La colección textil de Paradores: un viaje a través del hilo

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El arte textil es una de las expresiones artísticas más antiguas a la que han recurrido todas las culturas: egipcios, griegos, chinos, civilizaciones precolombinas… Sin embargo, no fue hasta la Edad Media cuando empezó a popularizarse el uso de alfombras y tapices. A los motivos ornamentales se unían otros más prácticos que tenían que ver con el aislamiento térmico de aquellas holgadas estancias que requerían cierta calidez. Ya en el Renacimiento la urdimbre o, lo que es lo mismo, el conjunto de hilos que se van colocando en el telar, se empezaron a bañar de oro y plata y, para mayor prestigio, grandes pintores pasaron a formar parte del minucioso proceso de creación, elaborando los modelos pictóricos en los cartones.

Los tapices se convirtieron así en auténticas mercancías de lujo que siglos después, gracias a grandes conservadores del patrimonio artístico como es el caso de Paradores, han llegado a nuestros días para ser disfrutadas por los viajeros y visitantes de estos singulares edificios, que ofrecen experiencias que van más allá de una simple estancia. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el tapiz flamenco que adorna el claustro del Parador de Lerma, tejido por Frans van den Hecke según el modelo que el pintor francés Charles Le Brun efectuó en el siglo XVII. Una época a la que también pertenece la colección de tapices basados en diseños de Pedro Pablo Rubens sobre la vida de Aquiles que decora las estancias del Parador de Hondarribia. Otros ejemplos que deslumbran son El Sueño de Tobías, exhibido en el Parador de Gredos; el tapiz francés de la Diosa Cibeles, expuesto en el Parador de Ciudad Rodrigo; o los que atesora la Sala Capitular del Parador de León y que suponen un recorrido idóneo por la Edad Moderna. Tampoco podemos olvidarnos de otras obras de los fondos de Paradores, como Dido y Eneas de Giovanni Franccesco Romanelli. Piezas clásicas todas ellas que nos devuelven al esplendor de la producción flamenca.

Tapiz de la Diosa Cibeles, en el Parador de Ciudad Rodrigo. Más arriba, tapiz El Rey Poros Herido es conducido ante Alejandro, de la serie La vida de Alejandro Magno. Cedido por un particular y expuesto en el Parador de Lerma.

Pero la colección va mucho más allá de los siglos XVI, XVII y XVIII, ya que esos tapices clásicos conviven en este gran inventario de Paradores con otras obras textiles más recientes que amplían y actualizan la mirada, a la vez que avalan la maestría de la manufactura moderna española y refuerza su vigencia en pleno siglo XXI, gracias a la labor de la Real Fábrica de Tapices.

El repertorio contemporáneo de esta institución traduce al lenguaje de los hilos complejas alegorías de posmodernidad, depuradas manifestaciones cubistas o potentes expresiones plásticas. Se aprecia en las impresionantes alfombras tejidas con modelos de pintores. Es el caso del artista valenciano Manolo Valdés y la alfombra collage de lana anudada hilo a hilo, donde se teje su mosaico-fotomontaje. Los “paisajes-bodegones” de El Día, de Alberto Corazón, también se adaptan a la felpa de nudo simétrico. Igual que la alfombra Agualuna, que plasma en su tejido anudado la fiereza del color de la artista nipona Keiko Mataki o La Alberca, de Alfonso Albacete, que ha logrado trasladarse a una increíble tapete en el que el juego de luces y sombras otorga a la lana una cualidad líquida.

Alfombra Agualuna, de Keiko Mataki. Fondos de Paradores.

Todo esto se observa también en tapices increíbles como el de Guillermo Pérez Villalta, uno de los referentes de “la nueva figuración madrileña” cuya imaginería se adecúa perfectamente a la técnica del tejedor o licero en obras maestras como Combate y Destino o Los emblemas del Amor, que evocan reminiscencias de los tapices “milflor” tardo medievales, por su detallismo descriptivo y por su compleja alegoría en clave de posmodernidad.

Además, hay que mencionar las ricas texturas de Pavo Real de Fuego, xilografías oleosas de Joseph Domjan con una policromía repleta de matices que los liceros de la Real Fábrica han sabido trasladar magistralmente al tejido. Y, por supuesto, está la pintura Violín y vidrio del gran Juan Gris, interpretada en tapiz para la ocasión expresando el depurado cubismo de sus “rimas plásticas” mediante las tramas y urdimbres del tejido.

Cartón Los leñadores, Parador de Lleida. Cedido por la Real Fábrica de Tapices.

Ejemplos, sin duda, de una clara conexión entre la tradición de este oficio ancestral, legado por tejedores y bordadores, y la modernidad a través de un arte minucioso, concienzudo y esmerado en el que participan otra serie de elementos que acaban tomando un valor artístico propio y nada desdeñable, como los cartones elaborados directamente por los artistas. Obras que también tienen cabida en la colección de Paradores, bien en detalles, bien en piezas completas, pero que permiten al visitante comprender la complejidad de estas creaciones en toda su magnitud.

