Cien años del TBO: un arte entrañable como pocos

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Hasta el 4 de febrero, el Museo ABC de Madrid celebra el centenario de esta publicación barcelonesa con una exposición comisariada por Antonio Guiral en la que se ha reunido a Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Superlópez, el Capitán Trueno, el Guerrero del Antifaz, las hermanas Gilda, Carpanta o el botones Sacarino

Esa reivindicación de la palabra “tebeo” frente a denominaciones más elevadas, como puedan serlo novela gráfica, noveno arte o simplemente cómic nos demuestra que aquellas historietas fueron mucho más que unas viñetas joviales y seriadas para quienes prefieren llamarlas tebeos. No son otros que aquellos niños y adolescentes que los leían con avidez hace cuarenta, cincuenta o sesenta años. Para ellos, los tebeos fueron, ni más ni menos, que uno de los pilares de su educación sentimental. Esa nostalgia de algo muy querido es el motivo de Historietas del tebeo, la muestra que hasta el próximo 4 de febrero puede visitarse en el madrileño Museo ABC.

Sobre estas líneas, página de Mortadelo y Filemón, agencia de información Pulgarcito, de Francisco Ibáñez, núm. 1.478, editorial Bruguera, Barcelona, 31 de agosto de 1959, tinta china sobre cartulina, Colección J. L. Martín. Arriba, «¡Al borde de la muerte! «, El Capitán Trueno, núm. 119, cubierta, Ambrós (Miguel Ambrosio Zaragoza) y Víctor Mora, Editorial Bruguera, Barcelona, 12 de enero de 1959 , lápiz y tinta china sobre cartulina, Colección de Diego Cantero.

Comisariada por Antonio Guiral, editor de cómics, guionista y uno de los grandes divulgadores de la historieta en nuestro país, la exposición viene a incidir en el centenario de la revista barcelonesa que dio nombre a sus pares, el mítico TBO, cuyo primer número llegó a los quioscos el 17 de marzo de 1917 y un siglo después ha sido una de las grandes efemérides del año. Porque quizás, el noveno arte –que por supuesto es tan digno como el que más– cuenta con un valor añadido que solo comparte con el cine y la música, sus pares más populares: lo íntimamente ligado que está a la experiencia personal de sus amantes.

Boceto para cubierta del «Almanaque de TBO para 1971″, de Urda (Manuel Urda Marín), lápiz sobre papel, 270 x 205 mm, Buigas, Estivill y Viña S. L., Barcelona, 1970, Colección J. L. Martín.

Antes de empezar a llamarse “cómics”, que como tan acertadamente recuerda Guiral fue a finales de los años sesenta, a los niños se les regalaban tebeos como Pumby, Jaimito o Roberto Alcázar y Pedrín, de Juan Bautista Puerto y Eduardo Vañó Pastor, los domingos, al salir de misa. Otras veces el obsequio era para que estuvieran callados en las visitas y, naturalmente, cuando convalecían en la cama de sus enfermedades. A menudo eran ellos mismos quienes reservaban su paga semanal para acudir a los quioscos y adquirir publicaciones como Hazañas bélicas, del gran Boixcar, o El capitán Trueno de Víctor Mora. Una vez leídos se atesoraban o se cambiaban como cromos, la única publicación que iba a la zaga de las historietas en la mitología de los niños de hace cincuenta años.

El Guerrero del Antifaz, «Almanaque 1948», de Manuel Gago, editorial Valenciana S. A.,, Valencia, 1947, lápiz y tinta china sobre cartulina, 340 x 240 mm.

El novelista Montero Glez recuerda cómo la maravilla de los sábados de su infancia consistía en merendar unos bocadillos de calamares, junto a sus padres, en las cervecerías de la madrileña glorieta de Cuatro Caminos. El TBO, que sus progenitores le regalaban acto seguido, a modo de colofón a la fiesta, hizo surgir en él su vocación narrativa. Sí señor, los tebeos son arte mayor, aunque los editores –que a menudo también eran los guionistas de los personajes señeros de la casa, tal era el caso de Juan Bautista Puerto– dispensaran un maltrato proverbial a sus dibujantes, a quienes no devolvían los originales y, a menudo, ni siquiera dejaban firmar sus trabajos. Ante semejante panorama, está de más decir que nadie cobraba derechos de autor.

Sin titulo, Florita, de Carme Barberá, núm. 473, Ediciones Clíper, Barcelona, 23 de enero de 1959, tinta china sobre cartulina, Colección de Paco Baena.

No hay duda de que el gran Francisco Ibáñez, el creador de Mortadelo y Filemón y tantos otros personajes inolvidables, es el paradigma de ese maltrato sistemático del que fueron objeto los grandes autores del cómic español. Pero su obra habría de calar tan hondo entre sus lectores más entregados que cuando crecieron y se negaron a dejar de seguir leyendo tebeos, como hubiera sido debido, fueron el origen del cómic adulto, que no siempre es erótico.

Roberto Alcázar y Pedrín «Almanaque para 1959″, de Eduardo Vañó, editorial Valenciana S. A., Valencia, diciembre de 1958, tinta china sobre papel, Colección de Paco Baena.

Historietas del tebeo repasa tan dulce arte desde las primeras revistas surgidas en la primera década del amado siglo XX –TBO, Pulgarcito, Macaco– hasta Tótem y el resto de las publicaciones para adultos que vieron nacer los años setenta. De los cuadernos apaisados El guerrero del antifaz, Hazañas bélicas, Roberto Alcázar y Pedrína los impagables fascículos de la editorial Buru Lan Flash Gordon, Príncipe Valiente, Drácula–; desde Flechas y pelayos, el tebeo de la España oficial de la posguerra, hasta Florita, Claro de luna, Sissi y las revistas femeninas. Todo el tebeo español está en esta exposición. Ése es el recorrido que nos propone una muestra que celebra la nostalgia de las viñetas que expone a través de su riguroso estudio.

Aventuras de Lalita Florita, de Pili Blasco ((Pilar Blasco Monterde), núm. 104, Ediciones Clíper, Barcelona, 23 de noviembre de 1951, tinta china sobre cartulina, Colección de Ramon Serra Massana.

Javier MEMBA

Zipi y Zape, Pulgarcito, núm. 194, de Escobar (Josep Escobar i Saliente), editorial Bruguera, Barcelona, 1950, tinta china sobre papel, Colección de Antoni Guiral.

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