Brunelleschi y la cúpula que alcanzaba el cielo

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Para construir este prodigio arquitectónico, que se convirtió en el elemento axial del skyline de Florencia, se necesitaron cuatro millones de ladrillos y se tardaron dieciséis años en completar unas obras iniciadas en 1420, hace seiscientos años

Cuando la belleza artística se acumula de forma casi sofocante como sucede en Florencia, es difícil escoger la imagen icónica de la ciudad. El David de Miguel Ángel, la Venus de Botticelli, el Ponte VecchioEn la cultura de masas desde luego se impone el perfil de la cúpula de Brunelleschi. No hay en la red fotografía de Florencia más repetida que la que hacen todos los turistas desde el mirador de Piazzale Michelangelo, al otro lado del Arno, una vista de la ciudad dominada por la enorme cúpula.

Pero si acudimos al testimonio erudito veremos que, ya en el siglo XV, Doménico de Michelino, en su alegoría de la Divina Comedia, pintó a Dante entre una Torre de Babel –el Purgatorio– y la cúpula, que representaba el Cielo, nada menos.

Florencia era un emporio desde finales de la Edad Media y con excusable prepotencia decidió construir la catedral más grande de la cristiandad. El proyecto de Arnolfo di Cambio se comenzó en 1296 y tardaría más de ochenta años en concluirse, pero efectivamente fue la iglesia mayor de su tiempo, 30.000 fieles cabían en sus naves.

La cúpula de Santa Maria dei Fiore, en Florencia, vista desde el interior, con los frescos de Vasari. Arriba, la Cúpula vista desde el exterior.

Esas dimensiones gigantescas impidieron, no obstante, dotar a Santa Maria dei Fiore de su culminación: no existían recursos a finales del gótico para construir una cúpula digna de aquel templo. Pasarían cuatro décadas antes de que el Arte de la Lana, el poderoso sindicato textil que asumía el patronazgo de la obras de la catedral, convocase el concurso para levantar la cúpula. Eso sucedió hace seis siglos y fue la ocasión para que apareciese el primer arquitecto del Renacimiento, el creador del nuevo estilo que cambiaría la fisonomía de las ciudades, Brunelleschi.

Una nueva arquitectura

De Filippo di Ser Brunelleschi “bien se puede decir que nos lo entregó el cielo para dar nueva forma a la arquitectura, extraviada desde hacía siglos”, afirma Vasari en sus Vidas… Nació en 1377 en una familia acomodada de médicos y funcionarios, pero no quiso seguir la profesión de sus mayores, y aprendió orfebrería. En 1398 ingresó en el Arte de la Seda, sindicato del negocio de objetos de lujo, lo que suponía licencia para trabajar por su cuenta. Siguiendo la norma de los grandes del Renacimiento, no se limitó a un solo arte y, además de engastar joyas, según Vasari, “estaba capacitado para muchas cosas”: pintor, escultor, relojero, arquitecto… Su genio se manifestaría en la forma en que resolvió el problema de la perspectiva en la pintura, descubriendo la perspectiva lineal.

Dibujo arquitectónico en el que se observa la sección de la cúpula.

Brunelleschi ganó fama de dominar la teoría arquitectónica como nadie, y se le consultaba para muchas obras problemáticas. Pero ninguna había en Florencia con mayor dificultad que concluir la catedral. Santa Maria dei Fiore, el mayor templo de la cristiandad, era como una ballena herida con aquel agujero de 50 metros de ancho sobre el crucero que impedía levantar el altar mayor en su sitio. Aparte de las dificultades técnicas –la cúpula pesaría 37.000 toneladas–, había que levantarla sobre un cimborrio octogonal a 54 metros del suelo, de ahí para arriba. Esto necesitaba un andamiaje tan grande que en toda Toscana no habría suficiente madera, por no hablar de su coste.

Los responsables de la catedral llamaron a Brunelleschi, que estaba en Roma, para que les diese una solución. Él, astutamente, les dijo que lo podría hacer incluso sin andamio, pero no dijo cómo. En vez de ello animó a los cónsules de la Lana a que convocasen un concurso de arquitectos, en el que presentó una gran maqueta donde apuntaba la solución, una doble cúpula, pero incompleta, para que nadie pudiese robarle la idea.

Se volvió a plantear el mismo dilema que unos años antes con las puertas del baptisterio, se reconocía el genio de Brunelleschi pero Ghiberti era el artista favorito de Florencia; de nuevo se recurrió a la solución salomónica, que lo hiciesen los dos, pero esta vez no se trataba de una obra de arte cuyo aprecio dependía del gusto de cada uno, sino de un endiablado problema técnico a resolver. Seguro de sí mismo, Brunelleschi pareció aceptar el trabajo conjunto, aunque cuando estaba en marcha la obra alegó una enfermedad y se marchó a Roma.

Uno de los frescos de Vasari para el interior de la cúpula de Santa Maria dei Fiore.

Aunque le dejó los planos, Ghiberti se mostró incapaz de resolver el desafío, porque Brunelleschi había urdido pistas falsas. Hubo que rogarle que regresara, estableciendo sus condiciones. A partir de ese momento se reconoció a Brunelleschi como “inventor y director de la cúpula mayor”, con un sueldo tres veces mayor que el de Ghiberti, que de colaborador pasó a subordinado.

Fue realmente “inventor”, pues empezó por inventar unas grúas capaces de elevarse lo que hiciese falta, y un barco de hélice para traer a Florencia el material –entre otras cosas, más de cuatro millones de ladrillos– por vía fluvial. Pero su gran idea secreta era la estructura de ladrillos en “espina de pez”, un complejo entramado calculado con un sistema de cuerdas. Así construyó, sin necesidad de cimbra, la bóveda interna, pero en la exterior dispuso los ladrillos vistos de forma diferente, una auténtica obra de arquitectura críptica, que no ha sido descifrada hasta que en tiempos recientes se pudo introducir una cámara de vídeo entre las dos bóvedas.

Estatua de Brunelleschi mirando a la cúpula.

La construcción duró dieciséis años, pero en 1436 los florentinos veían alzarse a más de 100 metros una cúpula única, de forma octogonal y esquifada, con ocho nervios de mármol blanco que dan ligereza a los ocho gajos de ladrillos, de modo que parece apuntar al cielo. El edificio más alto del mundo para la sin par Florencia.

Extracto del artículo escrito por Luis REYES en Descubrir el Arte nº 239.

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