Así se aprecia en los cartones para tapices que se conservan en el Parador de Lleida, cedidos para la ocasión por la Real Fábrica. Un total de treinta y ocho piezas que, gracias a la colaboración de ambas instituciones, han sido expuestas por primera vez fuera de las instalaciones de esta histórica manufactura.

Fragmentos de árbol. Colección de cartones. Parador de Lleida.

Ciudad Rodrigo, Zamora, Gredos, Baiona, Santiago… son muchos los Paradores en los que se puede disfrutar de estas magníficas obras, además de otras muchas ahora no expuestas y que se encuentran en los fondos de la cadena hotelera, esperando el lugar adecuado para desplegar su cromatismo y su preciso tramado. En las próximas líneas, deambularemos por las distintas estancias de tres de estos alojamientos con un único objetivo: deleitarnos con la maestría de algunas de sus mejores piezas textiles que atesora su colección.

Entre 1630 y 1635, Pedro Pablo Rubens diseñó una serie de obras textiles con el tema de La Historia de Aquiles. Ocho escenas de la vida del personaje homérico de las que Paradores adquirió seis en la década de 1960 y que actualmente embellecen las paredes del Castillo que Carlos V dispuso en Hondarribia (Gipuzkoa). Convertido hoy en parador, esta fortaleza del siglo X alojó, entre muchos ilustres personajes, al emperador que le dio su nombre, a otros monarcas como Felipe IV y Felipe V y a un Velázquez que viajaba en calidad de decorador y aposentador real junto al Rey Planeta.

Salón de tapices, basados en los cartones que diseñó Rubens, del Parador de Hondarribia.

En el imponente salón de tapices que hay bajo sus históricos muros hoy se exhibe, para deleite de viajeros y visitantes, estas piezas de gran formato, bordadas parcialmente con hilos de oro y plata y basadas en los cartones que diseñó Rubens. Cartones originales desaparecidos, pero de los que el Museo del Prado conserva algunos bocetos.

Para su ejecución, como solía ser habitual, Rubens pintó primero unos pequeños bocetos al óleo sobre tabla. Y, a partir de ellos, como era menester, se hacían los modelli (también al óleo sobre tabla) pero dos veces más grandes, que servían de base para realizar los inmensos cartones que se colocaban bajo el telar. Y una vez utilizados por el tapicero, podían ser alquilados a otras manufacturas, según era costumbre en la Bruselas del siglo XVII.

Briseida devuelta a Aquiles. Tapiz basado en el diseño de Pedro Pablo Rubens sobre La historia de Aquiles, tejido por Gerard Van der Streken. Parador de Hondarribia.

Paradores cuenta de este modo con este importante fondo de la serie prínceps, sellado con la marca de la ciudad “BB”, Bruselas en Brabante, la firma del tejedor (Jan Van Leffdael, Gerard Van der Streken… según el caso) y una importante cenefa con elementos arquitectónicos y clásicos.

El Hostal San Marcos no sólo es uno de los edificios históricos más emblemáticos de Paradores. Su porte renacentista es único, su claustro resulta impresionante y, además, sus muros se han adaptado a diferentes cometidos. Se utilizó como convento de la Orden de Santiago, como museo, como escuela de veterinaria, hospital penitenciario e incluso como prisión. De hecho, en él estuvo encarcelado, entre 1639 y 1647, el literato Francisco de Quevedo. Pero más allá de toda esa legendaria historia, el alojamiento es un auténtico museo en sí mismo.

Fachada renacentista del Hostal San Marcos, Parador de León.

Bajo su regia prestancia se exhiben más de 500 obras de arte, como el clásico altar de piedra de Juan de Juni, realizado en 1532, o el espectacular techo de madera contemporáneo de Lucio Muñoz. Entre esta mezcla de estilos y épocas, los tapices tienen reservado un lugar especial, visitable para todo aquel que lo desee. Se trata de la excelente Sala Capitular de la planta baja del recinto, que coronada por un impresionante alfarje mudéjar alberga cinco piezas de gran formato, variada iconografía, manufactura francesa y flamenca y datadas entre los siglos XVI y XVIII,.

La Sala Capitular del Parador de León acoge cinco tapices: La Batalla de Arbela, Soldado romano con estandarte, La toma de Jerusalén, Jesús con las hermanas de Lázaro y La llegada de David a Jerusalén.

De las gruesas paredes de esta estancia cuelgan tapices de marcada temática religiosa, pero también secular: La Batalla de Arbela representa la serie sobre La historia de Alejandro Magno; La toma de Jerusalén hace lo propio con La historia de Godofredo de Bouillón; Jesús con las hermanas de Lázaro nos traslada al Nuevo Testamento; y La llegada de David a Jerusalén plasma La historia del rey David.

