Roma: “La capital de las maravillas”

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La exposición Barroco en Roma. La maravilla de las Artes, que podrá verse hasta el 26 de julio en el Palazzo Cipolla romano, muestra más de 200 obras maestras entre pintura, escultura, dibujo, medallas o artes decorativas que ilustran la cultura romana durante los pontificados de Urbano VIII, Inocencio X y Alejandro VII

“No existe rincón alguno de Roma que no haya rozado la imprevisible “tempestad” de una edad histórica –la definida convencionalmente barroca– representada por el más clamoroso movimiento artístico surgido en Roma, que en poco tiempo embistió Europa hasta alcanzar las lejanas tierras iberoamericanas, donde lució su carácter más audaz en cuanto a encanto, espectáculo e invención”. Así presenta esta compleja exposición el profesor Emanuele, presidente de la Fundación Roma, fiel a la línea de las grandes exposiciones organizadas por esta institución para poner en valor la historia del arte de la capital italiana.

El Tiempo vencido por la Esperanza y la Belleza, de Vouet, 1627, Madrid Museo del Prado. Arriba, Atalanta e Ippomene, de Guido-Reni, h. 1615-Nápoles, Museo del Capodimonte.

El Tiempo vencido por la Esperanza y la Belleza, de Vouet, 1627, Madrid Museo del Prado. Arriba, Atalanta e Ippomene (detalle), de Guido Reni, h. 1615, Nápoles, Museo del Capodimonte.

Como explican sus comisarios, María Grazia Bernardini y Marco Bussagli, la selección artística no se les presentaba fácil teniendo en cuenta que Roma es la cuna del Barroco. La exposición propone al visitante un sugestivo “paseo” por las alucinadas arquitecturas borrominianas, donde se muestran casi doscientas obras maestras entre pinturas, esculturas, dibujos, medallas, mobiliario, artes decorativas y otros objetos que ilustran la cultura romana que tuvo lugar durante los pontificados de Urbano VIII (1623-1644), Inocencio X (1644-1655) y Alejandro VII (1655-1667), este último reconfirmado como el gran papa-mecenas del siglo XVII.

Así, en el arco de cuarenta años, Roma se embelleció, por obra y gracia del talento, la ambición y la pasión por el arte de Gian Lorenzo Bernini, el verdadero y máximo artífice del Barroco romano; por las ideas visionarias de su histórico rival, Francesco Borromini, y, finalmente, por la experimentación seductora de Pietro da Cortona, el tercero de los principales protagonistas.

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Moisés niño pisoteando la corona del faraón, de Nicolas Pousin y Charles le Bun, Gobelin, h. 1680-85, tapiz de lana, seda y oro, Parigi, Mobilier National et Manufactures des Gobelins.

 

El Barroco en Roma creció y maduró por la ambiciosa decisión de Urbano VIII que activó una política en la ciudad de lo más atractiva para seducir a la cultura europea. Acertó en encargar las obras artísticas a un núcleo excelente de artistas; en definitiva, el pontífice engalanó Roma hasta convertirla en la “capital de las maravillas”, como se celebra en esta cita.

Hay que recordar que las primeros creaciones barrocas de Bernini se llevaron a cabo entre el artista napolitano y el papa Barberini en la basílica vaticana, como el espectacular Baldaquín, la vertiginosa Cátedra y el escenográfico Monumento fúnebre a Urbano VIII. En esa misma época “el amo del mundo” –como llamaban a Bernini– esculpía el Éxtasis de santa Teresa expuesta en la capilla Cornaro de la iglesia Santa María de la Victoria (1646-1651).

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San Sebastián curado por un ángel, de Rubens, 1602-1604, Roma Palazzo-Corsini.

