El maestro flamenco pintó «de memoria» el retrato ecuestre del duque de Lerma. Un recuerdo complaciente de las estatuas a caballo de los emperadores romanos, a los que admiraba el valido del rey Felipe III
El duque de Mantua, Vincenzo Gonzaga, quería ser general de las galeras de España. Para ello había de ganarse la voluntad de Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, omnipotente valido del rey de España.
Lerma era un compulsivo coleccionista de arte que llegaría a acumular 2.747 pinturas. Para obtener su favor, Gonzaga le envió 39 copias de los grandes maestros de su galería. Por si hubiera que restaurar los cuadros tras el viaje, mandó a España a un joven pintor flamenco no muy conocido todavía: Pieter Paul Rubens.
El 17 de julio de 1603 tuvo lugar en Valladolid la entrega formal de los cuadros. Rubens los colocó –incluido uno que había pintado para la ocasión: Demócrito y Heráclito– en dos salas de la Galería Pública, donde Lerma exhibía su colección.
El duque se pasó dos horas comentando los cuadros con el pintor y mostrándose experto. Al final le preguntó a Rubens si podría hacerle un retrato “de memoria”. El valido no sólo tenía buen ojo crítico y buen gusto, sino también perspicacia y había advertido la categoría del joven artista flamenco.
No hay constancia de que Rubens volviera a ver a Lerma en ningún otro momento, y menos de que éste posara para él. El valido era inaccesible. El propio Rubens contaba la anécdota de un caballero italiano que fue con una petición a Felipe III. El rey le indicó que acudiese a Lerma. “De haber podido conseguir una audiencia con el duque –respondió el italiano– no hubiese venido a Vuestra Majestad”.
La excusa para realizar un retrato ecuestre de Lerma sería su reciente nombramiento como capitán general de la Caballería. El valido acumulaba cargos; los de sumiller de corps y caballerizo mayor ya le dan un enorme poder, pues controlaba el acceso al rey. Pero ser capitán general de la Caballería tenía un valor simbólico, pues el cargo correspondía al propio monarca.
Mayestización de Lerma
Por ello, al recaer sobre el duque, se equipara al rey, precisamente lo que Lerma pretendía y para lo que se estaba sirviendo de los mejores artistas. No hay más que ver el retrato oficial de Felipe III que realiza el pintor real Pantoja de la Cruz (Prado): es un calco del asimismo retrato oficial del duque de Lerma por el propio Pantoja (Fundación Medinaceli, Toledo). La única diferencia es que Pantoja da a la cara del rey una iluminación no natural, para que resplandezca como un ser divino.
Los literatos también contribuyeron a la mayestización de Lerma. Las Bodas entre el alma y el amor divino, de Lope de Vega, retrataban a Felipe III como Cristo y al duque como su primo y precursor, san Juan Bautista.
Rubens fue plenamente consciente de la partida que estaba jugando. ¿El duque quería parecer rey? Rubens no se quedó corto: lo hizo emperador y, de propina, santo. El retrato ecuestre es propio de los Césares, puesto de moda por Miguel Ángel cuando diseñó la magnífica plaza del Capitolio para la estatua dorada de Marco Aurelio a caballo. Además, Lerma tenía obsesión por los emperadores romanos. En su colección había 150 retratos modernos de emperadores, incluidas varias series de “los Doce Césares” a caballo.
Pero, además, existía otra imagen de poder que fascinaba a Lerma: la del Papa. En su Sala de los Papas hay 103 retratos de pontífices. Tras enviudar, el duque presionó a Roma hasta ser nombrado cardenal. ¿Llegaría, en su manía de grandeza, a pensar que el cardenalato era el camino para convertirse en papa?
En todo caso, el complaciente Rubens pintó a Lerma inspirándose también en la figura del que Sulpicio Severo llamó “el décimo tercer apóstol”, Martín de Tours, el santo militar representado a caballo desde la Edad Media. Algunos autores encuentran cierto aire del Greco en Rubens. No es extraño, puesto que ambos pintores bebieron en fuentes venecianas. Pero ese aire común se convierte en llamativa coincidencia si comparamos el retrato de Lerma con el San Martín y el mendigo, del cretense (National Gallery, Washington).
Misterios y secretos
No es sólo la similitud de indumentarias o el color del caballo. Es sobre todo la composición en escorzo, el caballo avanzando hacia el espectador como si quisiera salirse del cuadro… Esa invención se va a convertir en una marca rubeniana de retratos ecuestres como el del rey de Polonia o el del archiduque Alberto y la heredará Van Dick para pintar a Carlos I de Inglaterra.
¿Descienden estos retratos áulicos del modesto encargo que un particular le hizo al Greco, un pintor que no frecuentaba los palacios? Porque El Greco pintó su San Martín para la capilla de San José de Toledo en 1597. No consta que Rubens visitara Toledo, la cuestión queda, por tanto, en el campo del misterio. Aunque no es el único de este cuadro. Hay otro aspecto intrigante en él, y es que, si lo comparamos con los dibujos preparatorios, la obra final desmerece ante los bocetos.
¿Cómo es posible? Simplemente porque la cabeza no es de Rubens; es de Pantoja de la Cruz. Rubens tuvo que copiarla del “retrato oficial” de Pantoja sin desviarse una línea. Por eso tiene el aire artificioso que le resta credibilidad a un cuadro que, si no, resultaría genial. Más hubiera valido que le hubiesen dejado pintar el rostro del duque “de memoria”, como Lerma preguntaba si era capaz de hacer.
Luis REYES
Excelente articulo, enhorabuena !!!