El «código de barras» del Imperio romano

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Una exposición en los Mercados Trajanos de Roma exhibe un conjunto de piezas arqueológicas que muestran cómo los sellos de identificación de las mercancías no solo indicaban su procedencia, contenido y garantizaban la calidad del producto sino que ayudaban a la recíproca culturización entre centro y periferia, entre “romanos” y “romanizados”. Hasta el 20 de noviembre

De la marca, esa etiqueta que indica la producción –de manufacturas, joyas y vasijas– o pertenencia y distinción sanitaria –de hombres y animales–, ya se encuentran trazas desde el alba de la historia de la humanidad, como vemos en esta exposición que sigue un excursus hasta los actuales logos industriales.

Su aparición en la industria o en el comercio era para informar de las diversas funciones de clasificación: desde las materias primas, objetos o animales hasta el caso de los esclavos y delincuentes para apartarlos socialmente, pero también asumía el papel de huella reveladora de códigos para la inclusión en una tribu, comunidad o grupo étnico.

La propia distinción acompaña al ser humano en su proceso de civilización y socialización respondiendo a una exigencia de reconocimiento. De hecho, desde la aparición de la presencia humana en nuestro planeta se ha debido recurrir a algunos símbolos para representar la propia identidad codificada: un elemento fundamental para relacionarse, aún más, desde que las mercancías empezaron a viajar junto a los hombres. Estaba considerado algo así como el actual “código de barras” para el Imperio romano, el mundo hasta entonces conocido.

Vasetto per Lykion. Arriba, Triada divina.

Vasetto per Lykion. Arriba, Triada divina.

Con el alejamiento de los confines crece la necesidad de reconocimiento al constituir una ulterior garantía de calidad, que certificaba la procedencia de aquel complejo universo repleto de tradiciones y de entrelazamientos culturales. Así lo documenta la exposición arqueológica Made in Roma, una idea del superintendente para los Bienes Culturales de Roma, Claudio Parisi Presicce, al dejar patente que los elementos de comunicación culturales eran anteriores a los comerciales. El monograma de iniciales grabado en el cuello de una ánfora indicaba su procedencia y su contenido, fundamental para transmitir su antigua función. En definitiva, constituía un sello de identificación para diferenciarse y garantizar la calidad del producto.

En este sistema de símbolos, el mundo romano no se quedaba atrás. Aquella sociedad, cuyo desarrollo resultaba fomentado por la pax romana, protegía las líneas de tráfico activando la proliferación de talleres, de sociedades productivas y comerciales (minoristas y mayoristas) de depósitos, de almacenes, de gremios, de artesanos y transportistas en todo el imperio. Hoy como ayer, la producción y circulación de las mercancías se determinan vehículos de vida y de cultura; hoy como ayer, la organización del trabajo establece la base de una sociedad sana y desarrollada; hoy como ayer, vemos la participación de la mujer en las empresas (de los ciento cincuenta nombres conocidos de propietarios de talleres cincuenta eran mujeres, protagonistas tanto en la actividad empresarial como en la productiva), notas que convierten el contenido siempre actual de esta exposición, que analiza el aspecto industrial de la marca con los signa de los officinatores (empresarios) y de los mercatores (comerciantes) dejados en diversas manufacturas; el comercio marítimo con tinajas, ánforas –cuyo mejor “archivo” se conserva aún en el Monte Testaccio de Roma– y mármoles grabados, así como los medicamenta (contenedores de valiosos medicamentos) y, finalmente, la firma de guerra, que exhibe algunas glandes (proyectiles) con sendas marcas de producción e injurias contra el enemigo. Mientras los soldados ostetaban los stigma en la piel (precursores del tatuaje) de la propia legión, esas marcas corporales diferenciaban también a los esclavos y a los condenados por calumnia.

StampaSe trata de una exposición de objetos y conceptos, que documenta un proceso de culturización recíproca entre centro y periferia, entre “romanos” y “romanizados”. Como declara Simone Pastor, uno de los comisarios: “Para los ciudadanos del imperio ser Made in Roma significaba haber sabido amalgamar la historia de los territorios heterogéneos del imperio (…), ya que este estaba alimentado cada vez más por nuevos ciudadanos (…) con el resultado de una cultura ‘mestiza’ en los estilos, en las técnicas, en los valores. Del Domo Roma (nacido en Roma), orgullosamente indicado en los epitafios hallados por todo el universo romano, se pasó muy pronto al que podremos sintetizar con el término moderno Made in Roma –“romano” no como un estatus legal sino un conjunto de comportamientos– que define a un individuo como parte de una comunidad organizada según usos y costumbres romanas. Esta romanización que transformaba diferentes pueblos y territorios en una communis patria fue ratificada universalmente con la Costitutio Antoniana del año 212”.

Carmen del VANDO BLANCO

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