El retrato según Picasso: intimidad y libertad absoluta

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El Museu Picasso de Barcelona pone de relieve la importancia de este género en la trayectoria artística del pintor en una exposición organizada conjuntamente con la National Portrait Gallery de Londres. Un total de 81 piezas, entre óleos, dibujos, esculturas, grabados y fotografías muestran la gran variedad tipológica del artista. Hasta el 25 de junio

Si la figura humana fue el tema principal de Picasso, el retrato ocupó una parte importante en su obra a lo largo de toda su trayectoria artística. Un género que se suele asociar al trabajo por encargo, pero que en el caso del pintor malagueño no fue así, sino que retrataba a las personas de su círculo íntimo de cada momento, lo que le daba una libertad absoluta como retratista. A veces trabajaba al natural; en otras, utilizaba fotografías; unas veces confiaba en su formidable memoria, y otras utilizaba todos esos recursos al mismo tiempo.

Otra peculiaridad de Picasso era que solía representar el mismo modelo de diferentes formas y en diversos estados de ánimo, como queda patente en la muestra Picasso. Retratos, donde precisamente se hace hincapié en esta variedad tipológica a través de un conjunto de obras realizadas en diversas técnicas, como dibujos, óleo, escultura, fotografía o grabado, en un recorrido también por la evolución del retrato picassiano desde el inicio de la carrera del pintor malagueño, las obras de los años 1895 y 1900, pasando por su experimentación con la forma entre 1900 y 1904, los estilos cambiantes de los años 1904 al 1910, el retorno a lo clásico y a la fotografía de 1915 al 1927, los retratos de posguerra, y Picasso y los pintores clásicos.

Sobre estas líneas, Bibi-la-Purée, 1901, óleo sobre cartón, 490 x 390 mm, colección particular. Arriba, de izquierda a derecha, Retrato de Lee Miller à l’Arlésienne, y Retrato de Nusch Éluard, 9 de febrero de 1938, lápiz y carboncillo sobre lienzo, 960 x 720 mm, colección particular © M. Aeschimann. Todas las fotografías © Derechos reservados. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2017.

Un total de 81 piezas (24 óleos, 33 dibujos, 6 esculturas, 8 fotografías y 7 grabados) muestran un amplio repertorio donde los retratos más formales conviven con caricaturas irreverentes, y los dibujos de corte clásico de aspectos de la vida con pinturas expresivas realizadas de memoria que reflejan la evolución de su conocimiento sobre la identidad del sujeto, su personalidad y sus circunstancias.

Además de los retratos de los amigos del círculo del artista (Dora Maar, Guillaume Apollinaire, Jean Cocteau, Nusch Éluard, Françoise Gilot, Max Jacob, Lee Miller, Fernande Olivier, Jacqueline Roque, Olga Khokhlova, Jaume Sabartés, Erik Satie, Igor Stravinski, Miguel Utrillo y Marie-Thérèse Walter), la exposición exhibe también retratos y caricaturas inspirados en artistas del pasado con quienes se sentía identificado o admiraba, como el Greco, Rafael, Rembrandt o Degas.

De Barcelona a París

Los retratos que Picasso hizo de su padre y su tía en 1896 revelan tanto su precoz habilidad para expresar un parecido convincente, como su sensibilidad respecto al estado de ánimo y la interioridad oculta de sus modelos. En 1899 Picasso se unió al círculo de artistas y escritores modernistas que frecuentaba la taberna Els Quatre Gats. En los autorretratos de la época, Picasso exploró personajes alternativos, disfrazándose como un empelucado libertino del siglo XVIII o posando como un acicalado bohemio, con su imagen icónica rodeada de caricaturas y garabatos. En febrero de 1900, el artista realizó una exposición de numerosos dibujos naturalistas, ejecutados con rapidez, de los asiduos a la taberna. También llevó a cabo caricaturas en miniatura, a partir de las cuales desarrollaba la imagen definitiva a través de múltiples bocetos. El estilo abstracto de estas minúsculas imágenes refleja el impacto del postimpresionismo, el modernismo y el simbolismo. Mientras tanto, la pasión de Picasso por la obra de El Greco se dejó ver en copias de sus famosos retratos del Prado.

Retrato de Jaume Sabartés, 1904, óleo sobre lienzo, 495 x 375 mm, Staatliche Museen zu Berlin, Nationalgalerie, Museum Berggruen © bpk/Nationalgalerie, SMB, Museum Berggruen/ Jens Ziehe.

