La Biblioteca Real de Bélgica (KBR), que posee 90 obras “en blanco y negro” de este autor, un tesoro frágil y que pocas veces se muestra al público, se suma al año dedicado en Flandes al gran maestro con una gran exposición centrada en sus dibujos y grabados. Palacio de Carlos de Lorena (Bruselas), desde el 15 de octubre al 15 de febrero
Las estampas impresas fueron para el siglo XVI lo que la televisión para el XX, el difusor universal de la imagen. Una pintura se mostraba a la vista de un círculo muy restringido, a no ser que adornase un templo de peregrinación, pero incluso en este caso había que desplazarse hasta Santiago de Compostela, Colonia o Roma para verla, y no era fácil viajar recién acabada la Edad Media. Por el contrario, las estampas llegaban a cualquier lugar, y estaban al alcance de cualquier bolsa. Los campesinos podían tener imágenes de devoción ante las que rezar en familia, los burgueses podían decorar sus estancias con paisajes, escenas costumbristas cómicas, simbólicas fábulas, hechos heroicos o de la historia sagrada, los humanistas y eruditos tenían en sus bibliotecas libros de retratos de reyes y artistas… Sin olvidar que los pintores conocían así la obra de otros pintores que habían alcanzado la fama.
Fue trabajando en este género como Pieter Bruegel (todavía no llevaba H el apellido) se hizo conocido, mucho antes de ser apreciado como pintor. De hecho esta percepción duraría siglos, hasta que en el XIX los museos empezaron a interesarse en los cuadros de Bruegel el Viejo. Curiosamente en el siglo XX se produjo el fenómeno opuesto, el artista flamenco se convirtió en un pintor celebrado sobre todo por sus coloristas escenas de campesinos, borrachos y mendigos, sus alegorías apocalípticas en la línea del Bosco, y se dejó en un segundo plano su obra gráfica. Hasta 2001 no hubo una gran exposición dedicada a la obra en papel de Pieter Bruegel, la que organizaron conjuntamente el Metropolitan Museum de Nueva York y el Museum Boijmans Van Beuningen de Róterdam, donde pudieron verse 54 de los 61 dibujos que hay de su mano, y más de 60 grabados.
Sabemos en realidad muy poco de los primeros años de la vida de Pieter Bruegel el Viejo: nació entre 1524 y 1530 cerca de Breda, y según su biógrafo contemporáneo Karel van Mander se inició como aprendiz en el taller de Pieter Coecke van Aelst, aunque algunos historiadores lo ponen en duda. En todo caso no queda rastro de lo que hiciera en aquel taller. Ingresó en el gremio de pintores de Amberes, la Guilda de San Lucas, en 1551, para iniciar enseguida un viaje de estudios a Italia, pero no nos han llegado casi pinturas de sus primeros años.
La que suele datarse más antigua es el Paisaje con Cristo y los apóstoles en el mar de Tiberíades (1553), realizada durante su estancia en Italia (1551-54) y probablemente en colaboración con su compañero de viaje, Marten de Vos, pero en ese momento la obra más trascendental de Bruegel, lo que indicaba ya su genio, era el dibujo de paisajes de los Alpes, “los más sutiles estudios de los Alpes jamás creados”, según James Snyder. Y sin duda la experiencia que le llevaría a pintar también paisajes, género del que se considera progenitor junto a Patinir.
Tras pasar tres años en Italia, Bruegel regresó a Amberes, y en 1555 comenzó a trabajar para el impresor Hyeronimus Cock. Cock y Bruegel tenían algo en común, eran de esos artistas europeos –Cock también pintaba– que comprendieron la necesidad de ir a Italia para respirar su arte, de conocer las colecciones de escultura clásica que papas y cardenales hacían resucitar con sus excavaciones en Roma, los parnasos de la pintura de Florencia y Venecia, la fabulosa imprenta véneta.
Aparte de eso, no eran comparables: Bruegel sería un artista genial, pero Cock fue una figura única e imprescindible para la cultura europea. En su taller Aux Quatre Vents, Cock transformó la imprenta artesanal en una industria basada en la división del trabajo, uno de los pilares económicos de Flandes.
