Cristino de Vera: transfiguración de la luz

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Tras veintiséis años sin exponer en una galería madrileña, Fernández-Braso acoge una selección de obras correspondientes al último periodo del artista canario, desde mediados de los años noventa a 2013, fecha de sus últimas pinturas (que no dibujos). Hasta el 25 de mayo

Miguel Fernández-Braso entrevistó por primera vez a Cristino de Vera en 1974 para el periódico ABC. A partir de ese año se inicia entre ambos una fructífera colaboración que se prolonga en el tiempo, especialmente a través de las páginas de la Revista de las Artes Guadalimar, fundada por Fernández-Braso en 1975, que difundía las diferentes exposiciones en las que el artista participaba a la vez que le encargaba textos sobre temas de actualidad o sobre otros artistas. El primer texto que Cristino de Vera escribe para Guadalimar es de 1977. “Son años difíciles, intensos, en los que se están construyendo los cimientos de la cultura de la democracia: del arte, de las publicaciones, de la política cultural. Y Cristino de Vera participando de todo esto con unos escritos y con una pintura que se presentaba como congelada en el tiempo, al servicio de la (pura) meditación y de la (íntima) contemplación”, explican en el catálogo de esta exposición de la galería Fernández-Braso.

Sobre estas líneas, Cráneo y espejo, 1998, óleo sobre lienzo, 73 x 50 cm. Arriba, detalle de la misma pintura. Todas las obras de Cristino de Vera.

Resulta ciertamente admirable que la pintura de Cristino de Vera, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1931, habiendo sido realizada en medio del torbellino de vanguardias de la segunda mitad del siglo XX y de lo que llevamos recorrido del XXI y presentando a la vista objetos cotidianos (tazas, cestos…) y otros alusivos a la muerte y al paso del tiempo (calaveras, flores, crucifixiones, velas) haya despertado no sólo interés, sino verdadera pasión y entusiasmo por parte de tantos artistas, críticos, historiadores, poetas y público. “Una de las obras más secretas y misteriosas del arte español de las últimas décadas”, escribía el crítico de arte Miguel Fernández-Cid, en 1996.

Una de las razones puede ser que la hondura y la trascendencia que emana su pintura se ha percibido verdadera, auténtica, genuina. Quizás también porque la aparente simplicidad y ese aura místico que desprenden sus objetos, en la tradición de nuestros Sánchez Cotán, Zurbarán, Luis Fernández o Xavier Valls, resaltaba ya con intensidad en sus primeras exposiciones de mediados de los años cincuenta, cuando viene a vivir a Madrid. En 1957, el escritor y periodista Manuel Sánchez Camargo ya advertía que “en su pintura existe ese aliento que presta a la obra de arte quien posee la capacidad de milagro”. También conviene señalar que la singularidad de su técnica pictórica, puntillista y de ecos clasicistas, no se advirtió como un lenguaje incompatible con las vanguardias artísticas de aquellos años, como demuestra el hecho de su participación en las bienales de la época (Hispanoamericana de Arte de Madrid, de Alejandría, de París, de Venecia); ni fue obstáculo para lograr el reconocimiento de ciertas instituciones (recibe el Premio Fundación Juan March en 1960). En esa década expondrá en dos galerías de arte importantes de Madrid, Biosca y Theo. El poeta José Hierro se sirve, en 1966, de las palabras del gran poeta sevillano a la hora de comentar la obra de Cristino: “Este artista canario, como Machado, sólo recuerda la emoción de las cosas y se le olvida todo lo demás”. La década de los setenta la dedicará principalmente a participar en exposiciones internacionales: París, Varsovia, Londres, Bruselas, Múnich. En 1971 se organiza su primera exposición antológica, con texto de Eduardo Westerdhal.

Taza de luz, dos velas largas y cementerio, 1997, óleo sobre lienzo, 41 x 33 cm.

Desde mediados de esa década y hasta la de los ochenta, largos viajes a culturas milenarias e innumerables exposiciones en el archipiélago canario. Cristino de Vera se convierte en símbolo de la cultura insular, reconocimiento que no va a parar de incrementarse hasta la actualidad. En 1982, el poeta José-Miguel Ullán lanza a Cristino esta pregunta-afirmación: “Tras la muerte de Dios, da la impresión de que los objetos y en especial los que usted pinta, han quedado deificados”. En la década de los noventa llegan las grandes exposiciones institucionales: Museo Español de Arte Contemporáneo en 1995, Museo Reina Sofía en 1996, Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) en las Palmas de Gran Canaria. En 1998 recibe el Premio Nacional de Artes Plásticas. En 2002, Francisco Calvo Serraller, imprescindible crítico e historiador del arte, comentaba sobre la pintura de Cristino de Vera que “en su obra más reciente, en la que la composición toma un cariz cristalino y matemático, su pintura nos hace evocar los bodegones de sección áurea de Sánchez Cotán”.

Entrando en el nuevo siglo continúan las exposiciones institucionales y los reconocimientos: exposiciones en el Círculo de Bellas Artes y en el Museo Arqueológico de Madrid en 2001, Medalla de Oro a las Bellas Artes y exposición en el Monasterio de Santo Domingo de Silos en 2002. IVAM de Valencia en 2005. Inauguración de la Fundación Canaria Cristino de Vera-Espacio Cultural Caja Canarias en La Laguna en 2009; hasta la recientemente inaugurada en CaixaForum de Madrid en 2018, comisariada por María José Salazar. Ahora, veintiséis años después de su última exposición en una galería de arte en Madrid, presentan en la galería Fernández-Braso La luz en la pintura, una selección de obras correspondientes a su último periodo, desde mediados de los años noventa a 2013, fecha de sus últimas pinturas (que no dibujos).

Teide y ventana en cruz con nubes, 2009, óleo sobre lienzo.,41 x 33 cm.

En 1975, en la segunda entrevista del artista con Miguel Fernández-Braso para el diario ABC, Cristino de Vera decía que “yo creo que sí hay simbolismo, realismo y espiritualismo en mi obra. Todo ello pretendo yo transfigurarlo a un poder de esencia en la forma, en la transfiguración de la luz”. En el año 2000, a una pregunta de Juan Cruz, Cristino de Vera respondía: “Sí, tengo miedo a todo, al tiempo, a la muerte, a la enfermedad, los hermanos mayores se han ido. Tengo miedo a la oscuridad”.

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