La galería Elvira González presenta una selección de esculturas de la última etapa de Juan Muñoz, junto a algunos de sus dibujos y grabados. Se trata de una exposición de gran intensidad por la fuerza de las figuras y por las emociones que despiertan en el visitante, que abandona las salas cargado de interrogantes e inquietudes. En Madrid, hasta el 30 de marzo
La exposición de Juan Muñoz (Madrid, 1953-Ibiza, 2001) en la galería Elvira González (Madrid) está compuesta por una selección muy corta de obras (apenas once entre esculturas, dibujos y grabados), pero que desborda las salas por su intensidad psicológica. La medida para este ámbito es perfecta. Si fuera mayor, podría intimidar al espectador o, peor aún, diluir los sentimientos que cada pieza es capaz de despertar, de forma muy especial las esculturas, que se entienden en relación con el espacio y con la posibilidad de que el visitante las rodee y las pueda observar desde un lado y otro, a corta y media distancia.
Son figuras de caras congeladas en un gesto desconcertante. Frente a ellas, al visitante le asaltan interrogantes, inquietudes, desconciertos. ¿Quién podría permanecer impasible ante Two figures, one laughing at one hanging? Es la obra que cierra la muestra: creada en el año 2000 e inédita para el público de España hasta ahora, está compuesta por dos figuras -y sus sombras-, que ocupan en Elvira González una sala entera. El hombre que pende del techo encierra dramatismo, incluso violencia; pero es la carcajada en la cara de la otra figura -la que mira hacia su compañero recostada en el equilibrio sobre el suelo- la que perturba sobremanera al visitante. La que llega a despertar en él una inquietud cercana al miedo.
A la muerte de Juan Muñoz en 2001, Richard Serra describió el trabajo de su colega con palabras certeras: «(…) la obra de Juan es sustituto de innombrables sentimientos de distanciamiento, angustia y desespero (…). El significado de la obra de Juan ha de hallarse en la esencia de una pertinaz tristeza, no en el embellecimiento». Esas carcajadas de las figuras que ahora expone Elvira González no contagian alegría; perturban. Salvo una, todas pertenecen a su última etapa, están fechadas entre 2000 y 2001. Todas ellas son de tamaño natural y están realizadas en resina de poliéster o bronce. Hay semejanzas en sus ropas, en su anatomía y proporciones. Miramos, por referencias a obras más antiguas de Muñoz, hacia sus extremidades inferiores; todos tienen piernas, aunque no siempre pies. Esos muñones nos recuerdan a las bases en forma de saco relleno en las que apoyaba a sus bailarinas, negándoles las piernas. En la obra de Juan Muñoz hay un despliegue de caracteres exagerados. Las figuras -occidentales u orientales, aisladas, en grupos de conversación o en multitudes- han sido precedidas por aquellas bailarinas sin su herramienta para bailar, por ventrílocuos, enanos o tamborileros. Sus rasgos no representan los de personas concretas; se clonan. Se trata de experimentar la «otredad». Una apuesta por la figuración valiente, extremadamente moderna, que incorpora la magia, lo teatral y la narración. Y para ello utiliza la arquitectura, crea entornos teatrales con suelos con efectos ópticos, portales, sombras, espejos…
En la exposición de Madrid dos figuras ataviadas con gabanes largos interactúan entre ellas asomándose al espejo en el que también se reflejará el espectador. Este se incorpora así a una obra en la que a la resina de poliéster de las figuras, el marco de madera y el espejo hay que sumar un tercer elemento: el silencio. Un silencio perturbador porque ante la situación que describe la escena el espectador pide a gritos saber qué ocurre entre esas dos personas, qué se dicen. Lo mismo ocurre con la obra que recibe al visitante: One laughing and the other: ¿a qué vienen esas carcajadas?, ¿qué se esconde detrás de este diálogo mudo? El silencio pesa. La disposición de las sillas sujetas en altura a la pared hace que el espacio también forme parte de la obra, que sea necesario para subrayar la teatralidad. Julian Bell, en su libro El espejo del mundo, comenta que estos personajes parecen salidos de una atracción de feria. No le falta razón.
De entre las esculturas que se exponen ahora en la galería Elvira González la más antigua data de 1991. Es una figura de terracota asomada a un balcón, un elemento que ejemplifica (como también lo hacen escaleras y puertas) esa forma de crear espacios intersticiales y de utilizar los elementos arquitectónicos a modo de escenarios. El desarrollo de esta forma de manejar el espacios, que le permitió crear obras de gran calado psicológico como The prompter (1988), se encuentra en la esencia de la disolución de los límites entre la escultura y la instalación. Su última gran obra, Double Bind, que creó para la Salas de las Turbinas de la Tate y se presentó en 2001, pocos meses antes de su fallecimiento, es una ratificación clara de este aspecto de la obra de Muñoz.
Las pinturas y grabados que reúne la exposición datan de 1988-89, 1990 y 1996. Los motivos son piezas de mobiliario, pero a través de ellas es fácil hacer una lectura sobre la soledad y reconocer juegos espaciales complejos, como los que dan vida a muchas de sus esculturas. En la galería vemos al Juan Muñoz escultor y dibujante, pero no queremos olvidar que su trayectoria fue más allá: fue comisario de exposiciones, autor de escritos, ensayos, obras teatrales y radiofónicas, como aquella en la que colaboró con el escritor y crítico de arte John Berger (un breve inciso para recomendar la lectura -o relectura- de un libro suyo estupendo: Modos de ver).
Todo ello explica que Juan Muñoz se convirtiera muy pronto (y a pesar de que murió muy joven, tenía 49 años) en un referente artístico imprescindible dentro y fuera de nuestras fronteras, clave en la revolución escultórica que se inició en España en los años 80. Hace unos años, en 2008, Descubrir el Arte aprovechó que el artista iba ser protagonista de tres grandes exposiciones: Tate Modern de Londres, Guggenheim Bilbao y Museo Serralves de Oporto, para preguntar a distintos artistas por el significado de la obra de Juan Muñoz, su proyección e influencia. El artículo, de Javier Díaz Guardiola, se titula Anatomía de Juan Muñoz y desde aquí invitamos a que el lector lo recupere (puede encontrar la revista en la tienda de nuestra web) y se acerque a él a través de las palabras de Ignasi Aballí, Bernardí Roig, Esther Pizarro, Gonzalo Puch, Eugenio Ampudia, MP&MP Rosado (los hermanos Rosado y Garcés) y la escultora Cristina Iglesias, su viuda, de quien reproducimos unas palabras para finalizar este texto, recomendando antes una visita a la exposición en la galería Elvira González.
«Trabajaba a borbotones. Imaginaba sin parar e inventaba al tiempo que hablaba y comía. Era como un águila que todo lo sobrevolaba, con una capacidad de visión francamente increíble. Desde las alturas, bajaba para llevarse lo que quería. Cuando se ponía del lado del espectador, le interesaba la historia y el progreso. Despreciaba la mediocridad y el posibilismo… Siempre quería más y disfrutaba con casi todo», Cristina Iglesias, 2008, Descubrir el Arte 108.
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