En 1901 Picasso realizó su primera exposición en París. Los retratos de la época, como Bibi-la-Purée y Gustave Coquiot, reflejan su descubrimiento de Toulouse-Lautrec al romper el decoro con un tono vulgar y cómico y una tosca técnica pictórica. En 1904 se instaló en París de forma permanente y su círculo de amigos franceses se amplió gradualmente para incluir, entre otros, a Guillaume Apollinaire, André Salmon y Jean Cocteau. Como sus amigos barceloneses, fueron objeto de caricaturas ingeniosas y ocasionalmente escatológicas.

Jaume Sabartés fue retratado en más ocasiones que ningún otro amigo de Picasso, especialmente cuando durante la década de 1950 se dedicó a la compleja tarea de fundar el actual Museu Picasso de Barcelona. Caracterizado como un hombre de baja estatura, corpulento, serio y miope, Sabartés aparece en numeras guisas y situaciones, y en repetidas ocasiones en el papel de amante malhadado. En una serie delirante, Picasso canibalizó a actrices aparecidas en la revista cinematográfica Ciné-Révélation.

Las mujeres de Picasso

Los retratos de Fernande Olivier reflejan la evolución dramática del arte de Picasso durante su relación, que empezó en 1905 durante su romántica época del “circo” y terminó en 1912 en pleno apogeo de la fase “analítica” del cubismo.

Picasso conoció a su primera esposa, la bailarina ucraniana Olga Khokhlova, en 1917, cuando estaba en Roma trabajando en los diseños de Parade. Desde 1914, había llevado a cabo de forma ocasional obras con un lenguaje naturalista, y la experiencia de ver arte clásico y renacentista en Italia alentó ese desarrollo. También lo hizo el tipo de belleza de Olga, que despierta en él el recuerdo de las aristocráticas mujeres de los retratos de Ingres. El gran retrato que Picasso pintó de ella en 1923 es la obra maestra de esta época clásica; la conmovedora punta seca evoca su melancolía y el creciente distanciamiento de la pareja.

Maya vestida de mariner, 23 de enero de 1938, Nueva York, Museum of Modern Art (MoMA).

Marie-Thérèse Walter, cuya relación con Picasso empezó en 1927, inspiró una serie de retratos y esculturas. En el contundente bronce de su busto afligido que puede verse en la muestra, el artista sacó a relucir el parecido de Walter con la escultura greco-romana. Picasso había plasmado anteriormente esa visión clasicista a través de dibujos, incluido el plácido estudio de ella luciendo una boina.

La relación de Picasso con Dora Maar coincidió con la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, y ella se convirtió para él en la encarnación del sufrimiento humano. En numerosas pinturas, su rostro y su cuerpo están grotescamente distorsionados como reflejo de la angustia y el temor que experimenta la población durante ese terrible período. Sin embargo, con el clásico y monumental busto de Maar, Picasso simbolizaba el espíritu de determinación, fortaleza y coraje del movimiento de la resistencia. Para el retrato de su hija Maya, de dos años de edad, Picasso parodió el estilo del arte infantil.

A Françoise Gilot la retrató en 1949 como la reina entronizada de los retratos reales de Velázquez. Su sucesora, Jacqueline Roque, se muestra igualmente regia en el gran cuadro en el que aparece sentada a la sombra de una puerta que se abre sobre un jardín iluminado por el sol. Mientras que Picasso representaba a la primera en un estilo decorativo, describió a la segunda en un estilo procedente del cubismo analítico.

Sylvette, 1954, chapa de metal, cortada, doblada y pintada por ambos lados, 699 x 470 x 76 mm, Fondation Hubert Looser, Zúrich © Fondation Hubert Looser, Zúrich.

Homenaje y parodia a los grandes maestros

En los años cincuenta, el diálogo de Picasso con la obra de sus artistas predilectos generó una extensa serie de variaciones libres de celebridades. No dudaba en caricaturizarlos o parodiar su trabajo. Resurgió su juvenil obsesión por los retratos del Greco y por las contrapuestas vidas amorosas de Rafael y Degas. Su identificación con Rembrandt, pintor-dibujante-grabador ejemplar, se expresa de un modo conmovedor en pinturas muy tardías, como Hombre sentado, que surgió de los autorretratos del holandés.

Las Meninas de Velázquez fue el catalizador de una serie muy variada de pinturas. El esbozo grisáceo de la infanta Margarita María recuerda a las esculturas metálicas de plancha y corte abstracto con las que había retratado a Sylvette David, que había posado para Picasso en 1954. También homenajeo a Matisse, cuya muerte le había afectado profundamente.

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