Jaume Plensa: silencio, belleza y dignidad

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El rostro de cada uno de los otros nos interpela. A pesar de “la muerte de Dios”, que equivale a la pérdida del fundamento, diagnosticada por Nietzsche, y del consiguiente desierto del nihilismo que avanza, contamos con razones para no abandonarnos, para comportarnos éticamente: “Si Dios no existe, ¿está todo permitido?” No, Dostoievski, la ética no se funda en Dios, sino en cada uno de nuestros semejantes, los otros, a los que distinguimos por sus rostros, espacio donde se entretejen los sentimientos, las palabras y las identidades.

Frente a la deshumanización de las artes durante las vanguardias, tal como observaba Ortega y Gasset, y que tal vez guarden una estrecha correlación con los conflictos bélicos –¿no percibimos en cierto modo tal como representamos el mundo?–, la obra de Jaume Plensa retorna al humanismo y, en especial, a partir de donde tradicionalmente se ha definido la identidad: el rostro, los rostros, “resumen del cuerpo humano”.

Sobre estas líneas, Wonderland, una obra de Jaume Plensa ubicada en Calgary (Canadá). Más arriba, su escultura El alma del agua, instalada en 2021 a orillas del Hudson en Nueva Jersey frente a Manhattan.

Mejor en plural, de lo contrario es más probable caer en la tentación de lo que Amin Maalouf denominó “identidades asesinas”: esa tribal y fanática costumbre de reducir la multiplicidad de aspectos de los que se compone la identidad de un ser humano a una sola que se rechaza (esclavo, negro, moro, mujer, judío, inmigrante…) que con frecuencia se deshumaniza con expresiones de animales (zorra, rata, sabandija…) con el fin de justificar y legitimar la violencia y la instrumentalización de los seres humanos.

Por el contrario, las esculturas de Jaume Plensa nos inspiran a recogernos en silencio, a no precipitarnos, a contemplar la singularidad de cada uno, lo único e irrepetible de cada ser humano. Aún más, muchas veces representa a personas con los párpados cerrados, como si mirasen hacia dentro, hacia el interior, donde somos todavía más únicos e intransferibles. Esta forma de representarnos se encuentra en las antípodas de la lógica del capitalismo salvaje y la tiranía de la inmediatez de las nuevas tecnologías de los medios de intoxicación de masas, donde con frecuencia somos reducidos a cifras abstractas.

Y es evidente que resulta más fácil acabar con las cifras abstractas que con las vidas de personas. En este sentido el arte puede mostrar resistencia. El añorado Javier Marías lo expresaba en estos términos: “La ventaja –si es que es una ventaja– del novelista es que no puede ver nunca a la gente abstractamente, mientras que un terrorista tiene que verla abstractamente para poder poner una bomba y matar de manera indiscriminada. Para un terrorista la gente no es gente del todo, son números de víctimas, y un novelista no puede o nunca debería ver abstractamente a la gente”.

En un célebre fragmento de una obra decisiva para el devenir de la modernidad y, en particular, del concepto de “dignidad”, Pico della Mirandola escribió: “No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, la imagen y los empleos que desees para ti, esos los tengas y poseas por tu propia decisión. Para los demás, una naturaleza contraída dentro de ciertas leyes que le hemos prescrito. Tú, no sometido no sometido a cauces angostos, te la definirás según el arbitrio al que te entregué. Te coloqué en el centro del mundo para que volvieras más cómodamente la vista a tu alrededor y miraras todo lo que hay en ese mundo. Ni celeste ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a tu gusto y tu honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión”.

Es en la plasticidad del comportamiento humano –recordemos que el más destacado de nuestros científicos, Santiago Ramón y Cajal, aplicó la misma metáfora al cerebro, somos escultores de nuestro cerebro–, en su capacidad para razonar y a la vez ejercer la libertad-responsabilidad, en definitiva, en su poder para esculpirse a sí mismo, donde sitúa la dignidad Pico della Mirandola. Pero en cada acción que llevamos a cabo, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, no sólo vamos revelando cómo somos, sino que además nos vamos esculpiendo, haciendo a sí mismo. Esculpir es al mismo tiempo esculpirse.

Constelaciones, obra de Plensa en el Gran Teatro del Liceo, Barcelona, 2022.

La vida humana también es, al menos hasta cierto punto, una creación nuestra, si bien más trágica que cualquier obra de arte, pues define no ya nuestras capacidades creativas, sino nuestros severos límites, humanos, demasiado humanos. Límites que imponen las circunstancias y la fatalidad de la historia, y en medio de los cuales procuramos con más o menos suerte salir a flote por medio de nuestra creatividad.

Curiosamente Jaume Plensa ha insistido a lo largo de sus declaraciones públicas en esta visión: “No se trata de crecer como artista sino como persona humana: el arte es consecuencia de esta premisa” (02/03/2011). Más adelante ha repetido: “Siempre he dicho que el gran arte material son las ideas. El arte no es una dirección, sino la consecuencia de tu vida. Evolucionando como persona, la obra crece contigo” (16/06/2014).

