Derain, Balthus y Giacometti: un diálogo enriquecedor

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La Fundación Mapfre de Madrid explora la relación personal de estos tres artistas a la vez que muestra los intereses que compartían a la hora de abordar su trabajo, como la admiración por el arte del pasado, las culturas primitivas o su adscripción a la figuración. Un total de más de 200 obras entre pinturas, esculturas, obra sobre papel y fotografías de los años treinta a los sesenta del siglo XX. Hasta el 6 de mayo

La exposición Derain, Balthus, Giacometti. Una amistad entre artistas, comisariada por Jacqueline Munck, conservadora jefe del Musée d’Art moderne de la Ville de París (museo que ha concebido esta muestra y coproducida por la Fundación Mapfre) explora por primera vez la relación personal entre estos tres artistas del siglo XX: André Derain (Chatou, 1880‐Garches, 1954), Balthus (París, 1908‐2001) y Alberto Giacometti (Borgonovo, 1901‐Coira, 1966).

Sobre estas líneas, Isabel Lambert, por André Derain, 1935-1939, óleo sobre lienzo, 75,6 x 74 cm, North Carolina Museum of Art, Raleigh, donación de Mrs James Forrestal. Arriba, Bodegón con una figura (La merienda), por Balthus, 1940, óleo sobre papel pegado a tabla, 72,9 x 92,8 cm, Londres, Tate Britain, legado Simon Sainsbury, 2006, incorporación en 2008.

Dividida en seis apartados, la muestra incluye una selección de más de 200 obras entre pinturas, esculturas, obras sobre papel y fotografías que recorren el periodo comprendido entre los años treinta y los sesenta del siglo XX. Un discurso expositivo que a su vez revela los intereses que compartían estos tres creadores a la hora de abordar su trabajo, como la admiración por el arte del pasado, las culturas primitivas o su adscripción a la figuración, en un entorno en el que se estaban consolidando el surrealismo y la abstracción.

En palabras de la comisaria, del análisis de esta relación podemos sacar otra lectura sobre la historia del arte, su evolución y modernidad y ver cómo esta no sigue una línea continua sino que tiene ramificaciones y momentos de ruptura. Una historia del arte que no deja de ser la obra de estos artistas en toda su plenitud, que tratan de plasmar sus sueños, sus percepciones de las cosas y de la realidad.

El hombre que se tambalea, por Alberto Giacometti, 1950, bronce, 60 x 22 x 36 cm, París, Museo de Orsay. En depósito en el Museo Granet.

Derain, el mayor de los tres, ejerció una gran influencia sobre Balthus (Balthasar Kłossowski) y Giacometti, lo que no se traduce en un lenguaje común, sino que cada uno de ellos posee un estilo propio, aunque en sus obras “sí encontramos un complejo cruce de problemas, un permanente diálogo”. Como decíamos antes, los tres comparten la admiración por el arte del pasado, que combinan con el mundo moderno en el que viven, al tiempo que tratan de prestar atención a esa realidad que tienen ante sí.

Derain, Balthus y Giacometti se conocieron a principios de los años treinta por su relación con los surrealistas, más concretamente en la primera exposición de Balthus en la galería Pierre Loeb (1934). A partir de 1935 sus lazos de amistad se estrecharon y frecuentaron a distintos artistas, escritores y poetas, como Antonin Artaud, Max Jacob, André Breton, Louis Aragon, Jean Cocteau, Samuel Beckett, Jean‐Paul Sartre o André Malraux.

Geneviève con manzana, por André Derain, 1937-38, óleo sobre lienzo, 92 x 73 cm, colección particular.

Hay que recordar, además, que en aquellos años el teatro ocupó un lugar destacado y como otros creadores de la época, los tres realizaron varios proyectos con Marc Allegret, Boris Kojnó, Roger Blin y Jean‐Louis Barrault. Por otro lado, la moda y el mercado del arte fueron otros de sus puntos en común, ya que entablaron relación con diseñadores como Jacques Doucet, Paul Poiret o Christian Dior y con marchantes como Pierre Loeb, Pierre Colle y Pierre Matisse.

Una exposición en seis actos

El recorrido expositivo arranca con La mirada cultural, conformada por una serie de obras que representan la visión común que estos tres artistas tienen y que dirigen a la tradición figurativa y a las culturas primitivas, y cuyo fruto son obras que mezclan simultáneamente estas influencias como puede verse en El gaitero o Retrato de Iturrino de Derain o Mujer que camina de Giacometti.

Por otra parte, se exhiben las copias que Balthus realizó en 1926 de los frescos de Arezzo de Piero della Francesca. Unas composiciones, que como comenta la comisaria, hablan de un nuevo credo: “la verdadera modernidad está en esa reinvención del pasado”.

Los días felices, por Balthus, 1944-46, óleo sobre lienzo, 148 x 199 cm, Washington, D. C., Hirshhorn Museum and Sculpture Garden, Smithsonian Institution, donación de la Joseph H. Hirshhorn Foundation, 1966.

Vidas silenciosas, el siguiente apartado, está dedicado a paisajes, figuras y bodegones que repasan los códigos de representación de la historia del arte, desde el neoclasicismo hasta Courbet y Corot.

Desde la Vista de estudio (1936‐39) a Bodegón con flores (1953), vemos cómo se ha producido un cambio esencial en las obras de Giacometti, pues si bien él mismo señalaba que “lo que trato de hacer es reproducir exactamente en un lienzo, o con barro, lo que veo”, su obra parece haber roto con la realidad. En este sentido, su trabajo es una “batalla” contra la realidad, con las apariencias que son al fin y al cabo la forma en la que las cosas se presentan ante nuestros ojos.

