París, la ciudad que inició allá por 2002 esta fiesta cultural de vocación ciudadana y vanguardista, celebró el pasado 1 de octubre su 15ª edición. El Sena, un poema alegórico del Renacimiento italiano y un viaje iniciático en busca del amor fueron los protagonistas de las casi 40 obras del programa oficial, y de las más de 100 del recorrido paralelo
París como ciudad del amor, un cliché como otro cualquiera. Pero, en este caso, una necesidad. La necesidad de recuperar el calor y el afecto, los grandes olvidados en estos tiempos de frialdad y hostilidades varias. Y más aún en una ciudad que, más allá de la idílica postal reservada a los turistas, en el día a día se manifiesta más bien como una gran metrópoli capitalista marcada por las prisas, los empujones en el metro y cierta impaciencia y frialdad en el trato; sin mencionar la desconfianza y el miedo hacia una remota amenaza que todavía se perciben en la sociedad parisina. Por eso, teniendo todo ello en cuenta, la propuesta de una Noche en Blanco motivada por la búsqueda del amor como motor de una transformación personal no parece tan banal.

Sea Island, de Rodrigo Braga, 2013, cortesía del artista. Arriba, De Amore 2. LErmitage des consolations, de Estelle Delesalle y Jean Marc Ferrari, 2016, cortesía de los artistas.
Por decimoquinta vez, las calles de la ciudad se llenaron de arte en el espacio de una noche. El proyecto, que nació en París en 2002 con la vocación de acercar la creación artística contemporánea a los ciudadanos siguiendo unos criterios de gratuidad, sostenibilidad, calidad artística e internacionalización de los proyectos –y que se extendió en los años siguientes a otras ciudades de Europa y del mundo-, reunió en esta edición un total de casi 40 obras en torno a una temática común. Como hilo narrativo, un viaje: el que emprende el enamorado Polifilo en busca de la ninfa Polia, que se le ha aparecido en sueños y a la que ama sin ser correspondido. A través de mil y una aventuras, fantásticas y peligrosas –que le conducirán por paisajes de ruinas, palacios y templos antiguos hasta el definitivo encuentro con su amada en la isla de Citera, emblema universal del amor-– Polifilo experimentará una evolución, una renovación. Se trata del viaje como metáfora del crecimiento personal, presente en todo cuento que se precie, y que en este caso se proponía al público de la Nuit Blanche parisina como un desafío: como una invitación a atravesar, como el protagonista, las distintas pruebas y emociones evocadas en cada etapa del recorrido.

Le pouvoir de Frau Minne sur le coeur des hommes, del maestro Caspar de Ratisbonne, 1479 © Staatliche Museen Preussicher Kulturbesitz.
La historia, tomada del relato del Humanismo renacentista el Sueño de Polifilo (Hypnerotomachia Poliphili en el texto original, escrito en Venecia en 1467 y cuya autoría, aunque atribuida a Francesco Colonna, permanece anónima), ha sido adaptada para la ocasión por Yannick Haenel a una novela, Le Retour des temps désirables, y publicada como un folletín por entregas en varios periódicos gratuitos de la capital los días anteriores al evento. El proyecto, impulsado como siempre por el Ayuntamiento de París (que provechó la coyuntura para apoyar la candidatura de la ciudad a los Juegos Olímpicos de 2024), contó este año con la dirección artística de Jean de Loisy y su equipo del Palais de Tokyo –centro de creación contemporánea de referencia en la ciudad–, así como con la agencia Eva Albarrán, al frente de la producción y la mediación.

Abraham Poincheval.
En cuanto al itinerario, fue diseñado por primera vez para recorrerse sin interrupción (unas dos horas y media a pie) y casi enteramente en espacios exteriores, con el fin de evitar las tan temidas colas de ediciones anteriores. Propuesto para realizarse de este a oeste de la ciudad, y a lo largo de las orillas del Sena, el evento había empezado en realidad una semana antes. En la Gare de Lyon, dos proyectos esperaban desde el lunes 26 de septiembre la llegada de Polifilo a la capital: por una parte un cortejo de gatos, figura emblemática del francés Alain Séchas, pintados en un inmenso mural en la galería de frescos de la estación. Por otra, la valiente performance de Abraham Poincheval, que permaneció subido a un mástil de 20 metros durante los 6 días y las 5 noches precedentes, aislado entre tierra y cielo en la explanada de la estación, equipado de lo estrictamente necesario para la supervivencia y en condiciones de total autonomía, como los eremitas estilitas de los primeros tiempos del cristianismo.

