David Sancho reconfigura el mundo con otros tonos

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Vivir, crear y viajar. Estas son tres de las principales coordenadas de la pintura de David Sancho (Antequera, 1966). Las tres se complementan: evidentemente, sin vida no hay viaje ni creación; sin creación, hay menos viaje y vida; sin viaje, se pierde algo de vida y de creación, salvo que cuando se posee vocación todo se subordina a ella.

Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, ha realizado numerosos cursos y talleres de diversas técnicas, entre los que resaltaremos tres de “paisaje” bajo la dirección de Antonio Zarco en Priego de Córdoba (1993-1995) y otro de pintura “realista” con Andrés García Ibáñez y Antonio López en Melilla (2017).

Asimismo, David Sancho ha disfrutado de múltiples becas y experiencias profesionales en diferentes lugares de distintos países. Sin pretender ser exhaustivos mencionaremos: Cheltenahm (Inglaterra, 1995), Academia de España en Roma (1998, 1999), Passau-Baviera (Alemania, 2007), Tetuán (Marruecos, 2013), Nova Zagora (Bulgaria, 2022) o Porec (Croacia, 2022). Ha participado en más de 150 exposiciones colectivas dentro y fuera de España, y ha realizado 38 exposiciones individuales, obteniendo ocho premios, como primer finalista en el III y V Concurso Nacional de Artes Plásticas DCOOP (2017 y 2019).

Retrato en el jardín de Shertogenbosch, por David Sancho. Arriba, la obra del autor titulada Paisaje con acueducto rojo.

Para contextualizar la originalidad del estilo y del mundo de su pintura, ofreceré unas pocas pinceladas. A David Sancho no le interesa la mímesis –es decir, la pintura entendida como imitación y representación de eso que llamamos “realidad”, mientras más fiel, mejor– como en otras épocas de la historia. Su arte es hijo de nuestra época, y no se puede concebir sin la revolución de Cézanne –“el padre de todos nosotros”, según Picasso–, de Van Gogh, de Matisse, del fauvismo y sin la denominada abstracción. En este sentido se diría que proviene de una genealogía más afín al color que al dibujo, a la escuela veneciana que a la florentina.  

Si bien no podemos desprendernos de la figuración tan fácilmente: nuestra forma –humana, irremediable y diversamente humana– de distinguir y reconocer fenómenos de la realidad pasa por ella, como argumenté en Conocerte a través del arte, pues los trazos del dibujo establecen los límites entre los objetos. A juicio de John Berger, “para el artista dibujar es descubrir”. Pero, en contra de lo que pueda pensarse, no sólo se figura con las líneas del dibujo; David Sancho lo hace a menudo con los colores, experimentando, combinándolos y uniéndolos en el espacio dentro de un delicado juego a caballo entre la abstracción y la figuración cuyo placer en el espectador reside en el reconocimiento, eso sí, más sutil que en el de la mímesis tradicional.

Tríptico de la Vitalidad, por David Sancho.

“La ciencia distingue cuatro modos de abordar el color: como pigmento, como luz, como sensación y como información. El color no está en las cosas, sino en la relación de las cosas y nosotros. Es una sensación incomunicable (…)». Según Félix de Azúa, “no hay artista, de Da Vinci a Van Gogh, de Durero a Goya, que no haya dejado noticia de sus invenciones cromáticas (…). Porque los colores no son cuerpos, sino figuras, y un pintor sin su propia y original leyenda cromática, sin un color significador del mundo, un color capaz de hacer mundo, de figurarlo, carece de todo interés”. ¿Cuáles son los colores más recurrentes de David Sancho? Destacamos el azul ultramar oscuro, el azul cobalto, azul cian, amarillo cadmio, verde agua, blanco, rojo carmín de granza, bermellón naftol, ocre dorado y siena tostado. Sin tales tonos no se puede comprender el mundo que se abre en su pintura: como una música nos invita a viajar imaginariamente y nos suscita estados de ánimo.

A diferencia de un artesano, cuyo dominio técnico puede ser incluso superior al de un artista, David Sancho camina a tientas, sin saber a ciencia cierta adónde va cuando comienza una obra. O sí sabe adónde quiere ir, el tema –un paisaje, una vista, un bodegón…–, pero no sabe exactamente cómo llegará a plasmarlo. Precisamente por ello no repite un proceso como un artesano, sino que lo crea, que es lo propio de un artista. De ahí que en su proceso de creación haya mayor espacio para la aventura de explorar e innovar.

