Mensajes ocultos entre las pinturas

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Los objetos hablan, la exposición itinerante que va recalando en distintas ciudades españolas, ha aterrizado en Tenerife para desvelar los secretos que esconden algunas pinturas del Museo del Prado. En ellas elementos en principio secundarios guardan mucho contenido y simbolismo. El reto es aprender a descifrarlos. Puede visitarse en el Espacio Cultural Fundación Caja de Canarias hasta el 16 de enero

La duquesa de Abrantes, por Francisco de Goya, 1816, óleo sobre lienzo, Madrid, Museo del Prado.

La duquesa de Abrantes, por Francisco de Goya, 1816, óleo sobre lienzo, Madrid, Museo del Prado.

Los objetos que rodean a una persona hablan de sus gustos y aficiones, de su nivel cultural y económico, de su profesión y de sus relaciones sociales… Si se sabe leer lo que cuentan, se puede aprender de ellos tanto como de la mirada o la pose que adopta un retratado. ¿Por qué sujeta esa dama su colgante o por qué exhibe un monarca un rosario? Detrás de detalles como esos, que podrían parecer simplemente compositivos (casi arbitrarios en cuanto al contenido) se encuentran historias de fidelidades familiares o de triunfos políticos y de la fe. La duquesa de Abrantes exhibe casi de forma ostentosa una partitura porque es la forma en la que Goya quiere escenificar la inquietud y la cultura musical de la retratada. De estas intrigas que esconden los «secundarios» de un cuadro (no solo retratos) y determinadas piezas de artes decorativas trata esta exposición: Los objetos hablan. Colecciones del Museo del Prado, que, después de estar en Cádiz, Zaragoza, Tarragona, Lleida o Girona, se puede visitar ahora, desde el pasado 14 de octubre y hasta el 16 de enero, en la Fundación Caja Canarias de Santa Cruz de Tenerife, que ha colaborado en la organización con el Museo del Prado y la Obra Social «la Caixa». A su paso por Zaragoza, nuestra colaboradora Virginia Oñate, historiadora del arte, visitó la muestra y escribió para Descubrir el Arte 192 un interesante artículo, del que aquí reproducimos la descripción del retrato de La infanta Isabel Clara Eugenia de Juan Pantoja de la Cruz, pero que invitamos a leer completo (la revista está a la venta en nuestra web y en quiosco.arte.orbyt.es).

Organizada en distintas secciones (La clave está en el objeto, Los objetos nos retratan, Un mensaje escondido y El coleccionismo. De objeto de uso a objeto artístico), la exposición tiene un valor didáctico importantísimo: en ese «hablar» de los objetos, hay toda una invitación al diálogo, a que el espectador no se pasee sin más por las salas, sino que se pare y escuche esas interpelaciones que enseñan a leer una obra de arte. Aquí vamos a detenernos en algunas de ellas:

EL CHARLATÁN SACAMUELAS, por Theodor Rombouts. En este óleo sobre lienzo, cargado de juegos de luces y sombras, hay que llamar la atención sobre los gestos y las actitudes de cuantos rodean al médico ambulante: desde el paciente que escenifica el dolor con la postura de sus manos, al curioso que se coloca las gafas o el que demuestra que ya ha pasado por lo mismo. Los objetos que hablan en este caso componen un bodegón de instrumental quirúrgico representado con mucho realismo, sospechosos diplomas y, sobre todo, los trofeos que cuelgan del cuello del dentista: un collar a base de muelas.

El charlatán sacamuelas, por Theodor Rombouts, 1620-25, óleo sobre lienzo.

El charlatán sacamuelas, por Theodor Rombouts, 1620-25, óleo sobre lienzo.

MESA REVUELTA CON PINTURAS, ZANFONÍA, LIBROS Y OTROS OBJETOS EN TRAMPANTOJO, por Charles-Joseph Flipart. Se trata de un cartón para tablero de marquetería en piedras duras, que corresponde a los trabajos previos, a modo de boceto, para una de las mesas realizadas con esta técnica existentes en el Museo Nacional del Prado. Es una reflexión sobre las artes liberales, por eso habla de la música con instrumentos o de la pintura con, por ejemplo, un cuadro en silueta, un género que empieza a desarrollar en esa época (la obra data de hacia 1779). Fernando Pérez Suescun, del Área de Educación del Museo Nacional del Prado, describió en una conferencia a propósito de esta exposición un par de curiosidades: entre el desorden de la mesa, hay un típico cagón de los belenes catalanes, sobre él, de forma estratégica, una lupa tapa sus «vergüenzas»; además, el libro que representa el modelo es una historia del Quijote que, ya en la versión definitiva, se convierte en una historia natural.

