La figura humana en las esculturas del MEAM

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Cultural Cordón (Burgos) ofrece un recorrido por los fondos de escultura del Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM) a partir de las piezas de grandes autores de finales del siglo XIX y principios del XX, como Rodin, Clarà, Maillol o Querol, en una exposición organizada por la Fundación Caja de Burgos y comisariada por Javier Del Campo y Cristina Rodríguez Samaniego. Hasta el 26 de enero

La materialidad y la tridimensionalidad caracterizan la escultura desde su origen. Por su propia esencia ocupa el mismo espacio que el espectador. En ese diálogo inevitable, la corporalidad física de la escultura ha determinado una relación natural con la figura humana, trascendiendo valores, creencias y aspiraciones sociales. El cuerpo como atributo propio de la escultura ha sido, en gran medida, su gran eje temático desde la antigüedad y el campo de experimentación de la modernidad.

Cimentada sobre sus dos pilares -materia y cuerpo-, la exposición quiere invitar al espectador a descubrir cómo el escultor moderno abordaba la representación de la figura humana bajo los condicionantes culturales e históricos que marcaron el cambio de siglo: el interés por el fragmento; la captación de pasiones y emociones; el gusto por lo arcaico y lo primitivo; el desnudo como referente indiscutible del artista; la renovación del bagaje clásico; la singularidad del individuo y los nuevos héroes modernos, además de las posibilidades expresivas de la música y el movimiento. La muestra quiere servir también para profundizaren la naturaleza y las particularidades del trabajo del escultor, ilustrando alguno de los procesos creativos y técnicos propios de la disciplina.

La exposición se articula en torno a ocho secciones con las que se ha querido ofrecer un amplio panorama de las principales preocupaciones de la plástica escultórica europea de la mano de sus principales protagonistas.

Rodin y la poética del fragmento

Artista innovador y de extraordinaria creatividad, el francés Auguste Rodin (1840-1917) desafió las normas de la escultura moderna. Su obra, marcada por el simbolismo estilístico que triunfaba en la Europa de finales de siglo XIX, se alejó de los convencionalismos del arte académico en la representación de la figura, inaugurando una nueva era en la plástica europea.

Desesperación (Puerta del Infierno), por Auguste Rodin, h. 1885, bronce, Barcelona, Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM).

Desde 1880 Rodin exploró las posibilidades expresivas del fragmento, bien a partir de motivos incompletos, bien aislando  partes del cuerpo humano. El arte de Rodin desafió la idea tradicional de obra terminada, modernizando la estética de lo inacabado propia del Renacimiento, tan característica de artistas como Miguel Ángel. El fragmento le permite capturar la emoción de un modo más complejo y sutil, además de evocar el movimiento, la luz y el volumen con mayor intensidad y matices.

La gran proyección internacional de Auguste Rodin explica la proliferación del recurso al fragmento en la escultura de la época. El énfasis puesto por Rodin y por los escultores de su generación en la materialidad de la escultura contribuyó a dejar de entender la figura según los parámetros de significado narrativos prefijados, universales o trascendentales, al  enfatizar su naturaleza temporal.

En la sección se muestran obras de Victor Segoffin (1867-1925), Jan Štursa (1880-1925), Arno Breker (1900-1991) y Raymond Martin (1910-1992).

En cuerpo y alma

La escultura moderna busca trascender la literalidad y transformar la realidad en símbolo. De este modo, manifiesta de forma metafórica ideas que van más allá de lo aparente. Elementos intangibles como los sentimientos, los valores espirituales y los estados de ánimo son plasmados por los artistas en obras de gran valor poético, cuyo significado a menudo debe desentrañarse a través de la intuición.

Niña llorando, por Paul‐Albert Bartholomé, hacia 1894, yeso. Museo Europeo del Arte y la Modernidad (MEAM), Barcelona.

La diversidad y riqueza de las emociones humanas toma protagonismo. Las imágenes de espiritualidad y de introspección melancólica transmiten recogimiento, intimidad y pasión contenida. Las formas suaves y los temas mitológicos reflejan el amor ideal, mientras que la pulsión carnal es traducida en su intensidad mediante volúmenes contorsionados y superficies agitadas, con un hedonismo de gran potencia expresiva.

Esculturas que desvelan el universo interior del artista, reflejando su modo de sentir y de percibir subjetivamente el mundo que le rodea firmadas por artistas como Rafael Atché (1854-1923), Léon-Ernest Drivier (1878-1951), Eusebi Arnau (1863-1933), Louis Proust (1876-1935), Georg Kolbe (1877-1947), Enric Clarasó (1857-1941), Paul-Albert Bartholomé (1848-1928) o Lambert Escaler (1874-1957) entre otros.