Celui qui tombe, de Yoann Bourgeois, 2014. Foto: Géraldine Aresteanu. Coutesía de la artista y Géraldine Aresteanu.
Pero la verdadera fiesta tuvo lugar durante la noche del 1 de octubre, desde las 7 de la tarde hasta las 7 de la mañana, con proyectos artísticos donde cabían todos los estilos y disciplinas, aunque con un predominio de la instalación, la danza y la performance. Empezando por las proyecciones de rostros del fotógrafo holandés Erwin Olaf en la fachada del Ayuntamiento de París (las mil caras posibles de Polifilo y Polia), y el videojuego creado por Nicolas Buffe (con Polifilo como héroe contemporáneo al estilo de Super Mario), el trayecto continuaba en las grabaciones submarinas emitidas en directo por el inglés Oliver Beer, que daban cuenta del ecosistema sonoro del Sena (imperceptible pero en el corazón de la vida cotidiana de los parisinos). Más adelante, sobre el puente de los Inválidos, el baile electro-futurista de la instalación de Romain Tardy hacía la música electrónica visualmente perceptible. Y también al ritmo de la música bailaba el dúo amoroso de Yoann Bourgeois, intentando mantener el equilibrio sobre una plataforma giratoria.

Descension simulation du projet, de Anish Kapoor, Nuit Blanche, 2016. Cortesía del artista.
Una instalación de enormes rocas con restos de fósiles marinos, recuerdo de un París que hace 45 millones de años vivía bajo el agua, fue la apuesta de Jean de Loisy para presentar en el estanque de la explanada de su Palais de Tokyo, “anfitrión” simbólico del evento (la obra del brasileño Rodrigo Braga es la única que permanece más allá de la Noche en Blanco, pues constituye la exposición temporal del Palais hasta el 18 de diciembre, desde hace pocos días acompañada de la exposición de Tino Sehgal). Ya hacia el final del recorrido, bajo la Torre Eiffel, el visitante se encontraba con un dibujo de formas abstractas trazado en una superficie de 500m²: sólo desde el primer piso de la torre se desvelaba como el dibujo de una danza amorosa, firmado por el artista callejero americano Cleon Peterson. Y, para finalizar, uno de los últimos proyectos de la travesía, el taller de reparación de corazones rotos donde, tras una visita a los chamanes, astrólogos, cartomagos y artesanos instalados en stands como en un mercado nocturno, se lograba el objetivo de la travesía: recomponer los fragmentos de unos corazones de madera, que habían sido distribuidos previamente entre los visitantes y transportados durante todas las fases del recorrido.
Como es habitual en estos eventos de gran envergadura, no todas las propuestas resultaron tan exitosas como prometían. Hubo ciertos fallos en la producción. El más sonado, el torbellino de Anish Kapoor, que se anunciaba como una de las estrellas de la noche: un vórtice creado en el Sena, a 7 metros bajo el agua, formando una enorme espiral esculpida en el río. Requería gran precisión técnica y pocas horas antes de la inauguración el nivel del agua descendió varios centímetros; el resultado: poco más que algo de espuma con efecto jacuzzi. En todo caso, muy valiente el hecho de enfrentarse al poder absoluto del agua.
Pero en definitiva, y al margen de inevitables fallos de última hora, en su vocación de divulgación artística la fiesta de la Nuit Blanche alcanzó su objetivo con creces, congregando a miles de parisinos, franceses y extranjeros en torno a la creación contemporánea más diversa, exigente pero también abordable y accesible.
Beatriz SÁNCHEZ SANTIDRIÁN