Además de escultor y grabador, dibujante, creador de decorados para montajes de ópera y teatro, principalmente de La Fura dels Baus, creador de vídeo-proyecciones e instalaciones acústicas, Jaume Plensa es poeta y se inspira con frecuencia en la poesía. En numerosas entrevistas, en las que acostumbra a citar versos de memoria, Plensa ha declarado: “Me han atraído siempre los poetas y me he identificado con ellos y su visión global del ser humano. Canetti, Dante, Shakespeare, Blake, Valente… Mis referencias con los poetas, no los artistas” (16/08/2014).

A lo largo de la historia los artistas se han alimentado entre sí. Sin ir más lejos, Picasso se relacionaba más con poetas y escritores que con artistas plásticos. ¿Qué hay en común entre las artes? Indico algunos vínculos: 1) Cada una es un lenguaje, una puerta de acceso al mundo de la percepción, comprensión, interpretación y comunicación de los seres humanos; 2) Presupone ciertos grados de libertad para crear, explorar, experimentar, descubrir, conocer; 3) En este sentido es una aventura que no se sabe adónde desemboca; 4) Puede representar aspectos de cualquiera de nosotros, de la condición humana; 5) Parte de ciertos márgenes de libertad y aspira a ampliarlos.

Jaume Plensa concibe el proceso de creación como “la mejor forma de plantearme una pregunta” (Revista de Occidente, 1992, p. 69). Guarda un estrecho parentesco con la filosofía y las ciencias. No se puede cultivar ninguna de estas disciplinas sin preguntas, como sin duda: “Ni Copérnico ni Darwin tenían certezas”. El artista, al igual que el filósofo o el científico, es aquel que posee el coraje de carecer de certezas. Por ello cada uno camina a tientas.

Retrato reciente del artista tras ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

“La duda –ha reconocido Plensa– conlleva la idea de la pregunta, y es en este punto donde se implica con mi obra. Si nos sumergimos en la historia veremos que las grandes preguntas siguen sin respuesta. En mi opinión la escultura es la mejor forma de plantear una pregunta” (Chaos-Saliva, pp. 58-59). También el ejercicio de la filosofía y de hacer ciencia está íntimamente vinculado con la pregunta que abre un espacio que tal vez se desconocía. Si no se formula adecuadamente una pregunta cabe la posibilidad de que nos perdamos por laberintos.

Mas, a diferencia de las ciencias, en el arte como en la filosofía, no se trata tanto de responder de manera pragmática a una pregunta como de profundizar en la misma. Sabemos bien que sin las preguntas se momifica el conocimiento. Las preguntas, al igual que las dudas, lo regeneran. Por ello podríamos concluir con el científico Jorge Wagensberg: “Sólo tengo fe en la duda”. Es una concepción que atraviesa la historia de estas disciplinas desde Sócrates a Szymborska, pasando por Descartes o Richard Feynman.

“El arte es un milagro con una capacidad extraordinaria para unir a las personas”, ha declarado Plensa. Antes de juzgar procura comprender, y esto nos impulsa a abrirnos y confesarnos como raras veces lo hacemos. Así tiene lugar el abrazo solitario y solidario del arte, pues gracias a la expresión introspectiva de un artista nos comprendemos y comunicamos, y acaso nos reconciliamos con aspectos de nosotros que quizá permanecían incomprendidos y marginados. Y, aunque no hay arte sin individualidad creadora, el arte es hondamente democrático: nos acoge a todos, sin excepciones, incluidos esos yoes que son abortados por rechazo o social o de los otros.

Respecto a la génesis de esas esculturas tejidas de letras, ha confesado Plensa: “Lentamente la palabra fue penetrando en mi obra de forma táctil y física. Era el ensueño de creer que la vida nos va tatuando permanentemente textos en la piel con tinta invisible y que, por azar, alguien podrá leerlos creando una complicidad, eso que llaman química. Debido a mi origen las letras empezaron siendo latinas, pero en este mundo global deseaba crear una obra que representara a todos, y así empecé a mezclar alfabetos de otras culturas. Las piezas cogieron un dinamismo especial. Así nacieron esas grandes figuras que podemos penetrar y acariciar como una madre que nos abraza” (16/08/2014).

Escultura Alma del Ebro creada por Jaume Plensa para la Expo 2008 de Zaragoza.

Esa complicidad, esa química, ¿no reside en reconocer que lo que nosotros sentimos y/o pensamos lo han acertado a expresar otros? Este es el abrazo solitario y solidario del arte, porque como verdaderamente cala la experiencia es en silencio y soledad. Por lo demás, el deseo de representar a todos es común a las artes, cuyo valor más elevado es precisamente la universalidad. En la poesía moderna al menos desde Walt Whitman a Jorge Luis Borges, desde Fernando Pessoa a Vicente Aleixandre, desde Pablo Neruda a Octavio Paz, “el poeta canta por todos” (Aleixandre).

Concluyamos cediéndole la palabra al artista: “Lo fundamental en el espacio público no es solo que tu obra sea bella, sino que haga más bello todo lo que tenga a su alrededor. Que se convierta en un todo indivisible (…) La belleza es el gran vínculo con todo y con todos, el gran lugar donde la memoria de toda la gente se encuentra”. ¿Acaso no hay fealdad en no pocas experiencias de la vida? Por supuesto, pero al expresarlo con arte y sinceridad, al reconocernos en ello, hay también belleza, belleza y verdad.  

Sebastián Gámez Millán

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