Paul Gauguin: más allá de los límites o los misterios de la creación artística

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El Grand Palais de París acoge en sus salas más de 230 obras, entre pinturas, cerámicas, esculturas y objetos, relieves de madera, grabados y dibujos, del artista francés en una gran retrospectiva que indaga sobre su proceso creativo e invita al espectador a descubrir los experimentos que el creador llevaba a cabo sobre diferentes soportes. Hasta el 22 de enero

Esta exposición estudia por primera vez en profundidad la complementariedad de las creaciones del artista en el ámbito de la pintura, la escultura y las artes gráficas y decorativas. En ella se pone el énfasis en la modernidad del proceso creativo de Paul Gauguin (París, 1848-Autona, Islas Marquesas, 1903) y su capacidad para llevar más allá los límites de cada medio plástico. Para Claire Bernardi, una de las comisarias de esta muestra: “La pintura de Gauguin es muy conocida por el público, pero el artista exploró también el grabado, el dibujo, la escultura o la cerámica, y lo que hemos querido mostrar es que al jugar con todo tipo de soportes y ponerlos de relieve se descubre parte de su proceso creativo”.

Sobre estas líneas, Te Rerioa (El sueño), 1897, óleo sobre tabla,  95,1 x 130,2 cm, Londres, The Samuel Courtauld Trust, The Courtauld Gallery. Arriba, Autorretrato del artista con Cristo amarillo, 1890-1891, óleo sobre tabla, 38 x 46 cm, Paris, Museo de Orsay.

Paul Gauguin escribía en 1889 que “con un poco de barro se puede hacer metal, piedras preciosas, con un poco de barro y también ¡algo de genio!”. Y siguiendo esta idea, dos de las comisarias y conservadoras del Museo de Orsay, Claire Bernardi y Ophélie Berlier-Bouat, explicaban que la elección del título de esta retrospectiva, Gauguin el alquimista, hace referencia a la excepcional capacidad del artista para transfigurar los materiales y percibir en ellos calidades invisibles para el resto de los humanos.

Tras la exposición fundacional Gauguin, organizada en 1989, esta nueva colaboración entre el Art Institute of Chicago –que cuenta con un significativo fondo de pinturas y obras gráficas de Gauguin– y el Museo de Orsay –cuya colección de pinturas, cerámicas y esculturas en madera del artista es una de las más importantes del mundo–, ha permitido presentar bajo un enfoque novedoso las experimentaciones de Gauguin en diferentes soportes.

Esta retrospectiva pone de manifiesto la producción del artista en toda su diversidad, tal y como han revelado las recientes investigaciones sobre las técnicas y materiales empleados por Gauguin, basándose en particular en los conocimientos y experiencia de Harriet K. Stratis, conservador de la obra gráfica de Gauguin en el Art Institute of Chicago, o los trabajos de Dario Gamboni, profesor titular de la Universidad de Ginebra. De este modo, el itinerario de la exposición se refuerza con salas que proponen una inmersión en las técnicas y métodos de trabajo del artista.

Merahi metua no Tehamana (Los antepasados de Teha’amana), 1893, óleo sobre tabla, 75 x 53 cm, Chicago, the Art Institute.

La exposición se divide en seis secciones que repasan toda la producción de Gauguin, desde su periodo inicial, pasando por su etapa en Bretaña, los trópicos o la seducción del paisaje y las mujeres de Tahití. El visitante podrá comprobar el cambio estético del artista, desde sus pinturas sintéticas a su fascinación por el simbolismo.

A partir de un discurso cronológico, marcado por un gran número de préstamos excepcionales (Los antepasados de Teha’amana, Chicago o ¡Qué! ¿Estás celoso?, Museo Pouchkine), la exposición deja patente la interrelación y las aportaciones mutuas entre los esquemas formales y conceptuales, así como entre la pintura y los objetos: en estos últimos, debido a que el peso de la tradición es menos importante, brinda la oportunidad al artista de liberarse, “dejarse llevar”. Una acertada selección de obras ayuda al visitante a comprender plenamente su proceso creativo (cerámicas, obras impresionistas, arte extraeuropeo, etc.).

Naturaleza muerta con frutas, verano de 1888, óleo sobre tabla, 43 x 58 cm, Moscú, Museo Estatal de Bellas Artes Pouchkine.

Una historia en seis apartados

Como preludio del itinerario de la exposición, y bajo el título “La fábrica de imágenes”, esta primera parte está dedicada a los inicios de Gauguin, su representación de la vida moderna siguiendo la estela de Degas y Pissarro o las primeras repeticiones de un motivo en torno a la naturaleza muerta.