Sucesivamente, la línea papal apuntaba a renovar el aspecto urbanístico de Roma a través de intervenciones con miras a montar un auténtico museo al aire libre, en cuyo contexto se erigían templos, se formaban plazas y se edificaban palacios señoriales, dotándolo de una maravillosa decoración urbana. Una de las obras decididas por Inocencio X se centró en la famosa plaza Navona con la colocación de la Fuente de los Cuatro Ríos, que sigue siendo un indiscutible símbolo del universo barroco, con su ápice en la columnata de la plaza de San Pedro, creada para “abrazar a los fieles” por voluntad de Alejandro VII.

El recorrido de la exposición ilustra los nuevos proyectos de la ciudad en plena revolución, con el despliegue de toda su belleza, que transfiguraban la ciudad del pasado de entonces en la nueva metrópoli barroca tal y como se nos presenta en la actualidad. Un importante corpus pictórico firmado por un grupo de artistas que, entrelazando las pinceladas caravaggesca y carracescas, generaron el más puro estilo Barroco, de Reni a Domenichino, de Rubens a Poussin, de Guercino a Sacchi, bien representados en la exposición, entre otros, hasta llegar a los luminosos equilibrismos de Bacciccio.

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Triunfo de Baco, de Pietro da Cortona, 1630, Roma Musei-Capitolini.

Grandes préstamos han contribuido a dotar a la muestra de un excelente nivel, como El Tiempo vencido por la Esperanza y la Belleza, de Simon Vouet, que llega del Museo del Prado. Cabe destacar, la valiosa serie de bocetos de terracota, realizados por la mano directa de los autores en tamaño reducido, entre los que sobresale el del Éxtasis de Santa Teresa.

Igualmente, se ha dedicado especial atención a las evoluciones científicas del siglo XVII, así como el renovado interés por la astronomía y por el paisaje romano, teatro natural de la inspiración artística. Y, para completar el recorrido, se expone también la decoración doméstica en toda su magnificiencia como manera de mostrar cómo el barroco también impregnaba los instrumentos musicales o los enseres de la vida cotidiana.

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Boceto de Bernini para la fachada de San Pedro, 1645, Roma, Ciudad del Vaticano.

Al igual que el sol, barberiniano en este caso, irradia luz a los planetas de su órbita, la exposción extiende sus rayos también a las “Fiestas barrocas en el Palacio Braschi. Imágenes de los festejos en Roma en las estampas del Seiscientos”; al Conjunto de Sant’Ivo alla Sapienza; a los Museos Vaticanos y Capitolinos; a la Galería Doria Pamphili; al Palazzo Colonna, Palazzo Barberini y Palazzo Chigi de Ariccia, enfocando algunos de los más importantes lugares barrocos del Seiscientos en Roma, cerrados al público, como la elegante Capilla de los Reyes Magos de Propaganda Fide.

Descubrimienro de Moisés, de Giancinto Gimignani, Roma, colección partícular.

Descubrimienro de Moisés, de Giancinto Gimignani, Roma, colección partícular.

Esta capilla, pura arquitectura borrominiana y teatro de la rivalidad entre Bernini y Borromini, fue la sede de la Congregación, instituida en 1622 por el papa Urbano VIII para la supervisión de la actividad misionera en el mundo. Fue encargada al artista napolitano, pero veinte años después el papa Inocencio X llamó al arquitecto ticinés para ampliar el edificio. Borromini exigió demolir la capilla interior de los Reyes Magos ya ultimada por su declarado rival. La revancha hacia Bernini se demostró aún más atroz, dado que este último vivía justamente al lado de Propaganda Fide y tuvo que padecer hasta el ruido provocado por la destrucción de su obra para dejar sitio al equilibrado proyecto, que se revelaría una de las más bellas obras maestras de Borromini, como queriendo desmentir con su sobriedad la evocación de un estilo recargado por parte del imaginario colectivo respecto al difundido movimiento Barroco.

Capilla de los Reyes Magos.

Capilla de los Reyes Magos.

Carmen del VANDO BLANCO

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