«Los desolladores», una aventura de Jhen

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Uno de los héroes de esta colección de cómic para adultos es Gilles de Rais, mariscal de Francia y uno de los mayores y más despiadados asesinos en serie de la historia. Incondicional de Juana de Arco, este barón permaneció fiel a La Pucelle hasta que ésta fue a enfrentarse a su destino

En los foros donde se expresan, veo que los lectores más veteranos de las aventuras de Jhen, quienes las leían en francés con anterioridad a las impagables traducciones españolas de NetCom2 (editorial de nuestros días), veneran esas ediciones originales de Casterman de los años 80. Hasta el olor estiman de estas últimas. En los 80 yo descubrí las aventuras de Blake y Mortimer publicadas por Ediciones Junior, el sello de Grijalbo Dargaud que tanto contribuyó a la difusión del cómic francobelga en España. Y en efecto, aún recuerdo el olor de los álbumes nuevos. Al tener un mayor número de tintas, puede que incluso fuera más grato que el del resto de los libros recién impresos.

Sobre estas líneas, portada de El secreto de los templarios. Arriba, detalle de una página de El oro de la muerte.

Mi primer Jhen, El secreto de los templarios, dado a la estampa por Casterman, hubiese sido una de aquellas ediciones mitificadas por los devotos si no fuera porque su pie de imprenta data del año 1999. Ya entonces, una de las cosas que más me llamó la atención fue la presencia de Gilles de Rais –uno de los mayores y más despiadados asesinos en serie que la historia registra– como uno de los héroes de la colección. Comprendo ahora que Martin, autor sólo del guión ya que el dibujo es obra de Jean Pleyers, mi favorito de sus muchos colaboradores, se había propuesto la rehabilitación del señor De Rais –que también fue mariscal de Francia y perteneció a uno de sus más antiguos linajes– merced a sus hechos de armas. Sin ocultar para ello el lado abominable del barón De Rais. El propio Jhen le recrimina cuando de madrugada le despierta el hedor que se desprende del inquietante humo que sale de una de las torretas del castillo que les alberga. Siempre que abro un álbum de Jacques Martín me ratifico en la idea de que debería figurar en ellos aquella leyenda que rezaba “cómic para adultos”, en las publicaciones de propuestas similares de mi juventud. Así se evitaban los malentendidos que pudieran surgir de la extendida idea de que los tebeos sólo eran para los niños.

Una página de El secreto de los templarios.

Incondicional de Juana de Arco, De Rais permaneció fiel a La Pucelle hasta que ésta fue a enfrentarse a su destino. Así que, en El oro de la muerte, la primera entrega de la serie, apenas tiene noticia Gilles de Rais de que Jhen ha intentado salvar de la hoguera a la doncella de Orleáns, se hace su amigo incondicional. Sólo por esa amistad, El mariscal de las tinieblas, como tan acertadamente le llamó Juan Antonio Cebrián, su biógrafo español, permite que Jhen le censure las abominables prácticas a las que se entrega junto a sus nigromantes.

En El oro de la muerte, donde los dos amigos persiguen a los felones que vendieron a Juana a los ingleses, se alude tangencialmente a “los desolladores”. Al parecer, éstos fueron una tropa mercenaria llevada a Francia por Carlos VII para combatir contra los ingleses en el tramo de la Guerra de los Cien Años donde está ambientada la serie: 1431. Como el rey no pudo –o no quiso– recompensarlos, los desolladores se ganaron su terrible nombre arrancando la piel a tiras a los aldeanos que se negaban a pagarles el tributo que les exigían.

Cuando su nueva aventura empieza, Jhen cabalga junto a Eustache de La Gore y algunos dignatarios de la villa hacia el burgo de La Gore. Como el arquitecto que es, nuestro héroe se dispone a reparar las murallas de la ciudad, y a organizar su defensa a la espera de un ataque de los desolladores. En la segunda viñeta, Prefecto, el ermitaño de uno de los bosques del lugar, les ha atacado creyéndoles bandidos. Aclarado el error, Prefecto se une al grupo que cabalga hacia La Gore.

