Cecilia de Val: el origen marino de El Monte Perdido

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La fotógrafa zaragozana exhibe instantáneas de medio y gran formato, acetatos y una fotografía líquida a modo de escultura-instalación en el Espai Cultural Obert de Castellón. La muestra, comisariada por el equipo artístico MARTE, cuestiona la definición de la fotografía, que en la era digital se ha tornado en mutable, distribuida, compartida y ubicua, e invita a meditar acerca de la memoria y la narración Hasta el 2 de junio

Cecilia de Val (Zaragoza, 1975) es una fotógrafa que explora la identidad y la relación del individuo con su entorno. Aunque en el proyecto El Monte Perdido, una suerte de experimento “posfotográfico”, la artista se aleja de su producción anterior para indagar en nuevos recursos formales y compositivos. Y es precisamente este último trabajo de fotografía experimental que está inspirado en el origen marino del Monte Perdido el que se expone en el Espai Cultural Obert de Castellón.

Todas las fotografías forman parte del proyecto El Monte Perdido, de Cecilia Val.

La muestra impulsada por la Diputación y comisariada por el equipo artístico de MARTE (plataforma para la difusión del arte contemporáneo que realiza actividades durante todo el año y culmina en noviembre con la celebración de la Feria de Arte Contemporáneo de Castellón), exhibe fotografías de medio y gran formato, acetatos y una fotografía líquida a modo de escultura-instalación.

Desde los valles pirenaicos franceses resulta imposible divisar el Monte Perdido, una de las cumbres de mayor altura de los Pirineos. Oculto tras el circo de Gavarnie, el majestuoso monte de 3.352 metros de altitud se esconde a la vista de los que pasan por el valle. En esta condición de invisible se encuentra el origen de su nombre y también de la fascinación de los primeros exploradores del Pirineo por esta legendaria montaña, el remoto “Mont Perdu”. Es este profundo interés el que llevó al botánico y geólogo francés Ramond de Carbonnières, uno de los pioneros en recorrer la cordillera, a convertir el estudio y la conquista de la cumbre del Monte Perdido en uno de los proyectos más importantes de su vida.

La odisea de Carbonnières comenzó en 1787, cuando intenta en dos ocasiones ascender a la cumbre del Perdido, sin éxito. En 1802, Carbonnières conquista por fin la cima. La expedición que le llevó además a una fascinante revelación: la certeza de que el macizo calcáreo más alto de Europa y tercer pico más alto del Pirineo una vez descansó bajo el mar.

En su exploración de la cordillera el geólogo francés descubrió que en la cima del Perdido descansaban fósiles marinos. La sólida montaña estaba formada por sedimento marino. El origen del Monte Perdido era líquido. De este hallazgo parte la concepción de las piezas recogidas en esta exposición, el trabajo más reciente de Cecilia de Val, que muestra los resultados de un proyecto de estudio experimental llevado a cabo por la fotógrafa a lo largo de los dos últimos años. La artista propone un proyecto que pretende cuestionar la definición de la fotografía, que en la era digital se ha tornado en “fotografía líquida” (mutable, distribuida, compartida y ubicua): se ha transformado y ha pasado de ser algo físico y sólido, papeles en un cajón, a tener un carácter fluido y desmaterializarse. La fotografía ya no es tinta en un papel, también son códigos y algoritmos.

Explorando este concepto y buscando devolver el Monte Perdido a su origen líquido, la artista parte de varias fotografías tomadas en el paraje y las somete a un proceso experimental de “des-revelado” que “licúa” las imágenes: estas son impresas en papel fotográfico de poliéster y posteriormente sumergidas en una solución de agua y ácido acético que se encuentra a una temperatura de entre 3 y 5 grados centígrados. Como resultado de la reacción con la mezcla, la tinta que compone la fotografía se desprende del papel y se disuelve total o parcialmente, formándose así “imágenes en estado líquido”, que la artista a su vez vuelve a retratar con la cámara. El resultado de este método experimental es la creación de nuevos paisajes deconstruidos y desconectados de su referente. La figura del Monte Perdido, con su solidez calcárea, se diluye en el agua y da paso a la abstracción.

Al llevarnos al origen de la legendaria montaña, el trabajo de la artista anima a meditar acerca de la memoria y la narración. Como reflexiona Joan Feliu, codirector de MARTE, “estas obras hay que verlas como si escucháramos el murmullo mudo de un cuento que nos narra ideas que provienen de otra persona que a su vez ha recogido ideas de otros y así sucesivamente. La exposición es un estruendo silencioso de muchas ideas, percepciones, recogidas en el espacio de la memoria de otros en otros tiempos y ahora transmitidas a través del singular trabajo de la artista”. Y estas ideas apelan directamente a nuestra propia visión del mundo: “las fotografías exigen una lectura que a su vez requiere de un ejercicio de introspección ideológica en tanto que se formulan preguntas sobre cómo se entiende la realidad que nos rodea”.

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