Ximo Berenguer: el retratista del underground barcelonés

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La galería Fernando Pradilla de Madrid acoge las fotografías del artista valenciano Ximo Berenger. La exposición, que forma parte de PHotoEspaña, muestra una selección de su trabajo realizado a mitad de los setenta en el famoso music hall El Molino de Barcelona, durante las representaciones A chupar del bote. Hasta el 15 de julio

Ximo Berenguer (Picanya, Valencia, 1946-Barcelona, 1978) se aficionó a la fotografía siendo todavía adolescente con la cámara de su padre, una Kodak Retina. Entre 1965-68 acudía regularmente al Foto Club Valencia y participó en diferentes concursos. En 1968 se traslada a Barcelona para cursar estudios en el Institut d’Estudis Fotogràfics de la Escuela Industrial, que había sido fundado recientemente por Miquel Galmes y Jordi Gumí, simultáneamente ingresa en la Agrupación Fotográfica de Cataluña y colabora con las actividades del Grup Jove. En 1973 entra a trabajar en el estudio de Leopoldo Pomés, donde permanecerá casi un año, y visita regularmente a Josep Maria Casademont, uno de sus más fervientes mentores. Mantiene contactos con el equipo de El Rrollo Enmascarado y con otros grupos underground barceloneses.

Sobre estas líneas, Coro de bailarinas en la apotesis final, 1974, fotografía a las sales de plata, copia vintage, 18 x 23,8 cm. Arriba, La vedette Christa Leem, 1974, fotografía a las sales de plata, copia Vintage, 18 x 23,8 cm. Todas las fotografías de Ximo Berenguer.

En 1975 conoce al bailarín y coreógrafo Negrito Poli, que se convierte en su pareja. Gracias a él logra introducirse en El Molino, donde realiza varios reportajes. Por esa misma época lleva a cabo también una serie de reportajes políticos y culturales de la Transición: desde las grandes manifestaciones populares, la represión policial y los Guerrilleros de Cristo Rey, hasta las primeras elecciones democráticas y las sucesivas ediciones del Festival Canet Rock. Justo después de cubrir ese festival en 1978 sufrió un accidente con la moto que le causó la muerte.

Tras su fallecimiento, todo su material quedó depositado en la casa familiar pero, tras la muerte de sus padres, su única hermana, monja en un convento, decidió proporcionar a su obra un destino con mayor visibilidad. Estas circunstancias motivaron que su figura cayese en el olvido, una situación que, por otra parte, ha ido cambiando recientemente gracias a azarosas circunstancias.

Christa Leem, ed. 1/5, 2017, impresión digital sobre papel de algodón. Edición actual: 53,3 x 36,8 cm.

Como escribe Rafa Levenfeld en el texto que ha escrito para la exposición A chupar del bote de la galería Fernando Pradilla, a su llegada a Barcelona abandona la “estética del salonismo para adoptar un reportaje directo y descarnado. Admirador tanto de Cartier-Bresson y Brassaï, cuya obra descubrió en la biblioteca de la Agrupación Fotográfica de Cataluña, como de algunos heterodoxos surgidos de esa entidad como Miserachs, Maspons o Colom, Berenguer se propuso erigirse en testigo gráfico de la conflictiva efervescencia social que agitaba el país”.

Sus imágenes pasaron entonces a “rehuir todo sentimentalismo superfluo para atrapar el alma fugaz de la historia”, según palabras de Josep Mª Casademont, director de la revista Imagen y Sonido. El grupo AFAL y sobre todo Leopoldo Pomés –cuyo libro Les fenêtres actuó de revulsivo– constituyeron otras referencias clave: “Tanto fue así que a principios de 1973 el joven Berenguer se armó de valor, reunió un puñado de sus fotografías que consideraba ‘modernas’ y fue a enseñárselas a su ídolo con ánimo de ganarse una plaza en su estudio como aprendiz. Con su primer sueldo se compraría la cámara Pentax SL que utilizó hasta el final de su vida”, explica Levenfeld.

