Eduardo Chillida: construir el espacio

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«Todos los hombres somos hermanos. ¿No será el horizonte nuestra patria común? ¿No será también el presente en el que vivimos otra frontera, otro límite, otro lugar sin dimensión como el horizonte? Todas estas interrogantes y otras muchas forman parte de la naturaleza y hacen que mi obra busque en ella y en sus leyes todo lo que, siendo patente, es difícil de alcanzar«.

Así hablaba Eduardo Chillida sobre los límites, sobre las fronteras que aprisionan a los seres humanos y que ellos mismos construyen como consecuencia de sus debilidades y complejos. Por eso levantó en el gijonés cerro de Santa Catalina su magnífico Elogio del horizonte, para recordarnos a todos que el mundo es nuestro límite y que debemos tener los brazos y las mentes abiertas para lograr alcanzar y comprender la inmensidad de otros pueblos, otras culturas, otras gentes. La obra de Eduardo es universal porque, a pesar de anclar sus raíces en su amada tierra vasca, extiende y alza sus brazos a cualquier otra con la sencillez y humanidad que siempre le caracterizó.

Avilés ha querido celebrar este año 2024 el centenario del nacimiento del genial artista donostiarra con una muestra que recorre su trayectoria vital, preservando la identidad única de su creación a través de las distintas etapas de su producción, siempre con la honestidad que le caracterizó en vida, pleno del misticismo y de la estética personal que imprimió a sus obras. A través de quince emblemáticas producciones procedentes de su casa museo Chillida Leku en Hernani y que engloban desde obra gráfica hasta escultura realizada en madera, yeso, alabastro, bronce, hierro y tierra chamota, nos acercamos a la personalidad de un místico que diluye su sensibilidad estética en el espacio en el que su obra cobra sentido.

Mano, 1981, papel y tinta. 20,1 x 14,5 cm. Foto Mikel Chillida.

Chillida empleó en sus composiciones el lenguaje propio de los materiales, estudiando y analizando lo que cada uno de ellos trataba de comunicarle. Sus temas son universales, imbuidos de una estética humanista que proporciona al espectador el recogimiento del que como hombre disfrutaba.

Fue así como, tras comenzar sus estudios de Arquitectura, los abandonó para marchar a Paris en 1948, con apenas 24 años, impulsado por su abuela Juana (amiga y cliente asidua del modista Balenciaga) y desarrollar allí sus cualidades como artista. Sus continuas visitas al Museo del Louvre para admirar la escultura griega arcaica terminaron por inspirar sus primeras obras, centradas en el cuerpo humano y en la luminosidad propia de las culturas mediterráneas, decantándose por el uso del yeso como material para modelar. También comenzó por aquel entonces a dibujar, especialmente manos, sus manos, que se plegaban y giraban en un intento por atrapar el espacio, por capturarlo, para después entregarlo a la insondable naturaleza misma del arte.

Eduardo expuso en el Salón de Mai de la capital del Sena. Las críticas fueron muy positivas, pero él aún no había encontrado su camino. Por eso regresó al País Vasco, para retornar a su esencia y así recuperar su espíritu vital. Se asentó con su familia en Hernani y comenzó a trabajar con el hierro, en una lucha directa con el material. Así sus trabajos más relevantes se llevaron a cabo en la forja industrial de Patricio Echeverría en Legazpi o en la fábrica Sidenor de Reinosa. Expuso en Madrid, en París y obtuvo el premio internacional de escultura de la Bienal de Venecia en 1958. Desarrolló entonces el tema del collage, con la idea de superponer papeles recortados inter conexionados entre sí, empleando colores negros, beige y marrones a veces mezclados con tinta china.

Sin título, 1972, cartón, tinta y papel. 63 x 59 cm. Foto Mikel Chillida.

En 1961 realizó sus primeras esculturas en madera denominadas Abesti gogorra (que en euskera significa “canto rudo”) y en las que se reencontró con la tradición artesanal de su tierra vasca en una constante preocupación por el espacio y el diálogo con el vacío. “Yo estoy tratando de hacer la obra de un hombre, la mía, porque yo soy yo y, como soy de aquí, esa obra tendrá algunos tintes particulares, una luz negra que es la nuestra”.

