación por los majestuosos paisajes inexplorados –en artistas como George Catlin o Albert Bierstadt–, la curiosidad por las formas de vida y costumbres de las tribus indias –como la mostrada en los grabados de Karl Bodmer– o la exaltación de tramperos y cowboys –por ejemplo, las esculturas de Frederick Remington–, se recogieron en un amplio elenco de obras de distintos géneros. La visión romántica de estos artistas sobre los territorios y habitantes al oeste del río Misisipi contribuyó a crear esa «ilusión» de un lugar salvaje, paradisíaco y peligroso que pasó a la cultura popular a través de los mitos de indios y vaqueros surgidos en el siglo XIX y consolidados, ya en el XX, por el cine estadounidense.

Sobre estas líneas, El último de la raza, de Tompkins Harrison, Matteson, 1847, óleo sobre lienzo, 101 x 127 cm, New-York Historial Society. Arriba, Sobre estas líneas, El rastro perdido, de Charles Wimar, h. 1856, óleo sobre lienzo, 49,5 x 77,5 cm, Madrid, Museo Thyssen Bornemisza.

Sobre estas líneas, El último de la raza, de Tompkins Harrison Matteson, 1847, óleo sobre lienzo, 101 x 127 cm, New-York Historial Society. Arriba, El rastro perdido, de Charles Wimar, h. 1856, óleo sobre lienzo, 49,5 x 77,5 cm, Madrid, Museo Thyssen Bornemisza.

Y es que la conquista del Oeste es el tema por antonomasia de la pintura romántica estadounidens. Entre los artistas que plasmaron las primeras vistas de los territorios ignotos, que se extendían más allá de lo que hoy es el Estado de Misuri, hubo pintores como George Catlin (1796-1872), el suizo Karl Bodmer (1809-1893) o Albert Bierstadt (1830-1902). A todos ellos y algunos más, entre los que no faltan etnógrafos y topógrafos militares, rinde tributo La ilusión del Lejano oeste, la nueva exposición del Museo Carmen Thyssen de Málaga.

En España, ese territorio fabuloso de frontera que puede ponerse en paralelo con el Oeste americano era el de los bandoleros: ladrones y salteadores que actuaban desde las serranías andaluzas de Ronda y Sierra Morena. El romanticismo tiñó de leyenda a estos personajes, su vida al margen de la ley y su entorno natural que, difundidos también por los artistas del siglo XIX en toda Europa, convirtieron el bandolerismo en un tópico del pasado español, también hoy mundialmente conocido.

Las cataratas de San Antonio, Alto Misisipi, de Henry Lewis, 1847, óleo sobre lienzo, 68,6 x 82,5 cm, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Las cataratas de San Antonio, Alto Misisipi, de Henry Lewis, 1847, óleo sobre lienzo, 68,6 x 82,5 cm, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Una gran parte de las piezas expuestas en esta exposición proceden de la colección Carmen Thyssen y del Museo Thyssen-Bornemisza. Que sean estas casi las únicas colecciones dedicadas en España al tema viene a poner de manifiesto la pasión que la epopeya del Oeste inspiró a los barones Thyssen-Bornemisza, al igual que a tantos aficionados al cine desde que la pantalla la sublimó en el western.

La extensa selección de piezas reunidas en esta exposición, entre pinturas, esculturas, grabados, mapas, objetos antropológicos y documentación diversa, trazan este apasionante panorama del Oeste americano, al tiempo que enfrenta sus paisajes y protagonistas con forajidos y bandoleros y que se completa con el homenaje a aquellas tierras y pueblos nativos que el artista y comisario de esta muestra rinde en su Biblioteca del Bosque.

Las cataratas de San Antonio, h. 1880-87, óleo sobre lienzo, 96,8 x 153,7 cm, Colección Carmen Thyssen, en depósito en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.

Las cataratas de San Antonio, h. 1880-87, óleo sobre lienzo, 96,8 x 153,7 cm, Colección Carmen Thyssen, en depósito en el Museo Thyssen Bornemisza de Madrid.

La exposición está dividida en cinco apartados. Fiel a la sucesión cronológica de los hechos, el primero, LA TIERRA DEL NUEVO MUNDO, está dedicado a las expediciones españolas y británicas que partieron rumbo a esas tierras en busca de riquezas. Una serie de mapas tempranos muestran los itinerarios de las expediciones, la ubicación de las tribus, los presidios, las misiones y las primeras ciudades. El Misisipi fue una larga frontera, también psicológica, y eje de colonización; en su curso alto, las cascadas de San Antonio se convirtieron en símbolo de pérdida de la naturaleza virginal. La representación de la grandiosa naturaleza norteamericana estuvo muy influida por el romanticismo. Aquí se sigue la gestación de una forma de paisajismo sublime, elaborado por los pintores de la Escuela de Río Hudson, que se trasladará progresivamente hacia el Oeste, viendo en aquellas espectaculares tierras vírgenes un nuevo Edén, siguiendo en gran medida la fórmula establecida por Albert Bierstadt.