Cock difundió el Alto Renacimiento italiano por Europa, dando a conocer al norte de los Alpes, gracias a sus estampas y libros ilustrados, a Rafael, Andrea del Sarto, Bronzino o Giulio Romano; y aunque fuese poco después de su muerte, de la imprenta de Cock salió el libro que fijó el canon de los grandes pintores flamencos, Pictorum aliquot celebrium Germaniae inferioris effigies (Retratos de algunos célebres pintores de la Baja Alemania), entre los que incluyó, por cierto, a Pieter Bruegel el Viejo.
Durante siete años y hasta su mudanza a Bruselas en 1563, Bruegel fue una pieza de aquel taller. Quizá la pieza más importante por su genio como dibujante, pero sometido a las exigencias de la industria que le imponía su patrón. El Bosco, un pintor de dos generaciones atrás, desaparecido en 1516 y del que quedaban muy pocas pinturas, era no obstante el favorito del público que compraba estampas, y Hyeronimus Cock le hacía dibujar a Bruegel al estilo del Bosco y luego hacía pasar esos grabados como obras del Bosco. Así apareció una de las estampas más celebradas de Bruegel, El pez grande se come al chico, que a su vez sería objeto de nuevas versiones por otros pintores flamencos.
Tras las imitaciones del Bosco del principio, en 1557 Bruegel hizo los dibujos para la serie de estampas Los siete pecados capitales, que ya aparecerían firmadas en latín “Bruegel inventor”, y al año siguiente las continuó con Las siete virtudes. Y por supuesto se grabaron los dibujos que había hecho en los Alpes, con gran éxito entre el público.
Una de las fiestas campestres a las que le gustaba acudir a Bruegel eran las kermeses. La palabra flamenca kerkmess significa literalmente “misa de iglesia”, lo que en español podríamos interpretar como las romerías de los pueblos, pero las kermeses flamencas eran extremados jolgorios en los que podía pasar de todo. Se ha interpretado que los grabados de kermeses servían de carteles publicitarios, en los que se destacaba el desmadre para atraer al público. En la estampa Kermés en Hoboken hay un texto que dice: “Los campesinos disfrutan en estas fiestas bailando, brincando y bebiendo hasta emborracharse como bestias. No pueden dejar de ir a esta Kermés aunque el resto del año pasen hambre hasta morir”.
La etapa de dedicación plena a la estampa terminaría en 1563, cuando se trasladó a Bruselas y se casó con la hija de su presunto maestro de juventud, Coecke van Aelst, lo que seguramente influyó para que se dedicara a la pintura. Pero en realidad nunca abandonó el género de sus inicios, y siguió dibujando para la imprenta toda su vida. Su fallecimiento en 1569 interrumpió el ciclo que ocupó sus días finales, las cuatro estaciones, de las que La Primavera y El Verano aparecieron póstumamente grabadas por Pieter van der Heyden.
La Biblioteca Real de Bruselas posee 90 obras “en blanco y negro” de Pieter Bruegel el Viejo, un tesoro frágil por su soporte, el papel, que pocas veces se permite sacar a la luz. Pero el Año Bruegel ha llevado a trasgredir la norma, y durante cuatro meses, desde mediados de octubre a febrero, van a poder contemplarse estos dibujos y grabados en la exposición El mundo de Bruegel en blanco y negro. La muestra ha encontrado una sede interesante en sí misma, el Palacio de Carlos de Lorena, un majestuoso vestigio de la arquitectura del XVIII bruselense, célebre por su fachada en hemiciclo.
Todos los temas que componen el animado universo de Bruegel se pueden encontrar en esta muestra, empezando por uno de sus primeros trabajos para la imprenta, El pez grande se come al chico, como el llamado Proverbios flamencos o El mundo al revés (1559), que representa un centenar de refranes y algunos críticos consideran un auténtico tratado de la estupidez humana. Lo mismo podría decirse de lo que constituye el género más noble en la obra de Bruegel, el que le hizo algo más que un dibujante de escenas cómicas: el paisaje, desde sus famosas vistas alpinas hasta sus menos conocidas marinas.
Luis REYES, extracto del artículo publicado en Descubrir el Arte de octubre.