La pintura religiosa de Antonio María Esquivel tras su restauración

Autorretrato.jpg

El Museo del Prado inaugura la “Sala de presentación de colecciones del siglo XIX” (sala 60) con el fin de mostrar rotatoriamente obras de este periodo de sus amplios fondos. Para esta ocasión, presenta, por primera vez juntas, tres obras religiosas de Antonio María Esquivel poco conocidas para el público y que son sobresalientes en su trayectoria, hasta el 20 de enero de 2019 

Antonio María Esquivel (Sevilla, 1806-Madrid, 1857) es uno de los mayores exponentes pictóricos del romanticismo español. Su biografía puede ser un exponente del ser romántico, superando los avatares de la vida. Nace en una familia de noble linaje, no obstante, se cría y crece en ambiente precario al morir su padre como héroe de la Batalla de Bailén (1808). A causa de esta muerte tan temprana, su madre toma las riendas de la familia, realizando verdaderos esfuerzos para que entre en la Academia de Bellas Artes de Sevilla y se forme bajo la tutela de José María Gutiérrez. Durante este periodo de formación y con apenas 17 años, sostuvo las armas contra la invasión francesa del duque de Angulema que acabó con el segundo régimen constitucional en 1823.

Con su llegada a la Villa de Madrid, 1831, tras años de apuros económicos donde no recibía suficientes encargos en Sevilla para sostener a su familia, comienza para Esquivel su esplendor: académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1832), colaborador artístico de El Siglo XIX El Panorama y forma parte del flamante Liceo Artístico y Literario (1837). Al año siguiente, regresa a la luminosa Sevilla, en la que, ­paradójicamente, poco después, pierde la vista. Pese a la desesperanza, que le lleva a varios intentos de suicidio, no se arredra y, gracias a la generosidad de muchos, se cura en 1840. Al año siguiente, vuelve a Madrid en olor de multitud, en donde terminará sus días llevando a cabo, con moral segura y mirada altruista, una ingente labor artística.

Durante el periodo romántico, la pintura religiosa volvió a ser un género relevante en Europa, y por ello, los maestros del Siglo de Oro ejercieron influencia en algunos pintores españoles, especialmente en Sevilla, donde destacó Antonio María Esquivel, que luego trabajó en Madrid. Así mismo, según la crítica, el pintor sevillano destacó entre el género de los retratos, donde lució con la máxima eficacia su lenguaje pictórico; aunque según indica su amigo y discípulo Luís Villanueva, no le gustaba el género, lo pintaba por estricta necesidad material, antes que por atracción y goce.

Tres ejemplos de pintura religiosa

El Museo del Prado presenta tres importantes obras religiosas del pintor sevillano, restauradas con la colaboración de Fundación Iberdrola España como Protector del Programa de Restauración, La caída de Luzbel, El Salvador y La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo. De esta trilogía, solo la primera se había expuesto, durante muy poco tiempo, en el Casón del Buen Retiro. El conjunto permite percibir el estilo de este artista, fundado en buena medida en la pintura barroca andaluza, considerado como continuador de Bartolomé Esteban Murillo en la escuela hispalense, en oposición a otras tendencias que favorecían el dibujo frente al colorido. Estas tres pinturas son obras de madurez, muestran una formación académica atenta al estudio de la escultura antigua y la precisión anatómica.

La caída de Luzbel, 1840, óleo sobre lienzo, 275 x 205 cm. Arriba, detalle de Autorretrato, hacia 1856, óleo sobre lienzo, 55 x 44 cm. Todas las obras son de Antonio María Esquivel, Madrid, Museo Nacional del Prado.

La caída de Luzbel es un regalo del artista al Liceo de Madrid, como testimonio de su gratitud a los socios de esta institución por la ayuda que le prestaron para la curación de la ceguera que padeció durante un tiempo. Realizada, como El Salvador, sobre un lienzo de grandes dimensiones muy tupido que da homogeneidad a la superficie pictórica, presenta un colorido de gran riqueza. La crítica celebró la novedad iconográfica de presentar la victoria, sin armas, del Bien sobre el Mal.

Sobre estas líneas, El Salvador, 1842, óleo sobre lienzo, 280 x 182 cm. A la izquierda se encuentra el obra antes de su restauración.

El Salvador es obra casi desconocida y, tras levantarse su depósito en 2001, se ha recuperado después de una laboriosa y larga restauración. La crítica destaca el énfasis del artista en la representación de la anatomía del torso de Cristo y en el tratamiento de los paños hace destacar con solidez las figuras sobre los tonos dorados del fondo. En ello se muestra un giro hacia una mayor valoración de los volúmenes que culmina en el siguiente cuadro expuesto, La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo, donde aunó las referencias a Murillo, a la monumentalidad clásica y a la exactitud anatómica.

La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo, 1856, óleo sobre lienzo, 173,2 x 114,5 cm.

Este lienzo se recuperó de su depósito en 2000, en 1899 se encuentra en el catálogo del museo, y se restauró en 2011 para la exposición internacional Portrait of Spain: Masterpieces from the Prado. En el pasado participó en la Exposición Nacional de 1856, en la que también figuró su Autorretrato, el último de cuantos realizó. Su interés en la representación de su propia imagen, mayor que el de ningún otro artista español de ese periodo, revela la estima y consideración que tenía del ejercicio de su profesión.

Maestro del retrato

Esquivel estuvo muy vinculado a los escritores de su entorno. De muchos de ellos realizó retratos, como el que se expone de José de Espronceda, el más sobresaliente poeta de su tiempo, interesado en el tema luciferino y que intervino leyendo un poema en la sesión que en 1840 celebró el Liceo a beneficio de Esquivel. Esta efigie, que el artista incluyó en Los poetas contemporáneos (obra en la sala 63B), se presenta por vez primera.

El escritor José de Espronceda, hacia 1842-1846, óleo sobre lienzo, 72,7 x 56,2 cm.

Indicativo de su cultura es también su Tratado de Anatomía Pictórica. Concebido como un manual de apoyo a la labor docente que desempeñó en la Academia de San Fernando, donde ocupó la Cátedra de Anatomía Artística, incluye dieciocho láminas litográficas realizadas por él mismo y por su hijo Carlos María. Esta publicación fue una referencia para los artistas, como muestra el ejemplar manuscrito que conserva la Biblioteca del Museo del Prado. En él se copiaron el texto del tratado original y sus diferentes láminas, a lápiz junto al texto o bien, en el caso de los dibujos de mayor calidad (debidos a otra mano), en encartes de hojas sueltas.

Óscar FERNÁNDEZ POZA

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

scroll to top