La naturaleza más allá de lo visible

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Juventud (Descanso), por Arkadi Plástov, 1954, óleo sobre lienzo, 170 x 204 cm.

La Colección del Museo Ruso de San Petersburgo en Málaga dedica su exposición anual a revisar la pintura de paisaje en Rusia desde finales del siglo XVIII hasta el presente, a través de más de 80 obras de su colección que muestran la naturaleza del país euroasiático en todas las épocas del año.

El Museo Ruso de San Petersburgo abrió en 2015 una sede en Málaga. Puesto que se trata de la colección estatal de arte ruso por antonomasia (más de 400.000 obras, frente a las 170.000 de la Galería Tretiakov de Moscú, la otra gran institución del arte nacional), su estrategia consiste en dar a conocer la historia artística del mayor país de la Tierra por medio de una exposición anual, completada cada año por dos exposiciones temporales que abordan aspectos monográficos de ese legado.

Tras la muestra inaugural, que resumía apretadamente la historia de la pintura rusa desde los iconos hasta la vanguardia del siglo XX en 100 obras, la exposición de este año nos propone revisar la pintura de paisaje desde sus orígenes a finales del siglo XVIII. La ascensión del paisaje a lo más alto de la jerarquía de los géneros pictóricos es un fenómeno asociado en toda Europa al romanticismo. Rusia no es del todo una excepción, pero en el inmenso país euroasiático este fenómeno toma forma definitiva algo más tarde, sobre todo en el último cuarto del siglo XIX, coincidiendo con las grandes transformaciones sociopolíticas que tienen lugar a raíz de la abolición de la servidumbre en 1861.

Temporada de cosecha (Segadores), por Grigori Miasoiedov, 1887, óleo sobre lienzo, 179 x 275 cm.

Temporada de cosecha (Segadores), por Grigori Miasoiedov, 1887, óleo sobre lienzo, 179 x 275 cm.

El paisajismo ruso es, entonces, un fenómeno vinculado más a las corrientes realistas encarnadas por los peredvizhniki o Itinerantes, los pintores agrupados en torno a 1870 en la cooperativa independiente de la Sociedad de Exposiciones Itinerantes. Por tanto, la muestra, que recurre al leitmotiv clásico de las cuatro estaciones del año, recorre sobre todo un episodio crucial de la pintura decimonónica rusa –no menos importante que su literatura contemporánea, pero mucho peor conocida entre nosotros–, aunque incluya también ejemplos del siglo XX.

El paisaje llega a Rusia ya muy avanzado el siglo XVIII, de la mano de creadores extranjeros que se enfrentan a motivos locales con el bagaje de la pintura de género holandesa y, sobre todo, del vedutismo veneciano. Estos inicios están bien representados en la exposición por las dos escenas de carnaval del inglés John Augustus Atkinson y el francés Gérard de la Barthe. Los códigos del vedutismo a la manera de Canaletto y Guardi, asociados siempre a la escena urbana, traen consigo una mirada panorámica que cuadra bien con otro elemento diferencial del paisaje ruso: la escala ajena al universo europeo –no así al americano– de un territorio sin límites donde el tránsito de los visible a lo invisible siempre acecha.

Escarcha, por Borís Kustódiev,1917, óleo sobre lienzo, 63 x 45,5 cm. Todas las obras, Colección del Museo Ruso.

Escarcha, por Borís Kustódiev,1917, óleo sobre lienzo, 63 x 45,5 cm. Todas las obras, Colección del Museo Ruso.

A semejanza de pintores norteamericanos como Thomas Eakins, los pintores de paisaje rusos se centran a menudo en una naturaleza apenas humanizada. El hecho de que la abolición de la servidumbre deshiciera en fecha tan tardía el vínculo obligatorio del campesino a la tierra no es ajeno a ello, en la medida en que los pintores que abrazan el naturalismo realista son flamantes raznochintsy, los incipientes pequeño-burgueses desclasados que nutren la intelligentsia rusa comprometida con las nuevas ideas liberales o democráticas.

La carencia en Rusia de una tradición de paisaje clasicista, evitó el tránsito que se hizo en Occidente desde la idealización académica al subjetivismo romántico como vía hacia el realismo. Aquí el objetivismo, el interés por las cosas ordinarias, fue el camino directo –y en parte paradójico– hacia una pintura poética cargada de contenido simbólico.

En la exposición de Málaga pueden verse obras de maestros como Ilya Repin. Y trabajos como Invierno (1890), obra tardía pero de primer orden de Shishkin; cuadros de Isaak Levitan o Alexander Morozov; tres de Borís Kustodiev, especialmente la espléndida Escarcha (1917); lienzos de Alexander Deineka, el más interesante de los artistas que practicaron la pintura paraoficial de los años de posguerra, y que vuelve en clave soviética sobre el tema de la escala del territorio; y Kazimir Malévich y su enigmático camino de vuelta desde el magma de lo invisible a una naturaleza visible.

José María FAERNA

Lea el artículo completo sobre la exposición, abierta hasta el 29 de enero de 2017, en el número 209 de Descubrir el Arte (julio de 2016) o en nuestro quiosco digital.

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