Bourdelle y la fuerza del expresionismo

A principios del siglo XX, las vanguardias artísticas proponen modos alternativos de representar tanto el cuerpo humano como el entorno y alejarse del naturalismo. El estilo expresionista modifica las proporciones de lo representado, juega con la materia y la forma exagerando volúmenes,  sintetizando contenidos y buscando, siempre, potenciar el valor comunicativo de la escultura.

Discípulo de Rodin, Antoine Bourdelle (1861-1929) se desmarca de éste para encabezar una tendencia escultórica difundida a nivel internacional, más próxima al arcaísmo y al primitivismo plástico. Bourdelle experimenta en pos de la simplificación formal y la construcción por planos. Su mirada viaja hasta la Grecia pre-clásica, la antigüedad egipcia o la talla románica como bases sobre las que construir una escultura contundente, vigorosa y vibrante, propiamente moderna.

El movimiento expresionista se hallaba íntimamente ligado al contexto cultural e histórico de la Europa del momento, marcada por el clima de tensión y conflicto que acaban derivando en las guerras mundiales. La rudeza y el pathos de estas obras traducen con efectividad el dramatismo y la complejidad de la época en la que fueron creadas.

Además de Bourdelle, esta sección se acompaña de obras de Constant Roux (1865-1929), Victor Demanet (1895-1964), Charles Malfray (1887-1940) y Joseph Rivière (1912-1961).

La piel revelada

El desnudo ha sido siempre uno de los temas fundamentales de la historia del arte, desde la antigüedad hasta nuestros días. Su evolución a lo largo del tiempo permite descubrir los distintos paradigmas de belleza que han existido, tanto en la esfera masculina como en la femenina. En escultura, la belleza del cuerpo ideal se ha usado como símbolo de equilibrio moral y ético, encarnación del potencial físico e intelectual del individuo o, incluso, como metáfora del pecado y la lujuria.

Mujer agachada, por P. Lourel (pseudónimo de Pierre le Faguays), bronce. Museo Europeo del Arte y la Modernidad (MEAM), Barcelona.

Si en la escultura tradicional el desnudo se asocia a un tema o una historia que lo legitima, el artista moderno prescinde a menudo de excusas narrativas, limitándose a presentar la belleza depurada de la anatomía humana, sin accesorios, sin demasiadas referencias a la mitología.
 Así, el desnudo heroico masculino se presenta con un mayor grado de abstracción y sobriedad. Cabe destacar también la gran popularidad que adquiere el motivo de la mujer bañista, con el que se renueva el género del desnudo femenino sin renunciar al erotismo del cuerpo pletórico representado en su esplendor.

La obra de Dionís Renart (1878-1946), P. Lourel (Pseudónimo de Pierre le Faguays) (1892-1962), Max Le Verrier (1891-1973), Charles Despiau (1874-1946), Robert Wlérick (1882-1944), Enrico Mazzolani (1876-1968), Albert Poels (1903-1984), Guglielmo Pugi (1850-1915), José Ortiz (1880- ?), Jaume Otero (1888-1945), y Alfredo Pina (1883-1966) conforman este capítulo.

Maillol: la eternidad de lo clásico

El rosellonés Aristides Maillol (1861-1944) resurge el mundo clásico en la escultura europea de 1900 dejando atrás el simbolismo de Rodin y las tendencias expresionistas de Bourdelle. Abanderado de un movimiento conocido como Nuevo clasicismo, la obra de Maillol supone un retorno al equilibrio y la serenidad clásicas, destapando la forma pura que había quedado relegada a un segundo plano con la irrupción de Rodin en la escena artística.

Maillol ejerce una gran influencia entre los artistas de su época. Es notable el influjo de su obra sobre los escultores españoles y, muy particularmente sobre los catalanes, considerándose fundamental para el desarrollo de varias generaciones de creadores plásticos.
El renacer de lo clásico en la escultura de principios de siglo XX conlleva un nuevo interés hacia los temas propios del bagaje grecolatino, pero también hacia el mundo rural y la esfera de lo tradicional y lo mediterráneo. Su modernidad puede apreciarse en las líneas depuradas, los contornos simples y un interés hacia la síntesis formal que cultivan también otras tendencias de vanguardia.

Acompañan la obra de Maillol en este ámbito las esculturas de Agustí Querol (1860-1909), Jaume Otero (1888-1945), Josep Clarà (1878-1958), Josep Dunyach (1886-1957), Josep Llimona (1864-1934), Martí Llauradó (1903-1957), Fritz Klimsch (1870-1960), Louis Dejean (1872-1953), Max Blondat (1872-1925), Raymond Delamarre (1890-1986) y el tarraconense Julio Antonio (1889-1919).

Individualidad

Desde finales del siglo XIX, la escultura muestra interés por narrar la evolución de la vida humana y los cambios que esta produce en el cuerpo, desde una perspectiva naturalista no pocas veces acompañada de cierto sentimentalismo. Las edades del hombre y la mujer, desde la más tierna infancia hasta la senectud, son representadas huyendo de los convencionalismos y de las alusiones alegóricas que habían caracterizado este tipo de temas en el pasado. Los matices y particularidades propios de las razas y etnias cautivan asimismo a los artistas del momento, quienes los convierten en motivos universales y en referentes identitarios.