Ese desconocido “cómo” es el estilo, que condensa una teoría de la percepción y hasta una hermenéutica, o sea, una forma singular de interpretar el mundo que nos rodea. Me atrevería a afirmar que con su estilo David Sancho descompone y reconfigura el mundo que percibimos bajo otros tonos y formas. Esta es otra de las funciones del arte: ofrecernos otras perspectivas con las que asomarnos y descubrir la siempre incierta realidad, renovar nuestra percepción y experiencia. De lo contrario, ¿cabría hablar de diversidad cultural e histórica?

En la vega de Antequera, por David Sancho.

Compuesta de 56 piezas, la mayoría acrílicos sobre lienzo y en menor medida collages, la exposición empieza con una serie inspirada por Antequera, su tierra natal. Ahí comienza su vida. Contamos con una panorámica del pueblo desde la moraleda, con una vista del patio de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera, de la que David Sancho es académico. Siempre desde ese singular estilo entre la abstracción y la figuración. El artista puede confesar con el poeta antequerano José Antonio Muñoz Rojas: “Andar sus calles o asomarse a su vega es encontrarme a mí mismo, no sólo el niño que fui, sino a tantas gentes como han proyectado aquí sus vidas, a tantos lugares como me han conformado en el que soy”.

Con un collage de motivo religioso, Semana Santa Antequerana, se enlaza con otra serie de 6 piezas sobre arte sacro. Casi todas estas piezas surgen a mi parecer de un impulso de emular a artistas y obras que admira profundamente: como el retablo del Cordero Místico, de los hermanos Van Eyck; Adán y Eva, de Durero; Agnus Dei, de Zurbarán… David Sancho pinta en al menos el doble sentido del término sobre lo ya pintado –a ver quién descubre un perro dentro del cordero místico–. Pero, como no puede ser de otro modo, los reconfigura y hace suyos en un juego dialéctico propio de la posmodernidad mediante sus particulares tonos, así como con otros fondos críticos con la espiritualidad de nuestra época, alienada y degradada por el sistema capitalista, que acaba convirtiendo casi todo en mercancía.

Tríptico de Adán y Eva, por David Sancho.

A esta serie sigue otra inspirada en la India, el actual país más poblado del mundo y de una profunda espiritualidad. Sobresalen con llamaradas de vívidos colores –como en las series de la fotógrafa Cristina García Rodero, pero sobre todo con rojos y azules– varios bodegones, enmarcados por una ventana. Ventanas dentro de ventanas: pintura: arte de delimitar para hacer visible lo invisible.

Respecto a los rojos, el que fuera Director del Departamento de Historia del Arte y una de las mayores autoridades mundiales en el asunto, John Gage, subrayó que “pocos colores han sido cargados con tal cantidad de resonancias simbólicas como el rojo. En las lenguas indoeuropeas, esto se debe quizá a que el rojo ha sido visto como el color de la sangre –dadora de vida– por excelencia. En efecto, los términos red, rot o roso, provienen de la palabra sánscrita rudhirà, que significa ´sangre`”.

El Rojo indio, por David Sancho.

El viaje continúa con 20 piezas inspiradas en Marruecos, donde el delicado juego entre la abstracción y la figuración nos incita a indagar en las imágenes: reconocemos en una multitud de jaulas, en otra vasijas tal vez de alimentos, puestos de verduras en Fez, una calle de Asilah con tonos predominantemente azules y blancos, mujeres caminando con sus típicas vestimentas que cubren casi por entero sus cuerpos… El placer de reconocer es mayor que en la mímesis tradicional del realismo porque gracias a las manchas, a la casi completa ausencia de dibujo, hay más acentuados márgenes de abstracción. Si la abstracción fuera completa seríamos incapaces de descifrar imágenes, de reconocer; aspecto que, por otra parte, nos puede llevar a la hipótesis de que dependiendo del punto de vista eso que llamamos “realidad” oscila entre casi infinitos grados de abstracción y figuración.

Tríptico de la pandemia, por David Sancho.

A lo largo de toda la muestra encontraremos una miscelánea de obras: bodegones, flores de Holanda, algunos trípticos, entre ellos uno de mis preferidos, el Tríptico de la pandemia, Tiempo de verano… Son obras circunstanciales que, con el paso del tiempo, barrunto, se transformarán en otras series. ¿Cuál es el hilo conductor que le confiere unidad a esta miscelánea y a las anteriores series? El estilo y el mundo de David Sancho, aquel que vive para crear y viajar; viaja para vivir y crear; crea para viajar y vivir más plenamente.

Sebastián Gámez Millán

Vivir, crear, viajar. David Sancho

Museo de Arte de la Diputación en Antequera (MAD)

Hasta el 25 de mayo de 2025  

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