Anna Karina sigue bailando en Madison

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Hace algunos meses fallecía Claudine Huzé, Marie Dubois para el cine, una de las sonrisas más luminosas de la Nouvelle Vague. Trabajo con el gran Truffaut en películas como Tirad sobre el pianista o Jules y Jim, y con Godard protagonizó Una mujer es una mujer

Parece ser que el gran Truffaut fue el responsable de que Claudine Huzé cambiase su nombre por ese de Marie Dubois con el que esta actriz protagonizó para él Tirad sobre el pianista (1960). Una mujer es una mujer (1961), de Jean-Luc Godard, y Jules y Jim (1962), una nueva colaboración con Truffaut, se sucedieron en los comienzos de la filmografía Marie. Unos años antes, aunque no figura en los créditos, la entonces incipiente intérprete ya había participado en Le signe du lion (1959), el primer largometraje de Eric Rohmer.

Fotograma de la película Jules y Jim.

Fotograma de la película Jules y Jim.

En las innumerables ocasiones que he visto y revisado todas estas películas, he llegado a la conclusión de que la de Marie fue una de las sonrisas más luminosas de la Nouvelle Vague. Hace algunos meses, tras la noticia de su fallecimiento, tuve oportunidad de ver algunas de sus últimas fotografías y comprobé, con la misma nostalgia que verifico cómo se desintegra cuanto de una u otra manera constituyó mi mitología, que en el otoño de esta actriz, como en el del común de los mortales, su gracia se había eclipsado. Pero había algo más que el desmoronamiento de aquella sonrisa.

Fotograma de Tirad sobre el pianista.

Fotograma de Tirad sobre el pianista.

Vaya por delante que al escribir esto no pretendo menoscabar de ninguna manera un cine que admiro incansablemente desde que tuve por primera vez noticia de él hace treinta y cinco años, en los albores de mi cinefilia. Me limito a consignar la verdad al admitir que, desde hace algunos meses, vengo observando que las cintas de la Nouvelle Vague han perdido esa modernidad que hasta hace poco irradiaban algunas de sus imágenes. Todavía era en la pasada década cuando en algunos spots publicitarios se imitaban los gestos y ademanes de Patricia Franchini (Jean Seberg) y Michael Poiccard (Jean-Paul Belmondo) en Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960). Sin embargo, en las últimas revisiones de esas cintas, cuando por un motivo u otro he tenido que volver a escribir sobre ellas, la modernidad de antaño se ha ido tornando en esa pátina que el tiempo otorga a las películas grandes y conmovedoras, cuando las convierte en clásicos.

Marie Dubois.

Marie Dubois.

Lo malo es que ahora no hay modernidad cinematográfica que valga. Con mucha manga ancha, lo más aproximado sería el cine independiente, que, como el resto de los nuevos cines surgidos desde el nuevo cine alemán de los años 70, también es claramente deudor de esa Nueva Ola francesa que ya es un clásico. Merced a esa pantalla estadounidense enseñoreada de la cartelera actual del mundo entero, que en su agotamiento ha encontrado en los efectos especiales un filón con el que apabullar a un público a base de planos sin más mérito que su aparatosidad, la imagen más representativa del cine de nuestro tiempo es espuria, un mero trucaje. Yo entiendo por modernidad una estética surgida de la inspiración de unos autores contemporáneos, que no de los prodigios de la técnica, que rompe con lo establecido anteriormente y consigue magnetizarme hasta la emoción. De eso no hay ni un poco en una cartelera en la que, de puro agotamiento, predominan las sagas, remakes, reboots y segundas partes.

Fotograma de Adiós al lenguaje, de Godard.

Fotograma de Adiós al lenguaje, de Godard.

Con ese telón de fondo, el gran Godard cumplió el pasado otoño 84 años. Su discurso, tanto en su forma como en su fondo, seguía siendo objeto de encendidas controversias. Adiós al lenguaje (2014), su última cinta, aún enerva a cuantos se niegan a entender que en su cine no hay más regla que la ausencia total de reglas. Entre las citas literarias que trufan sus secuencias, hay una en Banda aparte (1964) de T. S. Elliot. Está escrita en el encerado de la academia de inglés a la que asiste Odile (Anna Karina). Reza que lo clásico es igual a lo moderno. Ahora se me antoja lúcida y esplendorosa, como el Madison que Odile baila en esta misma cinta, flanqueada por Franz (Sami Frey) y Arthur (Claude Brasseur).

Ya de antiguo tengo por «clásico» lo que perdura como ejemplo. Pero al volver ahora sobre la carrera de Odile, Franz y Arthur a través de Louvre, para comprobar que me sigue conmoviendo como nunca lo ha hecho el más espectacular de los efectos especiales, también me rindo ante la modernidad de los clásicos.

Javier MEMBA

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