El gaitero, por André Derain, 1910-11, óleo sobre lienzo, 181,6 x 147,3 cm, Minneapolis, Minneapolis Institute of Art,, legado Putnam Dana McMillan.

Por su parte, Derain y Balthus recuerdan a los pintores realistas del siglo XVI por su “ordenación armoniosa de los objetos y las figuras sobre fondos oscuros, en su sutil tratamiento de la luz y en la precisión de la ejecución”, explica la comisaria. En su Vista de SaintMaximin, Derain ofrece una visión melancólica “donde su imaginación le otorga una dimensión casi suprareal al paisaje”, mientras que Balthus extrae la claridad luminosa de la naturaleza con un naturalismo que en cierto sentido recuerda a Courbet.

Los modelos, el tercer apartado, muestra un juego de retratos cruzados que reúne a amigos y mecenas comunes a los tres artistas. En 1935, Isabel Rawsthorne posa varias veces para Derain y a partir de 1936 para Giacometti. La sobrina del pintor de Derain tiene un turbador parecido con las adolescentes de Balthus, y los desnudos de ambos enlazan con una tradición pictórica que tiene en el misterio su protagonista. Desnudo sentado con ropaje verde de Derain, de una sencillez grave y austera, se presenta sobre un fondo sin adornos.

Isabel en el estudio, por Alberto Giacometti, 1949, óleo sobre lienzo, 105 x 87,5 cm, París, Museo de Orsay. En depósito en el Museo Granet, Aix-en-Provence, donación de Philippe Meyer, 2000.

De ahí, se pasa a Entracto, un apartado que se detiene en las incursiones en el teatro de este trío. En la década de los años treinta del siglo pasado el teatro alcanza un gran impulso y tiene lugar una estrecha y fructífera relación entre las artes escénicas y las plásticas. El visitante podrá contemplar los decorados y figurines que Derain creó para el ballet y el teatro.

En 1935, Balthus lo hará a su vez para Los Cenci, considerada la primera obra del “teatro de la crueldad” de Antonin Artaud, donde sigue la misma desorganización y expresa el mismo sentimiento de incomodidad que reflejará después en los decorados para Estado de sitio de Albert Camus (1948).

El pintor y su familia, por André Derain, 1939, óleo sobre lienzo, 176,5 x 123,8 cm, Londres, Tate Britain, adquisición en 1987.

Tanto en la escena como en el taller las máscaras y las máscaras‐figurines de Derain mantienen una expresividad que recuerdan el origen antiguo del teatro, mientras que las “jaulas” de Giacometti definen el espacio escénico donde coloca sus figuras.

En El sueño. Visiones de lo desconocido se une el tema clásico de la mujer tumbada con el del sueño, en una síntesis de tradición y modernidad que muestra las distintas maneras de abordarlo. Las jóvenes pintadas, figuras durmientes o soñadoras –Balthus, Muchacha dormida–, lánguidas o extáticas –Balthus, Los días felices–; Derain, Desnudo con gato–, se entregan con dejadez a la mirada del espectador.

Mujer acostada soñando, por Alberto Giacometti. 1929, bronce pintado, 23,5 x 42,6 x 14,5 cm, Washington, D. C., Hirshhorn Museum and Sculpture Garden, Smithsonian Institution, donación de Joseph H. Hirshhorn, 1966.

A través de los fondos oscuros y la iluminación se presenta la vida interior de la modelo como vemos en Gran desnudo (1935) de Derain o en Desnudo acostado (1983‐86) de Balthus. Mientras que Giacometti en la escultura Mujer acostada soñando (1929) condensa la ondulación del cuerpo femenino y la suavidad de un paisaje recién descubierto.

La falena, por Balthus, 1959-60, caseína y témpera sobre lienzo, 162 x 130 cm, París, Centro Pompidou, Musée National d’Art Moderne / Centre de Création Industrielle, donación André y Henriette Gomès, 1985.

Y, por último, en La garra sombría se exponen esculturas y cuadros que son como como una especie de marcas o huellas que invitan al espectador a percibir la compleja relación que Derain, Balthus y Giacometti mantienen con la realidad. El hombre que se tambalea (1950) de Giacometti, habla del vacío y de la incapacidad que siente el escultor a la hora de captarla, lo que es además el eje alrededor del cual se estructura toda su obra: su sensación de fracaso y su necesidad de seguir intentándolo, de aprehender esa realidad una y otra vez tal y como vemos en Cabeza negra (Cabeza de Diego) o Annette sentada, dos veces.

Las pesadillas, la angustia y la destrucción, también acechan en las obras tardías de Derain como en Las bacantes y Gran bacanal negra, donde las figuras parecen huir aterrorizadas. Pero también encontramos piezas en las que la luz gana el pulso a la oscuridad, tanto en Derain –Bodegón sobre fondo negro o El claro del bosque– como en Balthus –Los jugadores de cartas–. Al final la luz prevalece en las obras de Balthus, bañadas de tonos cálidos, atemperados con pigmentos granulados y suaves como si de un fresco antiguo se tratara –El bañista (1960) o La falena.

Los niños Hubert y Thérèse Blanchard, por Balthus, 1937, óleo sobre lienzo, 125 x 130 cm, París, Museo Nacional Picasso, París, donación de los herederos de Picasso, 1973/1978.

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