Magdalena, la santa descarriada

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Magdalena penitente, atribuido a Trophime Bigot, finales del siglo XVI, principios del siglo XVII, óleo sobre lienzo, 58 x 86 cm. Todas las obras, Museo del Prado, Madrid.

La peripecia iconográfica de un singular personaje bíblico es sujeto de una curiosa muestra, en tres sedes en Francia, que analiza la representación de la supuesta prostituta, glorificada por la Contrarreforma como símbolo viviente de la salvación a través de la expiación.

María de Magdala, personaje de historicidad dudosa y auténtico comodín teológico y devocional, constituyó durante mucho tiempo el mejor pretexto para la representación artística de una mujer bella desnuda o semidesnuda, en lánguida o apasionada actitud que podía aludir a éxtasis místico o contener una sugestión erótica más o menos disfrazada, y envuelta en una larguísima cabellera suelta, llena de ondas y rizos.

Una imagen, en fin, que mal se hubiera tolerado –sobre todo en España– después del Concilio de Trento de no existir justificaciones de otro orden: los autores de algunos textos religiosos y eclesiásticos hacen la vista gorda ante lo que consideran primordialmente idónea encarnación del arrepentimiento y la penitencia, pues la conversión de cada pecador es el objetivo básico de Trento y el mensaje sacramental deviene fundamento del catolicismo contrarreformista a la par que arma para combatir los dogmas protestantes de la predestinación y la salvación por la fe, sin necesidad de obras.

"La Magdalena leyendo", por Adriaen Isembrandt, primera mitad del siglo XVI, óleo sobre tabla, 45 x 34 cm.

«La Magdalena leyendo», por Adriaen Isembrandt, primera mitad del siglo XVI, óleo sobre tabla, 45 x 34 cm.

En este contexto, la desnudez provocativa de la Magdalena se destiñe de erotismo para ser explicada como símbolo visual de renuncia al mundo; en cierto caso se llega a decir que la santa ardía en amor divino y por eso no podía soportar las vestiduras.

Esta campeona de la ambigüedad iconográfica surgió, además, de una confusión de identidades: los datos aportados por los cuatro evangelistas no concuerdan entre sí y parecen referirse al menos a tres personas distintas, y no digamos cuando posteriormente se añaden los textos apócrifos y las leyendas medievales. Lucas habla de una pecadora sin nombre que irrumpe en el banquete en casa de Simón para lavar los pies de Cristo con sus lágrimas, secarlos con sus cabellos y ungirlos con costosos perfumes, hecho criticado por los circunstantes como un derroche.

"La Magdalena", por Marcellus Coffermans, 1568, óleo sobre tabla, 80 x 200 cm.

«La Magdalena», por Marcellus Coffermans, 1568, óleo sobre tabla, 80 x 200 cm.

No mucho después alude a una María, llamada Magdalena, de la cual expulsó Cristo a siete demonios y que desde entonces se sumó a sus seguidores junto con otras mujeres (en lo que hay coincidencia general) y se contó entre los más próximos a él, lo que le vale tener una presencia especial en la Crucifixión junto con la Virgen y Juan, según cuenta precisamente el evangelista Juan, quien, como el más poético de todos, relata –a diferencia de los otros, que presentan a las “tres Marías” acudiendo al sepulcro con sus ungüentos y encontrándolo vacío– el episodio que ha venido a ser célebre en el arte como Noli me tangere, que la convierte en testigo privilegiada de la Resurrección.

Todos estos momentos se funden entre sí y también con la vida de María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta y representante de la vida contemplativa en tanto que esta última lo es de la activa. Es curioso que sus atributos esenciales y más perdurables, el tarro de perfumes y la cabellera suelta, procedan del episodio de la pecadora, a quien la tradición se apresuró a identificar como una prostituta.

"La Magdalena en casa del fariseo", por Pieter van Lint (copia de la obra de Rubens), siglo XVII, óleo sobre lámina de cobre, 67 x 92 cm.

«La Magdalena en casa del fariseo», por Pieter van Lint (copia de la obra de Rubens), siglo XVII, óleo sobre lámina de cobre, 67 x 92 cm.

La Iglesia oriental continuó distinguiendo a las tres mujeres, pero la latina, sobre todo a partir de la decisión del papa Gregorio Magno en el siglo VI, las fundió en una; la adición de sucesos fantásticos y milagrerías culmina en el siglo XIII con la Leyenda Dorada –cuya lectura se desaconsejará en la Contrarreforma–, que recoge la tradición de su llegada en barco a Marsella, su predicación y su prolongada penitencia en la cueva provenzal de la Saint-Baume, tema de la mayoría de las representaciones pictóricas de la santa en el Barroco.

El arte, como siempre, se hizo eco de esta multiplicidad de sugerencias y funciones y desarrolló una variadísima panoplia de interpretaciones, primero de forma predominante en ciclos y luego en episodios independientes, que puso al servicio de los requerimientos y preocupaciones de cada época, con las lógicas variantes en cada entorno cultural y religioso. Una exposción analiza ahora esta peripecia iconográfica del controvertido personaje bíblico.

Más información y reportaje completo en el número 211 y nuestro quiosco digital.

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