Malévich: creador del suprematismo

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La Colección del Museo Ruso San Petersburgo Málaga acoge una exposición que recorre toda la trayectoria del artista ruso. Un total de 44 obras, entre ellas algunas inéditas en España, fechadas entre 1906 y 1933. Por otra parte, el Espacio 3 de esta pinacoteca acoge una monográfica del artista Da­vid Burliuk. Hasta el 3 de febrero

Kazimir Malévich, uno de los artistas más famosos del siglo XX, creó a mediados de la década de 1910 una tendencia de arte abstracto que bautizó como “suprematismo” (del latín supremus: lo más alto), y que no ha dejado de influir en pintores, arquitectos o diseñadores de todo el mundo.

La exposición que se presenta en Málaga está compuesta por obras procedentes de la colección del artista del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, la mayor y más completa del mundo. Un conjunto de 44 piezas, incluidas 16 que se ven por primera vez en España, que recorren la trayectoria creativa de Kazimir Malévich (Kiev, 1879-Leningrado, 1935), desde 1906 a 1933. Desde sus primeros tanteos con el impresionismo (como muchos de sus contemporáneos, se sintió sucesivamente atraído por el impresionismo, la obra de Cézanne y el futurismo, pero ninguna de estas etapas fue muy larga), la invención del suprematismo como expresión innovadora de su percepción del mundo mediante un lenguaje abstracto y, finalmente, el desarrollo y transformación del suprematismo geométrico en formas figurativas que él llamó “supronaturalismo”, un personalísimo camino figurativo que desafía todavía hoy en día la interpretación crítica.

Sobre estas líneas, Autorretrato, 1933. Arriba, Deportistas, 1930-31. Todas las obras de Kazimir Malévich, procedentes de la Colección Museo Estatal Ruso de San Petersburgo y que forman parte de la exposición de la Colección del Museo Ruso San Petersburgo Málaga.

En la exposición están presentes pinturas icónicas como la versión de 1923 del Cuadrado negro, Cuadrado rojo de 1914, Composición con la Gioconda de 1915 o la Caballería Roja de su periodo final, datada en 1932.

En 1913, Malévich realiza varias obras de carácter alógico (fuera de lógica) que le llevan a la idea de crear la ópera bufa Victoria sobre el sol (con música de Mijaíl Matiushin y libreto de Alexéi Krucheniy). En esta pieza se representaba la batalla de la gente del futuro contra los prejuicios burgueses, simbolizada por la aparición de un telón donde el sol tiene la forma de un cuadrado negro en lugar del habitual círculo rojo.

Este es el origen del Cuadrado negro: una metáfora para una encarnación radicalmente nueva del arte en tiempos modernos. Empezar de cero y cambiar totalmente el lenguaje expresivo del arte: esa era la idea que guiaba el suprematismo de Malévich.

A finales de 1915, en la entonces llamada Petrogrado, el Cuadrado negro y el Cuadrado rojo se presentaron, junto con más de 30 obras suprematistas, en una exposición llamada a ser un punto de inflexión en la historia del arte: 0,10. La última exposición futurista.

Caballería roja, 1932.

Después de la Revolución rusa en octubre de 1917, Malévich se dedicó a reorganizar la educación artística según los nuevos principios de la vanguardia. Como muchos de sus contemporáneos, buscaba una manera de renovar el marco en que debía habitar el ser humano moderno cambiando la práctica de la arquitectura y el diseño.

Un realismo socialista muy poco ortodoxo

Composición con la Gioconda, 1914.

A mediados de la década de los veinte del siglo pasado, Malévich, que no podía permanecer indiferente a una situación sociopolítica cada vez más difícil, especialmente para un campesinado que fue despojado de todo por el nuevo régimen, busca una salida expresiva a las dificultades que encuentra su suprematismo pictórico para ser entendido en la sociedad soviética. Fiel a su idea de que el artista debía reflejar la vida real, pero siempre de un modo artístico y no naturalista, comenzará a pintar campesinos, obreros y, en general, obras temáticas a partir del final de los años veinte.