Ondina, ed. 1/5, 2017, impresión digital sobre papel de algodón. Edición actual: 53,3 x 36,8 cm.

Su espíritu contestatario y su condición homosexual le llevaron a congeniar con el grupo de los Ocaña, Nazario, Picarol, Mariscal, los hermanos Farriol y tantos otros protagonistas del underground barcelonés, con los que compartió tugurios y marginalidad, que sin duda propulsaría la radicalidad de sus propuestas.

El corpus del legado fotográfico de Berenguer que se ha recuperado es reducido, unos 15.000 negativos y 300 tirajes de época en diferentes formatos. Lo que se muestra en esta exposición es una selección del trabajo realizado en el mítico music hall El Molino de la Ciudad Condal a mediados de los años setenta. Como decíamos antes, fue gracias a su relación con el bailarín cubano Negrito Poli, el coreógrafo de este music hall, lo que le abrió las puertas para conocer de primera mano el universo particular de este teatro de variedades. Ximo Berenger gozaba de total acceso al local y a la intimidad con sus protagonistas, además, Casademont le alentó a embarcarse en un reportaje en profundidad para un libro de la colección Palabra e Imagen de Lumen, en la que ya habían participado Masats, Ontañón, Maspons+Ubiña o Colita, etc.

La vedette Merche Bristol en una actuación, 1974, fotografía a las sales de plata, copia Vintage, 23,8 x 18 cm.

Las fotografías fueron realizadas mientras la compañía representaba la obra A chupar del bote y efectuaba los ensayos del que sería el siguiente espectáculo, Taxi al Molino. “Como era preceptivo en el teatro de variedades, el espectáculo se componía de una sucesión de números que indefectiblemente hacia desfilar a cantantes folclóricas, ilusionistas, cómicos, bailarinas burlesque, striptease, etc. aunque siempre el plato fuerte lo constituía la interacción entre los actores y el público, que se deleitaban enzarzándose en diálogos picantes. Muchas representaciones satirizaban situaciones de la actualidad y el espectáculo terminaba con el apoteosis de toda la compañía sobre el escenario rindiendo pleitesía a las vedettes ataviadas con sus plumas y trajes de lentejuelas, y todos cantando ‘A chupar del bote / hasta que se agote / a chupar del bote / es lo mejor…’ Una alusión a la corrupción que sigue bien vigente hoy en la letra de esa canción”, explica Rafa Levenfeld.

Johnson y Christa Leem en la apoteosis final, 1974, fotografía a las sales de plata, copia Vintage, 18 x 23,8 cm.

De hecho, lo que quería enfatizar Berenguer era que El Molino se viese, por un lado, como un espejo de la transición política: en los palcos departían empresarios e intelectuales, hombres del Régimen y líderes obreros, agentes de paisano y universitarios, y todos ellos se burlaban juntos de esto y de lo otro, como de los males de la burocracia o de la incompetencia de la Administración. Por otra parte, El Molino constituía un refugio de seguridad en el que la vida exterior se concedía una tregua: a menudo mientras la platea estallaba en risas resonaban no muy lejos las consignas coreadas por los manifestantes o las sirenas de los furgones policiales que evidenciaban el cambio que se estaba precipitando.

Por estas fotografías que se pueden ver ahora en la galeria Fernando Pradilla desfilan retratos de personajes entrañables como Johnson, La Maña, Christa Leem, Piper o Yvette René, salpicados con grafitis políticos reivindicando amnistía y estatuto de autonomía; “instantáneas de una alegría contagiosa tamizada de humo y alcohol pero que vislumbran en el horizonte avisos de tragedia. Este proyecto documental es penetrante, intenso, visceral, no sale de los ojos sino de las entrañas”, comenta Rafa Levenfeld.

Noche de estreno, 2017, impresión digital sobre papel de algodón. Edición actual: 53,3 x 36,8 cm.

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