La huella de Giovanni Bellini

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Hasta el 18 de junio el Palacio Sarcinelli de Conegliano (Treviso) dedica una exposición, comisariada por el profesor Giandomenico Romanelli, al artista veneciano y su taller en la que se analiza el papel de sus pupilos: cómo se formaron, qué papel ocupaban en el estudio, cómo transmitieron los conocimientos que adquirieron del maestro y las analogías y diferencias entre profesor y alumnos

La exposición Bellini y los bellinianos. Del taller al mundo: el maravilloso legado de Giovanni Bellini a sus alumnos en la ciudad de Conegliano, perla del Renacimiento véneto, se encuadra dentro de la línea emprendida por el Palacio Sarcinelli de revisar la evolución de la pintura veneciana y véneta durante el fértil período de los siglos XV y XVI.

Comisariada por el profesor Giandomenico Romanelli, esta muestra está dedicada a la figura de Giovanni Bellini (Venecia, h. 1430) y su huella –con motivo de la reciente y escasa celebración del quinientos aniversario  de la  muerte del maestro en 1516–, y en ella se revisa cómo se formaron y qué puesto ocupaban sus alumnos en el taller, qué aprendieron y qué transmitieron ellos del aprendizaje o de la colaboración con un artista de esta talla.

Sobre estas líneas, Santa Lucía y las historias de su vida, por Quirizio da Murano, 1462, témpera sobre tabla, 58,5 x 73,5 cm. Arriba, Virgen con el Niño, cuatro santos y un donante, por Girolamo da Santacroce, segundo decenio del siglo XVI, óleo sobre tabla, 31 x 40.5 cm. Todas las obras, Rovigo, Pinacoteca dell’Accademia dei Concordi.

Apodado Giambellino, hijo, quizás natural, de Jacopo, está documentado que su formación tuvo lugar en el taller de su padre. Su fertílisima actividad se desarrolló siempre en Venecia entre la general admiración de nobles y artistas, como Isabella d’Este o Alberto Durero. Sus inicios como artista hay que circunscribirlos en el ambiente tardogótico, aunque pronto, y gracias a la relación con su cuñado, Andrea Mantegna, y el posterior acercamiento a la obra de Piero della Francesca, su arte toma un giro claramente renacentista.

Virgen con el Niño, por Giovanni Bellini, 1470, témpera sobre tabla, 83 x 62,5 cm.

El color iría asumiendo cada vez más importancia en sus composiciones (por la influencia además de Antonello da Messina, en Venecia por aquellos años): un cromatismo que se extiende claro, sereno, para cargar de vida a las figuras e inundar los cuadros de luz. Ejemplar en este sentido es la Transfiguración de 1480-85, que da lugar al amanecer de la gran pintura lagunar, bañada de color y de luminosidad, que establece las premisas para el arte de Giorgione y de Tiziano. Cuando ambos pintores se presentan en la escena, Bellini, a pesar de su avanzada edad, responde a esos novedosos estímulos con sumo vigor y fuerza creadora. Con agudísima inteligencia y vitalidad, Bellini supo acoger de buen grado las sugerencias de los mayores pintores coevos para fundirlas en un estilo muy personal, que curiosamente no dejó de influir a su vez a esos artistas.

Virgen con el Niño, por Nicolò Rondinelli, último decenio del siglo XV, óleo sobre tabla, 83,5 x 59 cm.

En el alba del Renacimiento la actividad artística veneciana está dominada por dos importantes talleres: el de los Vivarini y el de los Bellini. Y será precisamente el de Jacopo Bellini el que se encargó de dar cabida al pleno Renacimiento en la cultura pictórica veneciana. Constituye un ejemplo Quirizio da Murano, que en 1462 firma y fecha el retablo Santa Lucía y las historias de su vida, una obra de gran elegancia y finura formal, que es la encargada de dar inicio al recorrido expositivo que está compuesto por obras de la colección Casilini, procedente de la Accademia dei Concordi de Rovigo.

Cristo con la Cruz a cuestas, por Giovanni Bellini, 1510, óleo sobre tabla, 48,5 x 27 cm.

Bellini está considerado el inventor de imágenes para la devoción privada, un género pictórico íntimo que resonará con intensidad en la pintura véneta entre finales del Cuattrocento y la primera mitad del Cinquecento. Sus Vírgenes con el Niño, con un estilo muy innovador, serán uno de los temas más copiados por alumnos y epígonos. Se presenta una exquisita tablita de su producción precoz, simplificando este modelo las Vírgenes de Nicoló Rondinelli y Pasqualino Veneto, enriquecidos de detallados fondos paisajistas, o la Virgen de Jacopo da Valenza.