Paisaje con cinco casas, 1928-29.

Sin traicionar el suprematismo, que había creado en la década anterior, lo transformó en una nueva forma. Los personajes en las composiciones figurativas de esta nueva etapa no tienen peso, no son retratos ni expresan acciones concretas. Los fondos no son paisajes pintados; son abstractos, como en las composiciones suprematistas de la década de 1910. Basta comparar estas obras con las producidas al mismo tiempo por los contemporáneos de Malévich que se atuvieron a la norma del Realismo Socialista (como las de Samokhválov o Deineka que este museo presenta en las salas contiguas), para entender la radical diferencia que distingue a este artista.

En resumen, igual que antes, Malévich produce imágenes universales cuyo sentido no descansa en la reproducción de la realidad sino en una encarnación plástica sin referentes concretos.

Retrato perfeccionado: Ivan Kliun,, 1913.

Durante los últimos años de su vida, Malévich siguió replanteándose la cuestión de qué estilo usar. A juzgar por el Retrato de la mujer del artista, el Autorretrato u otras obras terminadas de este ciclo, Malévich volvía a marcar distancias con el realismo soviético, ahora recurriendo a estilos del Renacimiento para crear imágenes elevadas e impersonales de sus contemporáneos. Incluso llegó a escribir el título Artista en el dorso de su Autorretrato, confirmando así la imagen universal de un creador.

Vestuario para la ópera Victoria sobre el sol, 1913.

Por otra parte, también se exhiben 10 reproducciones de vestuario teatral, creadas en 2013 por los profesionales del Museo Ruso a partir de los bocetos originales de Malévich para la ópera Victoria sobre el sol (1913). Además, el visitante podrá ver un vídeo de la representación de esta obra, coproducida en 2013 por el Museo Ruso y el Teatro de Música y Drama de Moscú, considerada la reconstrucción más solvente hasta la fecha.

Suprematismo, 1915.

David Burliuk: un agitador intelectual

Por último, el Espacio 3 de este museo malagueño acoge también una monográfica dedicada a David Burliuk (Semyrótivka, 1882-Nueva York, 1967), un artista que está considerado un gran agitador intelectual de las vanguardias en los primeros años del siglo XX. Esta expo­sición continúa la línea de programación en este espacio complementario: mostrar la obra de artistas decisivos en el discurso de la pintura rusa que resultan menos conocidos para el público occidental. Entre la selección de obras que se exhibe está presente Paisaje desde cuatro puntos de vista (1911) y Pequeños rusos (1912).

El cosaco Mamay, por David Burliuk, 1912.

La directora artística de este museo y comisaria de la muestra, define a Da­vid Burliuk como “uno de los personajes más llamativos de la cultura artística rusa de principios del siglo XX. En Rusia se le conoce como el padre del futurismo ruso. En realidad, la producción de Burliuk, sin dejar de ser fiel a los postulados del futurismo europeo, se distancia de su temáti­ca vinculada con la industrialización, el papel de las ciudades y sus nuevos ritmos y velocidades. David Burliuk sintió, adoptó y representó en su arte la audacia, la agudeza y la brutalidad de temas y tópicos, así como los métodos de composición y de color que el futurismo había introducido en el mundo del arte, pero los trasladó a temas específicamente rusos. El artista se entre­tenía rotando imágenes e intercambiando horizontales y verticales (Paisaje desde cuatro puntos de vista, 1911). Las figuras de personas y caballos que se ensamblaban como piezas de un puzle de superficies coloreadas (Pequeños rusos, 1912), deleitaban tanto al artista como a sus contemporáneos. En la Rusia de la época, estos métodos, aunque inicialmente se percibieron como infantiles, acabaron por mostrar el arrojo y la capacidad de innovación del artista”.

La Revolución, por David Burliuk, 1917.

 

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