Gauguin. 167 años del eterno salvaje

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Repasamos la intensa biografía de Gauguin, incansable perseguidor de la naturaleza pura y pionero en la abstracción caliente postimpresionista. Tal día como hoy en 1848 nació el genio francés amante de Oceanía

«Gauguin es la necesidad de huida de la civilización eurocéntrica, es la búsqueda de la pureza -vital y artística-, es el sueño de hacer por fin algo grandioso, de cambiarlo todo sin mirar atrás, de saltar al vacío sin red.» Javier Pérez Segura, Gauguin. El arte como libertad, Colección Inmortales de la Pintura de Descubrir el Arte.

Autorretrato con sombrero, 1893, Museo de Orsay, París. En portada, Manao tupapau, 1892, Museo Albright-Knox, Búfalo.

Autorretrato con sombrero, 1893, Museo de Orsay, París. En portada, Manao tupapau, 1892, Museo Albright-Knox, Búfalo.

El pintor francés estaba destinado a ser un personaje peculiar. Su familia no encarnaba el modelo de la burguesía parisina, sino que reunía a una abuela feminista, un padre periodista radical y un abuelo grabador que acabaría preso. El golpe de Estado de Napoleón III en 1851 les obligó a emigrar a Lima (Perú), lejos de la occidentalidad europea y donde comenzó a forjar su individualidad. Apenas contaba con 7 años cuando regresó a París y tampoco llegaba a la edad adulta cuando decidió enrolarse en la Marina. Poco a poco el joven Gauguin acumulaba un bagaje visual e intelectual que volcará en sus obras años después, pues su profesión inicial fue la de un corredor de bolsa con poca fortuna.

Visión tras el sermón, 1888, National Gallery of Scotland, Edimburgo.

Visión tras el sermón, 1888, National Gallery of Scotland, Edimburgo.

Todo ello contrasta con la leyenda forjada por sí mismo y que la Historia del Arte se ha encargado de reforzar: la de un artista aventurero que deja la comodidad en busca de la libertad y la pureza del ser humano en paraísos perdidos. No obstante, es indudable que su nombre y sobre todo su obra tienen un significado germinal para el arte que se desarrolló después, algo que anhelaba el propio Gauguin por la incomprensión generada en su época. Aun así, mártir de la Modernidad, logró dejar atrás los postulados del «todopoderoso» impresionismo. Fue líder de Los Nabis, jóvenes que comprendieron el alcance de su innovación, como Paul Sérusier y Maurice Denis, autor de una de las frases que marcarán el arte contemporáneo: «Un cuadro, antes de ser un caballo de guerra, una mujer desnuda u otra anécdota, es esencialmente una superficie plana cubierta de colores reunidos en un orden determinado.»

Cristo Amarillo, 1889, óleo sobre lienzo, Museo Albright-Knox, Búfalo.

Cristo Amarillo, 1889, Museo Albright-Knox, Búfalo.

Siempre en busca de la esencia de la naturaleza y del primitivismo, decide marcharse a Bretaña tras participar en la última Exposición Impresionista de 1886. En Pont-Aven encuentra la pureza y ruralidad que París le negaba y durante varias estancias realiza algunas de sus primeras obras más célebres como La visión después del sermón (1888) o El Cristo Amarillo (1889). En ellas se vislumbra una realidad a su estilo propio, lejos de la mímesis y la verosimilitud, en una interpretación más íntima y de ensoñación. Enfatiza el plano pictórico pero realiza encuadres casi fotográficos. La libre utilización del color y el cloisoné –limitación de los objetos con líneas negras que separan los colores- de las figuras, aúnan las influencias de las vidrieras medievales, las estampas japonesas, tan de moda en la época, y el Art Noveau.

Mata Mua (Érase una vez), 1892,Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Mata Mua (Érase una vez), 1892,Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Mahana No Atua, 1894, Chicago Art Institute, Chicago.

Mahana No Atua, 1894, Chicago Art Institute, Chicago.

«Casi un zoológico de seres humanos. También, lo exótico domesticado por el ‘buen gusto francés’. Sin embargo, siendo tan detractor de esa manipulación de la historia, Gauguin veía otra realidad escondida detrás de esa especie de ‘parque de atracciones del exotismo’: ante él se extendía una tentación irresistible a escapar de ese Occidente que tanto le hastiaba.»

Con esta afirmación, Javier Pérez Segura habla de la impactante Exposición Universal de París de 1889, donde Gauguin contempló la posibilidad de huir a otra realidad a través de la sensualidad y exotismo que desprendían las culturas oceánicas allí expuestas. Por ello, en 1891 marcha a Tahití pero a su llegada se encuentra con un lugar contaminado por la colonización francesa. Decide plasmar sus impresiones vitales en Noa Noa y probar suerte en Mataiea, cuya naturaleza le deja sin palabras y producción pictórica durante algún tiempo. A partir de entonces su creatividad se dispara, imprimiendo gran decorativismo en sus obras, consiguiendo también un ambiente armónico y sinestésico envolvente. Pinta las cuestiones existenciales del ser humano a través de personajes y paisajes tahitianos. Muestra de ello son Mahana no atua (El Día de los dioses, 1894), ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? (1897) o la pastoral Mata Mua (1892).

Jinetes en la playa, 1902.

Jinetes en la playa, 1902.

En su regreso a París se encuentra con la hostilidad de quienes le consideran un personaje excéntrico y huye por última vez a las islas Marquesas, en 1901. Construye la Maison du Jouir -Casa del Placer- y realiza bellas tallas cercanas a los ídolos locales y pinturas de una delicadeza profunda. Manao tupapau (1892) es una de las más célebres obras del pintor nómada, donde plasma los miedos y supersticiones de su joven modelo y amante. El clasicismo más arcaico, la abstracción formal y los caballos que ya había pintado Degas convergen en Jinetes en la playa (1902), el canto del cisne de un pintor que moriría por sífilis, cuyo camino a la eternidad parecen dibujar los propios jinetes.

Natalia de VAL NAVARES

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2 Replies to “Gauguin. 167 años del eterno salvaje”

  1. PABLO ENRIQUE BUITRAGO dice:

    MUY BUEN TRABAJO DE COMENTARIO ARTISTICO SOBRE UN PINTOR MAJESTUOSO DEL IMPRESIONISMO

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