Mahana no atua (proyecto de abanico), 1900-1903, acuarela y guache con trozos de carbón sobre papel japonés, 20,8 x 41,7 cm, Chicago, the Art Institute.

A continuación, “El gran taller” se centra en el periodo bretón del artista. La observación de la vida bretona, integrada, transformada y asimilada, le permite extraer motivos recurrentes que sufren numerosos avatares (la ronda, la mujer sentada, la bretona de espaldas, etc.) y emprender búsquedas formales en el dibujo, la pintura y la cerámica.

En “Del sujeto al símbolo” se muestra cómo Gauguin, movido por una creciente ambición artística, pone rumbo hacia composiciones cada vez más dotadas de significado moral, que se convierten en el receptáculo de sus estados interiores. Su consumación se produce en la escenificación del “yo terrible” sufriente y salvaje. Los motivos no escapan a esta transformación: el bañista se transforma en Léda, la figura de la desesperación inspirada por una momia del Trocadéro se convierte en una alegoría de la Miseria humana, y la mujer de las olas se transforma en Ondine.

Retrato de Jacob Meyer de Haan, 1889. acuarela y crayón sobre papel, 16,2 x 11,4 cm, Nueva York, Museum of Modern Art (MoMA).

En el siguiente apartado, “Imaginando los Trópicos” se pone de manifiesto la repercusión de las tradiciones maoríes en la obra de Gauguin. Si bien él construye durante su primer viaje a Tahití un imaginario personal de la vida tahitiana, la exposición destaca aún más la importancia de estas búsquedas formales. El tema recurrente de una naturaleza “habitada” recorre las obras reunidas en esta sección, como atestiguan las pastorales y el desarrollo del tema del ser humano en la naturaleza. Dentro de este recorrido, la exposición ofrece una sala íntegramente dedicada al manuscrito de Noa Noa, muy pocas veces expuesto al público.

Manaò tupapaú (Espíritu de los muertos), 1892, óleo sobre tabla, 73 x 92 cm, Buffalo, Nueva York, Colección Albright-Knox Art Gallery.

La sección “Mitos y reinvenciones” pone de manifiesto la amplificación de la dimensión mística de la obra de Gauguin en Tahití. Ante los escasos restos escritos de la cultura tahitiana, Gauguin inventa, a partir de la tradición oral de este pueblo, un nuevo lenguaje plástico. La figura del inquietante Espíritu de los muertos (Buffalo, Albright-Knox Art Gallery), que atormentaba a los tahitianos aparece de forma recurrente en las obras de este periodo.

Jarrón con Léda y un cisne, invierno de 1887-88, arenisca parcialmente acristalada, engobes de colores, 22,9 x 20,3 x 20,3 cm, colección particular.

Y, por último, el apartado “En su decoración” se centra en el último periodo y en la obsesión de Gauguin por búsquedas decorativas, tanto en el interior como en la exploración de una naturaleza exuberante (Rupe Rupe, Museo Pouchkine). Obra de arte en sí misma, su cabaña en Hiva Oa (la Maison du Jouir) completa su búsqueda de una edad de oro primitiva. La evocación digital en forma de holograma de la Maison du Jouir, presentada por primera vez en una exposición con las estatuas y esculturas que adornaban su entrada, cierra la exposición mostrándonos cómo fue la última casa-taller de Gauguin. Una oportunidad que permite al público sumergirse en el lugar de creación del artista.

Ahaoe feii? (¡Que! ¿Estás celoso?), 1892, óleo sobre tabla, 66,2 x 89,3 cm, Moscú, Museo Estatal de Bellas Artes Pouchkine.

En definitiva, Paul Gauguin fue un alquimista que creía que “lo feo puede volverse hermoso, lo bonito, nunca”. Un creador muy difícil de clasificar por la gran variedad de movimientos y técnicas que abarcó a lo largo de su vida. Fue desde impresionista o postimpresionista a simbolista o “primitivista”; su gran legado para los artistas fue “el derecho a atreverse con todo”, algo que reivindicó en una carta que escribió en los últimos años de su vida: “(…) los pintores que hoy gozan de esta libertad estén en deuda conmigo”. Una libertad por la que el creador francés pagó un gran precio: morir solo y sumido en la pobreza.

Te nave nave fuena (Tierra deliciosa). 1892, óleo sobre tabla, 91,3 x 72,1 cm, Kurashiki, Ohara Museum of Art.

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