Página de El oro de la muerte.

Ya en las inmediaciones del burgo, Jhen y Prefecto invitan a buscar refugio intramuros a Matilde y Ariana. Dos mujeres malditas por “las matronas del pueblo” porque sus esposos se interesaban demasiado por la belleza de la segunda. El antiguo ermitaño, al punto, queda prendado de ella.

Apenas han acabado de acomodarse en el burgo Jhen y Prefecto cuando hace aparición Conrad Tierstein. Es el jefe de los desolladores y se presenta a Eustache para proponerle el pago de diez alforjas de oro y plata a cambio de que la terrible horda pase de largo por sus dominios. Ni que decir tiene que la respuesta es negativa.

Para organizar la defensa, Jhen ordena talar los bosques próximos a La Gore. De esta manera, además de conseguir puntales para los tramos de las murallas que se están viniendo abajo, quita a los desolladores la posibilidad de hacer máquinas de guerra.

Página de El oro de la muerte.

Así como en sus series dedicadas a la antigüedad clásica –Alix, Orión, Keos probablemente, aunque me es desconocida–, Martin apenas se detiene en la crueldad, en Jhen no la evita. Bien es cierto que no se recrea en las atrocidades, pero tampoco faltan viñetas donde se muestran los suplicios que infligen los desolladores a los campesinos que se han negado a pagarles. Decididamente, la obra de Martin es para adultos, a excepción, si acaso, de aquel Lefranc que leí en Ediciones Junior en los 80. Adultos interesados en las amenidades de la historia antes que jóvenes cautivados por la aventura y el dibujo. De hecho, sus reproducciones de la Grecia de Orión y el medioevo de Jhen se me antojan mejores que las del común de las películas.

Nada más llegar –volviendo a las espléndidas viñetas que hoy me ocupan–, los desolladores se aplican en la terrible práctica que les da nombre. Los campesinos que se han negado a pagarles son despellejados, a modo de espectáculo, de cara a los sitiados de La Gore. Jhen no tarda en comprender que se trata de una estratagema de Conrad Tierstein para distraer la atención de los defensores de la ciudad, y mandar a un buen contingente de su horda al asalto de las murallas por donde la fortificación está más deteriorada. Tanto ese primer ataque, como todos los demás, serán contenidos.

Página de El secreto de los templarios.

Sorprende que en medio del asedio, los desolladores permitan el paso al recaudador de impuestos del rey, quien ha intentado en vano cobrar un tributo en el burgo. Pero como el propio Jhen explica (pág. 23), “jamás se ha visto que una tropa protegida con las armas del rey sea atacada”. Sí es más previsible que Jhen y Conrad Tierstein, tras varios días de asedio, decidan jugarse la continuidad del sitio en combate singular.

Naturalmente, el héroe gana. Pero el villano queda prendado de Ariana, cuando ella, desoyendo la advertencia de Jhen, se asoma desde su escondite para ver el desarrollo de la lucha. Cautivado por la muchacha maldita, Conrad Tierstein –traicionando la palabra que ha dado a Jhen– anuncia que no levantará el sitio hasta que no se la entreguen. Los sitiados están dispuestos a ello. Así que Ariana, Matilde y Prefecto escapan por un antiguo pasadizo.

En lo que a La Gore se refiere, será Gilles de Rais quien la libere cuando los desolladores preparan el asalto final. Puesto en aviso de lo que allí sucede, acude en auxilio de Jhen con su ejército. Peor será la suerte de Ariana. Habiéndose adentrado en uno de los bosques por los que discurre su huida, será atacada por unos lobos que la matarán a mordiscos. Decididamente, las aventuras de Jhen, la obra de Martin en general, además de un prodigio, es para adultos.

Javier MEMBA

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