La Batalla de Árbela, uno de los tapices que se encuentra en la Sala Capitular de León. 

En el vestíbulo, la colección se completa con otros tres valiosos tapices: Vertumno y Pomona, el Escudo de armas de don Rodrigo Niño Lasso de la Vega (II Conde de Añover de Tormes) y el Escudo de armas de don Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar (1587-1645), más conocido como el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV y uno de los hombres más poderosos de su tiempo. Esta última obra, producida entre 1622 y 1625 por el maestro tapicero Francisco Tons, es una de los más notables y, además, destaca por haber sido elaborada en la ciudad de Pastrana, un importante foco manufacturero del que se conserva poco arte textil.

Escudo de armas de don Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, conde-duque de Olivares. Parador de León.

Mandado construir sobre un antiguo castillo medieval por Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma y valido de Felipe III, este palacio ducal, transformado hoy en el Parador de Lerma, presenta un sobrio edificio, cuya obra corrió a cargo del arquitecto real Francisco de Mora. Pronto se convirtió en epicentro de uno de los proyectos urbanísticos más importantes de su época, incluyendo también varios conventos, una gran plaza y enormes jardines aterrazados sobre el río Arlanza, lo que hizo que esta ciudad burgalesa fuera, aunque de forma efímera, una representación ideal del Barroco español.

El duque de Lerma fue uno de los hombres más poderosos de su tiempo. Al conseguir trasladar la corte a Valladolid durante un lustro, convirtió a Lerma en un enclave estratégico por su cercanía. Pero no sólo fue relevante políticamente, también como gran mecenas y coleccionista de arte. Llegó a reunir una de las muestras más importantes de la Europa del siglo XVII, que alcanzó las 2.740 pinturas (de los 21 lienzos iniciales que heredó de su padre), rivalizando con la colección del propio rey, con obras de Fra Angelico, El Greco, El Bosco, Antonio Moro, Bartolomé y Vicente Carducho, Rubens, Pantoja de la Cruz y Tiziano, así como copias de Rafael y Jan van Eyck. El Museo del Prado custodia algunas de ellas, como el Retrato ecuestre del duque de Lerma, un Apostolado de Rubens, La Anunciación de Fra Angelico o Salomé de Tiziano.

Para recuperar el papel del Duque, Paradores quiso reinterpretar, en clave contemporánea, aquellas obras maestras de la mano de tres artistas españoles: José Manuel Ballester, Lino Lago y Rubén Rodrigo. A partir de distintos lenguajes (abstracción/ figuración) y técnicas (pintura/ fotografía), estos creadores dotaron con su estilo a reconocidas obras clásicas. Por otro lado, la institución ha completado el proyecto artístico de Lerma con piezas como la copia de Salomé de Tiziano, el Retrato de un hombre de Van Dyck y, para introducir variedad a la muestra, una gran talla del siglo XIV de La Virgen en el Trono.

Pero en lo que aquí nos ocupa, la cadena hotelera ha hecho un gran esfuerzo para poder exhibir un importante tapiz flamenco de gran formato que representa la vida de Alejandro Magno (356-323 d.C.): El Rey Poros herido es conducido ante Alejandro. Se trata de una valiosa pieza tejida en el siglo XVII en Bruselas por Frans van den Hecke en lana, seda e hilo de plata, según el modelo de Charles Le Brun, uno de los pintores y teóricos del arte francés más influyentes del siglo XVII.

Este gran tapiz es la última incorporación a la colección textil de Paradores y ha llegado gracias a una cesión particular. Se trata de la quinta y última parte de la serie dedicada a la vida de Alejandro. En él se recrea la batalla del Hidaspes, librada por el soberano macedonio contra el monarca Poros, a quien venció y el artista representa aquí herido, sujeto por varios hombres que le conducen ante el Gran Rey de Media y Persia.

Tapiz según modelo de Charles Le Brun. El Rey Poros Herido es conducido ante Alejandro. Frans van den Hecke. Lana, seda e hilo de plata, siglo XVII, Bruselas. Cedido por un particular.

La serie de pinturas de Le Brun, que sirvieron como modelo al tapiz, fue empezada en 1660 para el rey Luis XIV de Francia, que pretendía equipararse al propio Alejandro y hacer ver la superioridad del país vecino en Europa.

De esta manera, la colección textil que conserva Paradores invita al visitante a viajar a través del tiempo y deleitarse contemplando magníficas obras de arte. Alfombras y tapices que son resultado de unos procedimientos de manufactura tradicionales que alcanzaron su esplendor en el Renacimiento, pero cuyo lenguaje ha llegado también hasta nosotros a través de la interpretación realizada por artistas plásticos contemporáneos. Una mezcla entre pasado y presente que, en definitiva, pone en valor un legado patrimonial muy rico y convierte la estancia en estos alojamientos con alma de museo en una experiencia imborrable.

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