Los Museos Capitolinos (Roma) se suman a las conmemoraciones del nacimiento y fallecimiento de este historiador alemán que sentó las bases teóricas de la arqueología moderna con una exposición de 124 piezas, cuyo hilo conductor es la descripción del encuentro entre este arqueólogo y el museo romano en 1755. Hasta el 22 de abril
El bibliotecario, historiador y arqueólogo alemán, Johann Joachim Winckelmann (Stendal, 1717-Trieste, 1768) logró definir los contenidos elementales del neoclasicismo del siglo XVIII y fundar las bases teóricas de la arqueología moderna al crear un riguroso sistema de valoración cronológica y estilística de las obras antiguas basado en la observación directa de las piezas y la atenta lectura de las fuentes literarias. Wolfgang Goethe llegó a afirmar que Winckelmann era el “Nuevo Colón, descubridor de una tierra durante largo tiempo presagiada, mencionada y discutida (…) durante un tiempo conocida y después nuevamente perdida”.
La exposición Los Tesoros de la Antigüedad. Winckelmann y el Museo Capitolino en la Roma del Setecientos, que acoge estos museos romanos, se suma a las conmemoraciones europeas de los aniversarios winckelmannianos (en 2017 se han cumplido los trescientos años del nacimiento y en 2018, los doscientos cincuenta años de su fallecimiento), coordinadas por la Winckelmann Gesellschaft de Stendal, por el Instituto Arqueológico Germánico de Roma y por los Museos Vaticanos (con una exposición difundida en programa para junio-octubre 2018).
La cita capitolina exhibe una selección de 124 obras, articulada en cinco secciones, desplegada en el Palacio Caffarelli y en las Salas de la planta baja del Palacio Nuevo en el interior de los Museos Capitolinos, y cuyo hilo conductor es la descripción del encuentro entre Winckelmann y el Museo Capitolino.
“Vivo como un artista y como tal me acogen en los lugares donde a los jóvenes se les permite estudiar, como en el Campidoglio. Aquí está el Tesoro de las Antigüedades de Roma y aquí se puede permanecer con toda libertad desde la mañana hasta la noche”. Estas son sus impresiones, fechadas el 7 de diciembre de 1755, describiendo su primera visita al Museo Capitolino.
La exposición, comisariada por Eloisa Dodero, persigue una doble finalidad; por una parte, mostrar a los visitantes los años cruciales que condujeron en diciembre de 1733 a la institución del Museo Capitolino, el primer museo público de Europa, destinado no solo a la conservación sino también a la promoción de la “magnificencia y esplendor de Roma”, y por otra, presentar las esculturas capitolinas con un enfoque diferente, o sea a través de los descubrimientos del gran Winckelmann, que revolucionó los estudios de los testimonios del mundo antiguo y con ello sentó las bases de la arqueología moderna. De hecho, el modelo de museo público representado por el Museo Capitolino se difundiría rápidamente por toda Europa, inaugurando el sistema público de los bienes artísticos, que dejaba de concebirse como propiedad exclusiva de unos pocos para destinarse al avance cultural de la sociedad.
Apasionado de la literatura y el arte griegos, tras sus estudios en la universidad de Halle y de Jena –donde frecuentó los cursos de medicina y matemáticas–, sus necesidades económicas le obligaron a aceptar un puesto de preceptor hasta conseguir por fin un cargo que se adecuaba a sus intereses profesionales: el de bibliotecario a las órdenes de un conde del imperio en Dresda, cuya biblioteca, compuesta de 40.000 tomos, fue fundamental para la erudición de Winckelmann, que pudo saciar su sed inagotable de lectura. En este ambiente culto y aristocrático, el estudioso devoró los textos de los clásicos griegos, algo que le sirvió de estímulo para profundizar en el saber del arte clásico.
La consecuencia natural fue la voluntad de trasladarse a Roma, epicentro de los estudios clásicos de la época. Viaje que fue precedido por un período de intensa actividad en el dibujo y en la publicación de Pensamientos sobre la imitación de las obras griegas en pintura y escultura, un ensayo fundamental para el desarrollo del neoclasicismo: “La general y principal característica de las obras maestras griegas es una noble simplicidad y una serena grandeza, tanto en la posición como en la expresión… ”, un principio fundamental al que se adecuaría toda futura obra neoclásica, que, para el estudioso alemán, debe permanecer ajena a cualquier impulso o conflicto interior a fin de transmitir las sensaciones de manera mesurada y equilibrada, según Winckelmann, que sostenía la supremacía del arte griego respecto al romano. Sus ideales obtuvieron gran relevancia en la cultura de la época, especialmente en las artes figurativas, con un gran influjo marcado en artistas del nivel de Canova, Mengs o David.
Llegó a Roma en 1755 de la mano del cardenal Alberico Archinto, nuncio en Polonia –que lo indujo a convertirse a la religión católica–; en la Ciudad Eterna fue nombrado superintendente de las antigüedades en 1764 y así pudo volcarse en la cultura clásica. Observó con enorme interés la prestigiosa colección del Patio del Belvedere (cerca de la Basílica de San Pedro) donde admiró el Apolo pítico, el grupo de Laocoonte y el Antinoo, esculturas que le imprimieron profunda huella.
Tras la muerte de Archinto, Winckelmann permaneció en Roma bajo la protección del cardenal Alessandro Albani, asumiendo el patrocinio de su rica biblioteca en la misma Villa Albani, que reunía una considerable colección de esculturas antiguas. Así pues, en contacto diario con las estatuas de Albani, pudo dedicarse al estudio del arte clásico griego filtrado a través de las copias del tardohelenismo romano existentes. Visitó asiduamente Nápoles y las excavaciones de Herculano –donde estuvo muy controlado– hasta los templos dóricos de Paestum, que llegó a considerarlos “las arquitecturas más antiguas conservadas fuera de Egipto”.
Ya superintendente de las antigüedades de Roma, en 1764 viajó a Alemania y a Austria, donde fue recibido con todos los honores por la emperatriz María Teresa. A su vuelta a Italia, paró en un hotel de Trieste, a la espera de un barco que lo habría conducido a Roma, vía Ancona, pero el 8 de Junio de 1768, un huésped del mismo hotel, un cocinero de Pistoia, lo acuchilló brutalmente con la intención de robarle las medallas recibidas en la corte vienesa. Gravemente herido, Johann Joachim Winckelmann murió horas después de la agresión. Sus restos reposan en la cripta común de la catedral de San Giusto en Trieste. A saber si llegaría a intuir el futuro alcance de sus teorías…
Carmen del VANDO BLANCO