Jean-François Niceron: el mundo visto desde otra perspectiva

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Curiosas reflexiones. Las anamorfosis y la magia de las imágenes se centra, a través de las obras de este matemático y artista, en el efecto de una ilusión óptica gracias al cual una imagen se presenta torcida, incomprensible, y solamente desde un punto concreto de observación o a través del instrumento apropiado se puede ver correctamente. Palacio Barberini (Roma), hasta el 10 de junio

El mundo visto desde otra perspectiva: la anamorfosis en el arte es una pintura o dibujo que sólo ofrece una imagen regular desde un determinado punto de observación; en física es la producción de una imagen deformada por un sistema óptico. De hecho, como el término griego sugiere, es una técnica de “reconstrucción” o “regeneración” de la forma, y constituye un caso especial de aplicación de las reglas de la perspectiva lineal (o “perspectiva artificialis”), ratificadas a partir de los pintores Brunelleschi, Leon Battista Alberti y Piero della Francesca en el siglo XV.

Sobre estas líneas y arriba, Anamorfosis. Allestimento.

Tras esta premisa, la exposición, comisariada por Maurizia Cicconi y Michele di Monte, se concentra en  las obras de Jean-François Niceron (París, 1613-Aix-en-Provence, 1646) conservadas en el museo romano para adentrarse en el proyecto de poner en valor las colecciones permanentes y en un programa didáctico-científico, que durante el año 2018 estará dedicado a las relaciones entre arte, geometría y matemática.

Así pues,  el tema que ahora se desarrolla en la planta baja del Palacio Barberini es el “anamorfismo”: el efecto de ilusión óptica gracias al cual una imagen se presenta torcida, incomprensible,  y se hace inteligible solamente colocándose en el único punto de observación correcto, o bien a través de un instrumento apropiado capaz de ofrecer una justa lectura.

Si bien la teoría y la práctica de la anamorfosis alcanza su mayor apogeo en época barroca, en realidad constituye el epicentro técnico de la teoría de la perspectiva del siglo XVI, resultado de los progresos alcanzados en el campo de la geometría proyectiva y de la óptica. Mientras el éxito de las anamorfosis se debe a una profunda conexión con la estética del XVII, con su obsesión por el tema de la ilusión, el oximorón, la paradoja y el contrasto… y, sobre todo, con esa metáfora “radical” que reconoce en la experiencia visual –y no sólo artística– una característica basada esencialmente en lo espectacular.

Y uno de los más interesantes protagonistas de esta compleja conyuntura es el matemático y teólogo francés Jean-François Niceron, que entra muy joven en la orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, dedicándose precozmente al estudio de la óptica y de la perspectiva, con  fructíferos resultados.

De hecho, Niceron no fue solo un téorico de la perspectiva, dejó algunos ensayos de su “magia artificial”, entre estos el famoso fresco anamórfico de San Juan en Patmos, realizado en los corredores del convento romano de la Trinidad de los Montes. Guiado por los precoces experimentos del célebre pintor francés Simon Vouet (París, 1590-1649), Niceron realizó algunas anamorfosis circulares observables únicamente a través de un espejo cilíndrico.

Cuatro de estas pinturas, que se remontan a 1635, se conservan en los depósitos del Barberini, raramente expuestas al público, debido a la dificultad práctica para la correcta presentación de la imagen representada.

Además, se presentan dos ejemplares de las obras impresas del fraile francés La Perspective curieuse y el Thaumaturgus opticus, acompañadas de un dispositivo para consultar fácilmente la la versión digital de los textos, ilustrados por un rico conjunto de tablas, dibujos y diagramas, así como el curioso “anteojos anamórfico” de Niceron, que permite al visitante ver una imagen que no existe.

Niceron publicó en 1638 el conocido tratado La Perspective curieuse, magie artificielle des effets merveilleux de l’optique par la vision directe, que se volvió a publicar posteriormente en una edición ampliada y traducida al latín en 1646, titulado Thaumaturgus opticus, reeditado en francés en 1652.

Con relación a esta imagen ”torcida”, fue a partir del Renacimiento cuando diversos pintores utilizaron la técnica del anamorfismo para esconder significados alternativos en una obra. Conviene recordar a Leonardo da Vinci, que ha trazado en algunos de sus apuntes varios ejemplos de figuras anamórficas, o a Hans Holbein el Joven en cuya pintura Embajadores se puede apreciar una extraña figura: efectivamente, observando el cuadro desde la parte derecha manteniendo los ojos cerca del lienzo, se puede ver claramente que la figura anamorfizada es una calavera.

Algunos artistas contemporáneos, como el inglés Julian Beever, se han especializado en pinturas de muros o de aceras anamórficas de manera tal que los espectadores puedan percibir cavidades u objetos tridimensionales que no existen en la realidad. Otros autores, como el italiano Alessandro Diddi o el holandés Ramon Bruin, realizan sobre papel sus dibujos anamórficos creando la ilusión al observador de que éstos salen del papel interactuando con los objetos y los elementos reales de su alrededor.

Carmen del VANDO BLANCO

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