María del Pilar Anarte plasma en sus paisajes el estado del alma

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Al menos desde el Romanticismo el paisaje comienza a identificarse con el alma y los estados de ánimo de los artistas, tanto en la pintura –pensemos en C. D. Friedrich o en J. M. W. Turner– como en los poetas –pensemos en Hölderlin, Wordsworth, Keats, Bécquer…–. Y me atrevería a decir que con las ineludibles transformaciones históricas, pasando por Van Gogh o Antonio Machado, llegan ecos de ello a nuestros días. Pretendamos ser más intersubjetivos o no, comprendemos cuanto nos rodea desde unos estados de ánimo. Escuchemos algunos testimonios: según Amiel, “el paisaje es un estado del alma”; según Friedrich: “la tarea del pintor de paisajes no es la fiel representación del aire, el agua, las piedras y los árboles, sino que es su alma y su sentimiento lo que ha de reflejarse”.

Sin embargo, el fundador del moderno paisajismo español es Carlos de Haes, que a diferencia de la visión romántica, representa paisajes menos idealizados, más objetivos: “La naturaleza difícilmente soporta el trabajo de la imaginación; es tan poderosa que sobra al hombre con tratar de representarla”. Nacido en Bruselas en 1829, vivió en Málaga desde los 6 a los 21 años. A partir de 1850 volvió a Bélgica, donde siguió formándose, y en 1855 regresó a España. Dos años más tarde obtuvo la cátedra de paisaje de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en la que llegó a institucionalizar una temática que hasta el momento no había sido relevante en la enseñanza artística. Haes trabajó en esta cátedra hasta su muerte, en la fatídica fecha de 1898, y contó con numerosos y destacados discípulos: Beruete, Morera, Sainz, Gimeno, Araujo, Espina, García Rodríguez… Por cierto, la llamada Generación del 98, desde Azorín a Pío Baroja, pasando por Unamuno o Antonio Machado; incluso la siguiente, la del 14, con Gabriel Miró, Juan Ramón Jiménez u Ortega y Gasset, entre otros, fueron grandes escritores de paisajes de España.

Formada en la Escuela de Artes Aplicadas de Sevilla, donde ya obtuvo varios premios y, posteriormente, en la Escuela Superior de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, en la misma ciudad andaluza, María del Pilar Anarte ha realizado numerosas exposiciones de pintura individuales y colectivas, y ha ilustrado libros de diversos géneros literarios (poesía, cuento, guía de viaje).

Hay una nota común en la mayoría de los paisajes de María del Pilar Anarte: se diría que la autora mantiene una relación afectiva y sentimental con los espacios que representa. Por eso aparecen distintos rincones de Málaga, Mollina, Alfarnate, el río Poqueira en Capileira, la Alpujarra de Granada, el Borosa y el Guadalquivir, en Cazorla… Dicho sea de paso, “las corrientes de agua, según Novalis, son como los ojos del paisaje”. Y si acaso la pintora no mantenía una relación afectiva y sentimental con estos lugares representados la establece durante el proceso de creación. Es el caso de las cataratas de Iguazú, que con sus más de dos centenares de caudalosos saltos de agua es una maravilla de la naturaleza, además de una expresión de lo sublime, categoría estética que nos ayuda a comprender nuestro infinitesimal lugar en el cosmos.

La fidelidad de María del Pilar Anarte a la realidad es tal que es como si ella se dejara traspasar por la naturaleza mientras la pinta, como si se olvidara de sí a la vez que representa el paisaje, sin apenas proyectar sus estados de ánimo –más cerca en ello de Carlos de Haes que de los pintores románticos–, guardando un difícil equilibrio entre el objeto y el sujeto, si es que cabe seguir hablando en estos términos epistemológicos. Además, no suelen aparecer figuras humanas ni animales: paisaje puro y desnudo. De esta manera permite que el espectador pueda imaginar o proyectar cualquier sentimiento sobre el paisaje.

Acertadas me parecen por lo general las composiciones, los juegos de contrastes lumínicos y los fragmentos en los que María del Pilar Anarte, con la espátula, emula los tonos y texturas de la materia representada, sea la tierra, las piedras, la vegetación… Lo que pierde en la precisión del dibujo, aspecto para el que reúne indudables cualidades, lo obtiene en poder de expresión, algo que tal vez acaricie al espectador con mayor capacidad persuasiva.

Los paisajes pueden interpretarse como “ejercicios espirituales”. El filósofo Pierre Hadot denominó esta práctica “mirar a lo lejos”. Si bien no todos ni de la misma forma, los paisajes nos invitan a mirar a lo lejos. ¿Con qué fin? Relativizar las pasiones que nos sacuden y zarandean, alejarnos de visiones egocéntricas, descubrir la perspectiva adecuada, dominarnos, comprender, agradecer el incomprensible milagro de estar vivos.

Respecto a la perspectiva elegida por María del Pilar Anarte en casi todos sus paisajes, coincide con la teoría de “la perspectiva y el refugio”, de Jay Appleton. Este geógrafo sostenía que a los seres humanos, independientemente de sus culturas, nos gusta situarnos en una perspectiva desde la que se puede analizar un paisaje, y al mismo tiempo disfrutar bajo una sensación de refugio. Ese “ver sin ser vistos” incrementa nuestro sentimiento de seguridad y poder.

Hay investigaciones que apuntan que los paisajes que despiertan en los seres humanos mayor placer reúnen las siguientes características y elementos: “a) espacios abiertos de césped o hierbas bajas con algunos núcleos de arbustos o agrupaciones de árboles; b) la presencia visible y directa de agua o, al menos, que esa presencia se advierta de cerca o a lo lejos; c) Una abertura en al menos una dirección que ofrezca una visión panorámica del horizonte; d) signos de vida animal o de aves; f) diversidad de vegetación que incluya flores y árboles frutales” (El instinto del arte. Belleza, placer y evolución humana, Denis Dutton). A excepción de la cuarta, todas las otras se encuentran estas pinturas.  

Por último, otro aspecto que apreciamos en los paisajes de María del Pilar Anarte es el misterio. Según Denis Dutton, “más que cualquier otro componente del paisaje, el misterio estimula la imaginación humana y, en consecuencia, adquiere una importancia vital para el paisaje como forma artística”, pues nos invita a imaginar lo que no se ve, a soñar con lo que podría ser. Aguardamos que las personas que se acerquen a estos paisajes del alma sean cómplices de la pintura y gocen casi tanto como la autora habitando imaginariamente estos lugares.

Sebastián Gómez Millán

Exposición: El alma del paisaje, por María del Pilar Anarte

Lugar: Centro Cultural de Pizarra (Málaga), Plaza de la Cultura

Fecha: hasta el 26 de junio

Horario: de 10 a 14h y de 18 a 20h.

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