Cristóbal Toral, la vida en una maleta

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“–¡Cristóbal, ten cuidado, que los cazadores te van a confundir con un animal y te van a disparar…!”, exclamaba el padre, carbonero, mientras el niño, ya abandonado por su madre, saltaba por el campo sin otros niños con los que jugar emulando los brincos de los cabritos. Años después cuenta la leyenda que unos cazadores, sedientos, se dirigieron a la choza donde vivían y se quedaron asombrados ante unos dibujos. Le recomendaron a su padre que lo llevara al colegio, que tal vez podría llegar a ser algo. Y, mira por dónde, de la Escuela de Artes y Oficios de Antequera fue a la Escuela Superior de Bellas Artes de Sevilla; y de allí a la Escuela de San Fernando de Madrid, donde obtuvo excelentes calificaciones, y de allí a Nueva York. Y en 1970 gana el primer Premio Blanco y Negro.     

Hoy, aquel niño perplejo ante la infinitud del espacio, ingresa en la Real Academia de San Telmo de Málaga, después de que su arte haya recorrido casi toda América: desde Nueva York a Buenos Aires, pasando por México D.F., Caracas, Bogotá, La Paz, Lima o Santiago de Chile… Podemos encontrar obras de Cristóbal Toral en algunos de los museos de arte contemporáneo más relevantes del mundo, como el Pompidou, de París o el Reina Sofía, de Madrid. Es una historia ejemplar de ascenso social a través de la vocación creadora, merecedora de una novela o de una película. Además, disponen de sus memorias, La vida en una maleta. Cristóbal Toral. Autorretrato de un pintor, de una sorprendente sinceridad, prologadas por su amigo Mario Vargas Llosa.

Cartel de la toma de posesión de Toral como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga. Arriba, su obra Caronte en el Mediterráneo. D´après de Patinir.

Según el autor de La fiesta del chivo, novela ilustrada por Toral, “pocos han llegado tan lejos desde unos comienzos tan humildes y difíciles y ninguno ha construido una mitología plástica del éxodo, la partida, el desplazamiento y la mudanza tan rica y sugestiva como la que anima sus cuadros”. Ciertamente, el tema dominante de su obra es la maleta como símbolo de los viajes de la vida, sean por las circunstancias que sean, casi siempre por imposición.

También aparecen en su pintura miles de manzanas, tema que atraviesa la historia del arte, con la ambigüedad de no saber a ciencia cierta si simbolizan el pecado, la tentación, la inmortalidad o acaso representaciones de manzanas. Al menos desde 1966 el asunto del espacio cósmico es otra constante. Como indicó en un programa de televisión, “si Newton había descubierto las leyes de la gravedad, yo había descubierto las leyes de la ingravidez”.

Una de sus contribuciones más reconocidas son los D´après, que son interpretaciones de obras que admira pero que con su imaginación transfigura apropiándoselas con sus símbolos y desvelando aspectos tanto del presente como de la condición humana: pienso en Caronte en el Mediterráneo. D´après de Patinir, en la que homenajea al pintor flamenco al tiempo que critica el desamparo de los emigrantes; o bien La Resurrección de Cristo. D´après El Greco, donde interpreta el tema religioso desde una mirada irónica, como si en la actualidad no hubiera otra trascendencia que la reproducida por los medios de comunicación de masas.

Otro asunto recurrente en Toral y que apenas ha sido investigado es lo que sobrevive de la vida cuando ya no hay vida. Naturalmente, ha tratado otros temas universales: la soledad, el amor, la espera, el paso del tiempo, los sueños incumplidos… Con diversidad de técnicas artísticas –esculturas, ensamblajes, instalaciones– no sólo como pintor, aunque es sobre todo un pintor.

Y ha asimilado como pocos la tradición: de Velázquez, el admirable dominio del dibujo, no perder de vista nunca el oficio y el profundo respeto por las personas retratadas o imaginadas; de Goya, a quien físicamente se va pareciendo con los años, su gesto rebelde y su voluntad de ofrecer testimonio esclarecedor de la época histórica (éxodos, inmigración, alienaciones, terrorismo global, guerras…); del Greco, la elevación espiritual; de Rembrandt y de Ribera, los claroscuros, especialmente en la década que va desde 1975 hasta 1985, y ciertos escorzos (pienso en Muerte de un emigrante, en el Museo de Antequera, incluso toda la serie con la que representó a España en la XIII Bienal de Sao Paulo en 1975); de Picasso, su afán experimentador y su forma de apropiarse de la tradición con los d´après; de Dalí, cierto gusto por excentricidades y provocaciones; de Chagall, la ingravidez y el lirismo; de Magritte, su deseo de desvelar la realidad a través de la pintura…

Esto no es una maleta II, por Cristóbal Toral.

En definitiva, la obra de Toral ofrece a la vez un testimonio crítico de la historia y un profundo entendimiento de la inconsolable condición humana. Me pregunto qué se dirían hoy padre e hijo.

Sebastián Gámez Millán

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