Mató-Tope. Ataviado con sus atributos bélicos, 1839-43, Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.

Mató-Tope. Ataviado con sus atributos bélicos, 1839-43, Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.

KARL BODMER Y LA MEMORIA DE LOS MANDAN. EN 1832, el joven pero ya conocido paisajista, Karl Bodmer, acompañó al alemán Maximilian zu Wied-Neuwied en un temprano viaje de investigación antropológica a lo largo del Misuri. En Boston, el general William Clark, superintendente de Asuntos Indios, les proporcionó un pasaporte para poder seguir su viaje a bordo del Yellowstone. Durante la ruta se relacionaron con diferentes grupos indios, como los sioux, assiniboine, creo, gros-ventres o pies negros. Los dibujos de Bodmer, que detallan las características raciales, vestimentas, utensilios y rituales, se transformaron, ya en Europa, en el fabuloso conjunto de 81 estampas iluminadas a mano que ilustran los Viajes en el interior de Norteamérica, el libro que recogió las observaciones del antropólogo.

Baile ligero. Soldado, de George Catlin, 1844, óleo sobre lienzo, 73,7 x 60,9 cm, Smithsonian American Art Museum, Washington.

Baile ligero. Soldado, de George Catlin, 1844, óleo sobre lienzo, 73,7 x 60,9 cm, Smithsonian American Art Museum, Washington.

INDIOS EN LAS GRANDES LLANURAS. La vida de las tribus indias de las Grandes Llanuras fascinó a los artistas. Siguiendo los pasos de George Catlin y Karl Bodmer, los artistas que viajaron al Oeste durante la segunda mitad del siglo XIX fueron consolidando un género pictórico de gran éxito, que mostraba las costumbres de una raza observada a veces con una genuina admiración y otras a través del filtro de los prejuicios, y casi siempre con una intensa conexión con el paisaje. También los tramperos, los cowboys y los soldados fueron figuras enaltecidas por artistas tan populares como Frederic Remington; no obstante, a medida que las tribus eran diezmadas y reducidas a las reservas, los artistas sintieron la necesidad de mostrar su cultura agonizante y algunos de ellos contribuyeron a recopilar los tesoros antropológicos que conservamos hoy en día.

Vista del castillo de Gaucín, de Genaro Pérez Villaamil, 1849, Museo Nacional del Prado, Madrid.

Vista del castillo de Gaucín, de Genaro Pérez Villaamil, 1849, Museo Nacional del Prado, Madrid.

FORAJIDOS Y BANDOLEROS. En las mismas fechas en que el Lejano Oeste era descubierto, explorado y mitificado por los artistas, nacía en Andalucía otro nuevo mundo para el arte, a medias real y a medias imaginario. Y si los asombrosos paisajes del Oeste fueron escenario de peligrosas aventuras por la presencia en ellos de las tribus indias y de toda clase de forajidos o malhechores, los no menos fascinantes parajes del Sur y, en particular, sus serranías, se convirtieron en el territorio más peligroso de Europa a causa del azote de los bandoleros. Aquellos escenarios para las vidas al límite equivalen a las praderas despobladas, los desiertos y los cañones americanos. En el género de «paisaje con bandoleros» ocurre a menudo que las figuras se empequeñecen frente a la grandiosidad natural.

Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid, de Manuel Barrón, 1869, Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid, de Manuel Barrón, 1869, Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga.

LA BIBLIOTECA DEL BOSQUE. Miguel Ángel Blanco rinde homenaje a las tierras y a los pueblos del Oeste con una selección de libros-caja que forman parte de su Biblioteca del Bosque, proyecto escultórico que recrea experiencias y visiones, expresadas en dibujos, imágenes y composiciones con materiales de la naturaleza. Este conjunto resume sus viajes y experiencias en los parques nacionales del Oeste norteamericano, y a través de él, Blanco comparte con nosotros un ideal de vida que, desde los lakota a los navajos, buscaron los indios: “andar en la belleza”, armonizando tierra y cielo, cuerpo y espíritu. Se incluye además una instalación de cráneos de animales simbólicos para los indios.

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