La Gitanilla, por Joan Rebull, 1933, mármol. Museo Europeo del Arte y la Modernidad (MEAM).

En paralelo a este fenómeno, la revisión del orientalismo romántico y la progresión de la globalización propician la aparición de piezas que plasman físicos exóticos. El interés por el mundo que se extiende más allá de los límites geográficos europeos es particularmente relevante durante los años veinte y treinta, convirtiéndose en uno de los rasgos distintivos del Art Déco.

Con obras de Pierre Le Faguays (1892-1962), Jean Maurice Carton (1912-1988), Manolo Hugué (1872-1945), Naoum Aronson (1872-1943), Edme-Marie Cadoux (1853-1939), Josep Viladomat (1899-1989), François Pompon (1855-1933), Jean y Joël Martel (1896-1966),  Pedro Torre Isunza (1892-1928), Godefroid Devreese (1861-1941),  Ernest Wijnants (1878-1964), Julio Antonio (1889-1919) y Joan Rebull (1899-1981).

El influjo de Meunier

Las imágenes que muestran distintas facetas del mundo del trabajo ocupan un lugar preponderante en la escultura moderna desde la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de un tema vinculado al realismo pictórico o al naturalismo literario finisecular. El mayor artífice de esta tendencia es el belga Constantin Meunier (1831-1905). Simpatizante socialista y concienciado con la problemática obrera, Meunier alcanzó gran proyección internacional gracias a sus esculturas de trabajadores masculinos realizando tareas agrarias e industriales.

El abrevadero, por Constantin Meunier, 1889, bronce. Museo Europeo del Arte y la Modernidad (MEAM), Barcelona.

Los personajes representados, lejos de ser retratos de individuos concretos, funcionan como símbolos universales de las clases sociales desfavorecidas. Son figuras contundentes, determinadas, de ninguna manera frágiles o desvalidas. Esculturas con gran valor poético, cargadas de dignidad y solemnidad, que denuncian con vehemencia la dureza de las condiciones laborales de los hombres a los que aluden.

Esculturas de Hans Müller (1873-1937), Charles Van Der Stappen (1843-1910), Léon Gobert (1869-1935), Jules Pierre van Biesbroeck (1873-1965) y Victor Demanet (1895-1964) circundan la obra de Constain Meunier en esta parte.

Poética, lírica y movimiento

La voluntad de captar del movimiento del cuerpo es una de las constantes del arte moderno, desde el impresionismo hasta las vanguardias. Sin embargo, se trata de un objetivo de gran complejidad en escultura, atendiendo al estatismo del medio y a la dificultad de escoger una única solución formal capaz de traducir fielmente la sutilidad del movimiento humano.

La música y la danza se modernizan hacia 1900, abriéndose a nuevos horizontes creativos más libres y menos encorsetados que inspiran a los artistas plásticos. Además, la popularización del deporte y la evolución de los sistemas de transporte, como la aviación, generan un imaginario innovador y sugerente en torno a la expresión artística de la velocidad y el movimiento.

Amedeo Gennarelli, figura Art Déco, terracota. Museo Europeo del Arte y la Modernidad (MEAM), Barcelona.

El Art Nouveau, con su gusto por la sinuosidad y la ligereza, produce esculturas de formas ondulantes y fluidas, cuya protagonista acostumbra a ser una figura femenina elegante y delicada. Hacia 1925 el Art Déco simplifica el arabesco y refiere el movimiento de un modo más conceptual y menos ornamental, más dinámico y hedonista caracterizado tanto por la abstracción geométrica como por la evocación clásica.

Las obras de Julien Caussé (1869-1914?), Max Le Verrier (1891-1973), Raoul Lamourdedieu (1877-1953), Francis La Monaca (1882-1937), Josep Clarà (1878-1958), Alexandre Kelety (1874-1940), Miroslav Pangrác (1924-2012), Lucien Gibert (1904-1988) y Amedeo Gennarelli (1881-1943) concluyen esta última sección.

Datos útiles

Horario de la exposición: martes a sábado de 12 a 14 y de 18 a 21 horas. Domingo de 12 a 14 h. Lunes cerrado. Entrada gratuita.

Visitas guiadas: martes y jueves, 20 h Visitas concertadas: 947 256 550. Visitas concertadas: 947 256 550

Como es habitual la exposición se acompaña de materiales didácticos adaptados a personas con diversidad funcional auditiva, disponibles mediante descarga de códigos QR, en el portal web y en proyección en bucle en la propia sala.

Catálogo a la venta en la sala de exposiciones y en la librería on-line Fundación Caja de Burgos. 228 págs.; 21 x 19 cm. Edita Fundación Caja de Burgos.

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