Circuncisión, por Marco Bello, último decenio del siglo XV, témpera sobre tabla, 60,5 x 85 cm.

Las pinturas destinadas a la devoción doméstica se distinguen por la aparición de numerosos santos alrededor de la Virgen con el Niño, carentes de diálogo entre las figuras. Una tipología perfeccionada posteriormente por Lorenzo Lotto, Tiziano y Palma el Viejo. En esta exposición la Circuncisión de Marco Bello es un claro ejemplo de aquel proceso de producción en serie del taller. Las devotas meditaciones bellinianas se pueblan de santos y también de donantes, como la tablita de un colaborador de Bellini, Girolamo da Santa Croce, que, como un homenaje al maestro, pinta un descriptivo paisaje, repleto de aldeas y personajes, inspirado por la obra Virgen con el Niño entre san Juan Bautista, san Francisco, san Jerónimo, san Sebastián y un donante de Bellini.

Vanitas, por Jan Gossaert detto il Mabuse, 1520-25, óleo sobre tabla, 60 x 31 cm.

Entre los modelos bellinianos destaca especialmente la composición del tema Cristo con la cruz a cuestas. La pieza que se muestra en la exposición sobre esta temática pertenece a la época tardía de Bellini, donde queda patente las influencias de los nuevos pintores, particularmente por la tonalidad que recuerda a Giorgione. En esta obra conmueve la mirada intensa, casi hipnótica, que transmite el profundo dolor afrontado con la máxima dignidad. Otra fórmula compositiva muy difundida en el ámbito belliniano fue la del Cristo bendiciente, aquí representada por la valiosa tablita de Francesco Bissolo, alumno e imitador del maestro. La nitidez nórdica llega con el Buen Pastor de Jan Mostaert, mientras Sebastiano Florigerio se dirige ya hacia el manierismo en su Compianto, parte central de un políptico desmembrado.

Virgen con el Niño, san Jerónimo y santa Elena, por Jacopo Negretti detto Palma il Vecchio, segundo decenio del siglo XVI, óleo sobre tabla, 76 x 104 cm.

Otros autores de procedencia alemana y flamenca aparecerían en la escena veneciana, como Alberto Durero (que escribía: “Bellini es muy anciano y es aún el mejor pintor”) y los flamencos Dieric Bouts, Quentin Metsys y Pieter Brueghel o Jan Gossaert –protagonista con su espléndida tabla con la identificación de la Vanitas– que recibieron muchos encargos de los coleccionistas locales.

Los temas mitológicos y literarios de inspiración pagana se desacosejaban en las artes por parte de los padres espirituales del siglo XV para evitar posibles desviaciones de la devoción. Un criterio que no coincidía en absoluto con el de los humanistas: Las Metamorfosis de Ovidio constituyeron una fuente inspiradora privilegiada para pintores y escultores como Apolo y Dafne de un anónimo véneto o la Danae de Palma el Viejo.

Retrato de joven, por Andrea Previtali, h. 1501-1502, óleo sobre tabla, 24,5 x 19,5 cm.

Muy significativo se presenta el núcleo de retratos del Cinquecento, ya extendido al área lombardo-véneta, donde destaca el magnífico Retrato de joven de Andrea Previtali, alumno de Bellini, que recoge en un tamaño casi de bolsillo la perfección del rostro y la interioridad psicológica, marcado por la ola nórdica ya evidente en Venecia. Además del Aldeanillo, atribuido a un joven Tiziano, Retrato de estudioso, de Domenico Capriolo, completa la retratística las Cuatro cabezas viriles, en las que Tintoretto pinta con una pincelada más libre sin privarlas de una profundidad introspectiva.

Retrato de estudioso, por Domenico Capriolo, h. 1501-1502, óleo sobre lienzo, 105,5 x 83,5 cm.

La exposición pone el foco en la importancia del taller de Giovanni, del que explica el profesor Romanelli: “Sabemos que Bellini cuando pintaba era muy lento, pero que debía responder a una clientela religiosa  muy amplia. ¿Y cómo cumplía con sus encargos? Pues precisamente, gracias a su taller, por el que pasaron artistas venecianos, vénetos, lombardos y bergamascos y también grandísismos como Tiziano, Lotto y Giorgione (…). Sabemos que el maestro dibujaba los cartones en líneas esenciales que después agujereaban y cubrían con polvo de carbón que los discípulos debían rellenar. También se recurría a una especie de collage de sus figuras. Los paisajes en general eran de su propia mano debido al valor espiritual que les confería (…). Bellini, de observancia dominica, dejaba clara su voluntad de pintar lo que realmente le convencía”. Y ahora, esta cita desgrana las analogías entre artistas y alumnos en diferentes contextos.

Carmen del VANDO BLANCO

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