Mesa revuelta con pinturas, zanfonía, libros y otros objetos en trampantojo, por Charles-Joseph Flipart, óleo sobre lienzo, 91 x 171 cm, h. 1779-1780, Madrid, Museo del Prado.

Mesa revuelta con pinturas, zanfonía, libros y otros objetos en trampantojo, por Charles-Joseph Flipart, óleo sobre lienzo, 91 x 171 cm, h. 1779-1780, Madrid, Museo del Prado.

LA VISTA Y EL OLFATO, por Jan Brueguel el Viejo, h. 1620, óleo sobre lienzo, Madrid, Museo del Prado (imagen superior). Esta alegoría de los sentidos es, además, una celebración de los grandes gabinetes de pintura y escultura y del interés y el amor por las colecciones de arte. Esos dos sentidos están personificados por los personajes femeninos de primer término (una disfruta del olor de unas flores, mientras la otra parece mirarse a un espejo que no devuelve exactamente su imagen) y por los objetos que las rodean como un brasero con hierbas aromáticas o un gato algalia de mal olor (el perro, de fino olfato, reacciona ante él), un telescopio, un astrolabio o una lupa. Fijándose en los cuadros expuestos  también se reconocen detalles significativos sobre los sentidos. Sobre las paredes cuelga una escena de Jesús en casa de Simón Pedro junto a María Magdalena que acaba de perfumarse el cabello, y una sanación del ciego. Entre las obras de arte que llenan la habitación hay un retrato de los archiduques Alberto e Isabel Clara Eugenia, para quienes se realizó la obra, y una pintura de El Bosco, a la que miran atentos, y con gafas, dos monos. Muchas historias en un solo lienzo.

LA INFANTA ISABEL CLARA EUGENIA, por Juan Pantoja de la Cruz. Texto: Virginia Oñate (extracto de Descubrir el Arte 192)

83ef95bba2En la obra La infanta Isabel Clara Eugenia (1598-1599), de Juan Pantoja de la Cruz, aparece uno de los objetos más elocuentes de toda la exposición: una larga medalla con el retrato en miniatura de su padre, el rey Felipe II, ya anciano, que la infanta sostiene en su mano y que enseña al espectador de forma clara y contundente. Un gesto con el que, además de reconocer los lazos sentimentales que la unen con su progenitor, pretende recordarnos que es hija de un rey y que se encuentra en la línea sucesoria directa de una monarquía poderosa. «Esta será la iconografía más frecuente en los retratos de Isabel Clara Eugenia durante su etapa española, mientras se trataba de fundamentar sus derechos hereditarios sobre el gobierno de los Países Bajos», afirma Juan Ramón Sánchez del Peral y López en su libro El retrato español en el Prado. Del Greco a Goya, que editó el Museo del Prado en 2006. «El detalle recurrente de la imagen paterna en miniatura –prosigue– desaparecerá en su etapa matrimonial, al pasar a depender de otra figura masculina, el archiduque Alberto».

La referencia al hombre validador de sus derechos es un recurso muy común en las representaciones de esta infanta, aunque no la única, ya que otros retratos femeninos también emplearon este tipo de refrendo.

El peinado que lleva, una suerte de recogido llamado de alto copete y adornado con una diadema puntiaguda, es típicamente español y propio de las damas cortesanas. Muy característico de su indumentaria es el largo collar de perlas, sujeto al pecho de una manera muy personal, y el gran cuello de blonda, del tipo que entonces se llamaba lechuguilla punteada, a juego con los puños del vestido. Se considera que el retrato se pintó entre los años 1598-1599, fecha próxima a la muerte de Felipe II, cuando la infanta tenía unos treinta y dos años, lo que parece encajar con la edad que se refleja en la obra.

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