El Colegio Oficial de Aparejadores de Madrid acoge Cicatrices, una exposición con claros tintes autobiográficos. Las obras de este artista son un canto a la luz, a la superación y a la tenacidad necesaria para la superación de los obstáculos que, a veces, plantea la vida. Hasta el 9 de enero
Etimológicamente la palabra cicatrices hace referencia a las marcas que quedan tras la curación de una herida. Por una parte estas cicatrices son la evidencia de lo vivido y del pasado, y por otra, sirven de recordatorio del nuevo rumbo que se pretende emprender. Todo ello implica el proceso de la propia curación, precisamente de este proceso tan enigmático y enriquecedor trata la exposición Cicatrices.
Andrés Maruenda pone de «manifiesto de un modo magistral la tridimensionalidad como símbolo de lo abyecto y lo dificultoso», explica el comisario de esta muestra, Pedro Marín Boza. Utilizando una «gama cromática rica y una luminosidad elocuente, el relato parte de una serie blanca, color que puede considerarse resumen de todos los colores o la ausencia de los mismos», añade Boza. En el caso de Cicatrices, el blanco se entiende, como apuntara a principios del siglo XX Wassili Kandinsky, como color que «actúa sobre nuestra alma como el silencio absoluto». Desde la ausencia como elemento del dolor inicial, se recorre todo el proceso de curación de las heridas a través de los siete colores del arcoíris que a su vez simbolizan progreso y libertad.
Así, a través de las formas, la luz y las sombras, sin incluir el «manido discurso de lo figurativo, la propuesta plástica singulariza la falta de márgenes en las composiciones, constituyendo una obra eminentemente periférica, y por consiguiente, inclusiva».
Con claros tintes autobiográficos, esta muestra es un canto a la luz, a la superación y a la tenacidad necesaria para la superación de los obstáculos que, a veces, plantea la vida.