En 1965 comenzó a emplear un nuevo material, el alabastro, reconciliándose con el arte griego al que tanto veneró en sus comienzos y recuperando la luminosidad que le proporcionaba el material, pero esta vez más oscura y cercana a las tonalidades grisáceas de su tierra norteña.

Así, tras números reconocimientos y exposiciones a nivel internacional, Chillida dio un paso más y, en 1973, descubrió, en un viaje a Saint Paul de Vence de la mano del ceramista Hans Spinner, la tierra chamota, una arcilla que comenzó a emplear en bloques compactos y macizos de tierra primigenia apenas manipulada. Estas obras denominadas Lurrak o “tierras” eran masas sólidas cocidas en horno de leña que adquirían diversas tonalidades atendiendo al tiempo de cocción y a su colocación en el interior del horno.

Pero Eduardo sintió la necesidad, no solo de experimentar con los materiales escuchando los reclamos y lenguajes de cada uno de ellos, sino el buscaren sus obras el compromiso con la colectividad, con la tierra a la que pertenecía y con el ser humano. La paz, la libertad y la tolerancia fueron algunas de las razones más significativas de creación de muchas de sus principales piezas públicas, colocadas en lugares urbanos o en entornos naturales. Impactos de alma, bloques de la identidad que buscaba a cada paso que daba. Así instaló su famoso Peine del viento XV en 1977 en su San Sebastián natal o su excelente Elogio del horizonte de 1990 en Gijón.

En 1985 realizó en papel sus primeras Gravitaciones, papeles cosidos entre sí mediante hijo que cuelgan de paredes dejando que el aire los meza de modo íntimo, no exento de cierta musicalidad. Por eso no podemos olvidar la importancia de la música en la obra de Chillida, en constante armonía con el espacio y con la proporción.

Gravitación, 1992, papel, tinta y cuerda, 28,5 x 28 cm. Foto: Mikel Chillida.

La obra de Eduardo se sitúa más cerca de lo emocional que de la propia estructuralidad y conocimiento de los materiales, pues se mueve siempre con determinación entre las relaciones del ser humano con el entorno y consigo mismo. Su intelectualidad es una actitud activa que indaga en la conciencia y que se concreta en la construcción emotiva y generadora de vida. Siempre en una continua narración de la existencia, en una incesante búsqueda de posibilidades experimentales y colaborativas. El espacio lo es todo para el artista y necesita construirlo, haciéndose acompañar de la musicalidad de los materiales y de la poesía del tiempo y del silencio. Y, junto al espacio, la arquitectura que se levanta en lugares comunes y que embriaga con sus aromas el leve discurrir de una vida tranquila, aunque en constante búsqueda.

Pero, sin lugar a dudas, la obra más importante de su trayectoria como hombre y como artista fue la adquisición, en 1983, junto a su esposa Pilar Belzunce, de la finca de Zabalaga en Hernani, actual sede de su hogar y de la esencia misma de su espíritu: el Chillida Leku. “Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y que la gente caminara entre ellas como por un bosque”. Eduardo lo logró. El sueño cristalizó en un espléndido espacio donde arte y naturaleza viajan juntos para proporcionar al caminante la magia que confiere la obra del genio. Sin un orden preestablecido y rodeado de robles, magnolios y hayas, el curioso viajero ocasional avanza hasta acariciar el monumental acero y granito que construye las palabras de Chillida. Un lenguaje inmortal, casi místico que culmina bajo los muros del caserío. Una construcción rural del siglo XVI, de entramado de madera y muros de piedra, presidido por el escudo de la familia Zabalaga en su fachada norte. En él el pasado, el presente y el futuro convergen, se reconocen, dialogan y se muestran.

Retrato fotográfico de Eduardo Chillida, 1998. Foto: Luis Cobo Calderón.

Trabajo para conocer y doy mayor valor al conocer que al conocimiento. Creo que debo tratar de hacer lo que no sé hacer, intentar ver donde no veo, reconocer lo que desconozco, identificar en lo desconocido”. Sin lugar a dudas Eduardo Chillida lo logró a través de una obra plena de libertad y con sus manos abiertas al mundo.

Dra. Alicia Vallina, comisaria de la exposición

Eduardo Chillida. Construir en el espacio

Casa Municipal de Cultura (Avilés, Asturias)

Hasta el 3 de marzo de 2024

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